miércoles, 28 de septiembre de 2011

VIAJEROS


VIAJEROS


Tchan tchan; tchan tchan; tchan tchan.

La mujer con el niño llorando:
treinta y ocho años, aparenta más de cincuenta. El trabajo,
que no perdona. Tampoco redime.
El niño de cinco años tiene cuerpo de tres. El hambre,
que no perdona. Tampoco sirve.

Tchan tchan; tchan tchan; tchan tchan.

Un hombre con traje de pana raída y jersey grueso de lana.
Gorra bastón y manos de labrador en campo de amo.
Sesenta y dos años sin salir de la miseria:
viudo y despedido busca trabajo donde sea.
En la ciudad si es necesario.

Tchan tchan; tchan tchan; tchan tchan.

Dos hombres más en el asiento de enfrente.
No se hablan pero sus miradas lo dicen todo:
queremos algo. Algo mejor.
Si nos lo quitan lo robamos. Es de justicia.
Armas bajo el abrigo. Navajas en los bolsillos.
Es la ley de la supervivencia sin remordimientos.
A por ellos, que son unos cobardes y nosotros más violentos.

Tchan tchan; tchan tchan; tchan tchan.

Otra mujer, parece joven pero vete a saber:
dos gallinas en la cesta. Pan y huevos.
Va a casa de sus tíos en la ciudad.
Dicen que tienen trabajo para ella,
de costurera. O lo que sepa. O no sepa y quiera hacer.
Para el señorito:
placeres extravagantes. Gustos raros.
Muy exquisito.

Tchan tchan; tchan tchan; tchan tchan.

Don Nicolai,
rico hacendado que heredó la fortuna de su padre
que heredó la fortuna de su padre:
cientos de hectáreas de tierra fértil, con río y caza,
que su abuelo robó a los más débiles, o desarmados,
en la guerra.
También era la ley de la supervivencia.
En el asiento más próximo a la puerta de emergencia.
La costumbre de salir corriendo.

Tchan tchan; tchan tchan; tchan tchan.

Kilómetros de vacío a ambos lados pasan despacio
pero parece rápido. Todo son apariencias.
Es el efecto aburrimiento.
Alguna casa de madera, ganado suelto.
Pobres campos de grano mal sembrado. Carros y bueyes.
Avanza el paisaje, se diría que la vida se detiene.
Queda como está para los que nada tienen.

Tchan tchan; tchan tchan; tchan tchan.

Al fondo del vagón un cura mal tratado.
Perdió su parroquia y feligreses por no convencer:
demasiado años diciendo que el esfuerzo tendrá su recompensa.
Que es el dolor una prueba del señor.
Que el amor todo lo puede.
El amor a uno mismo, más que al prójimo.

A pedradas lo echaron. Por amor a uno mismo. También.

Tchan tchan; tchan tchan; tchan tchan.

Dos asientos adelante, o detrás según la marcha,
tres judíos ortodoxos. Mudos y circunspectos.
Es la norma.
Tal vez circuncidados. Es la costumbre.
Pies negros en sandalias. Difícil averiguar de sus rostros pétreos
si van o vienen. Lo que ganan lo que pierden.
Imposible adivinar la verdad de lo que esconden.

Tchan tchan; tchan tchan; tchan tchan.

Otro tanto ocurre con el hombre de la gabardina
y la mujer con sombrero muy tocado que le acompaña.
No se rozan pero no pueden despegarse.
No se hablan pero no dejan de escucharse.
No se miran pero no dejan de verse.
Tanto es el deseo que les sobra que no cabe nadie más en su fila de asientos.
Son la flor en este vagón de muertos.
De vidas sin destino. De historias que nunca harán historia.
De obreros que no conocerán a su patrón. Señor.

Huyen de todas partes, no llegarán a ninguna.
Sin saberlo han tomado el tren que se coge en cualquier sitio,
pero se pierde en el camino por un mal cruce de vías.
En ese lugar donde,
dicen,
se juntan las líneas paralelas.

Tchan tchan; tchan tchan; tchan tchan.

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