sábado, 17 de septiembre de 2011

HUELLAS


HUELLAS


Pegada dejaste la mano en el cristal de la sala de visitas,
esta mañana,
despidiéndote de tu padre encarcelado:
seis años y un día por dejarle negro un ojo al policía hijo de puta.
Abusón y maltratador de detenidos y protegido del sistema.
Que para algo crea su propio cuerpo de defensa personal;
y contra el personal ciudadano y desarmado.

Político es el preso que es tu padre. Como todos.
¿No son las leyes la más siniestra expresión de la política?
Persecutoria del momento que conviene.

Pegada has dejado la nariz en el escaparate pastelero.
Bombones nata cremas chocolate, todo lo prohibido.
Esa propensión tuya a retener lo inconveniente,
grasas azúcares tensiones, altas o bajas pero malas.
Dulces industriales, para lo amargo nada como la artesanía casera:
sutil y fina femenina o evidente y ruda masculina.
En cualquier caso, siempre duradera.
Amarga al fin, sin género que la distinga.

Impresas están tus apasionadas huellas en los cristales del coche.
Pies, manos. Otras partes más redondas.
No están solas esta vez.
Que no se enteren en casa, padres hermanos maridos hijos,
que saltas de asiento en asiento: traseros delanteros.
Visita guiada, nocturna y alevosa. Siempre deseosa.
Inevitable.
Ella te da lo que nadie. Lo que te arranca, también como nadie.

Negras son las dos huellas que grabaste en un papel:
administrativo, oficial, burocrático.
Siempre quisiste ser alguien.
Huellas posteriores a tu crimen previas al castigo.
Aquella noche de autos,
no de autor que visitas sino de autos que son hecho irreparable,
diste por terminada tu carrera de hipocresía y de modestia.
AK-47 y solución final.
No más huellas que borrar para que no se enteren los demás.
Ellos son tu infelicidad, tú la víctima.

Tres ráfagas de ruido y plomo tiñeron tu vida de rojo:
algo de pasión, al fin.

Te queda un último tango que bailar con el destino.
Será entre reclusas.
Del resto de tu vida, musas.

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