jueves, 26 de agosto de 2010

ABRAZO SILENCIOSO. -ÉL


ABRAZO SILENCIOSO. -Él.


John Smith iba para autista pero se quedó en el camino:
le faltó doctorarse.
Sacó la carrera, no obstante.

Observándole en acción se le veía tratar a su mujer
con igual desinterés que a la mesa del café.
Compartir con ella el mismo amor que el que se tiene a una llave:
por muy inglesa y pelirroja que sea.
Idéntico deseo, a su mujer no a la llave,
que el que despierta una serpiente enroscada con pasión a una ardilla voladora.
La misma emoción que transmite una babosa.
Con baba o sin ella.

John Smith era un ser sufriente.
Sufríamos todos sólo con verle.
Sufríamos por su mujer:
la ardilla voladora que en su abrazo mortal dejó de serlo.
Pura felicidad reprimida e ilusión perdida.
Perdida desde que le conoció.
Pero así es el amor:
cuando falta pasión nos queda la obstinación.
El afán por preservar conservar y guardar.
Aunque valga menos lo guardado que el precinto.
El lazo amoroso, que quien hace el acto de mimar.

John Smith rompió tres matrimonios sin hacer nada.
Tal vez por eso.
Ajeno como estaba del mundo, sus desdichas y alegrías.
Abandonado a su deambular.
Entregado a su pesimismo
agarrotó los músculos que ejercitan la sonrisa:
a su lado todo era tristeza. La vida una gran pena,
un trámite forzoso.

John Smith no hizo nada por cambiar, por nadie.
Generoso como un árbol caído
Conversador como una caja fuerte
Amable como un perchero
Entusiasmado como una rueda de molino molida.

Al final, su obstinación sin pasión dio resultado:
a su lado no encontró ella la felicidad.
Sí la liberación necesaria y gratificante de la muerte.

John Smith tampoco acudió a su funeral:
no encontró el motivo por hacerlo.

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