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jueves, 26 de agosto de 2010
ALICE. -ELLA
ALICE. -ELLA
El día que Alice abandonó a su marido todos se sintieron aliviados.
A su lado había malgastado la mitad de su madurez.
En realidad, la mitad de su vida tirando del brazo de un armario:
armario no sólo por tamaño.
A pesar de su inteligencia,
física nuclear astrofísica universal,
Alice no tuvo suerte con los hombres:
porque a ellos no los analizaba como al resto de sus cosas.
El primero, funcionario de profesión jugador por vocación,
a la ruleta rusa apostó su última mueca. Y perdió.
Al menos murió riendo.
El segundo, apasionado deportista y devoto juerguista,
le engañaba siempre que se emborrachaba.
Y esto era cada semana.
A ella, en cambio, ni la tocaba.
El tercero fue definitivo.
Definitivamente un estorbo.
Consultor a tiempo parcial vago a tiempo completo.
Egoísta congénito.
Alice lo adoraba.
Lo adoraba peinaba lavaba planchaba cocinaba mantenía y follaba.
Todo un prodigio. Ella, no él.
Tanto fue el tiempo que le dedicó que a su lado, ella desapareció.
Como su alegría su sonrisa la vitalidad y la cartera.
Dejó que le parasitara y él todo le succionó.
Todo menos lo que debía.
Un día, Alice se dio cuenta.
Amaneció sola como siempre y realista como nunca.
Se derrumbó.
Aterrizaje forzoso en la habitación de su casa.
Sin protección ni medidas de seguridad.
No le gustó lo que vio.
- Tengo que poner fin a esta situación, se dijo.
Llamó a sus amigos y lo contó:
todos se alegraron de lo prometido. Por fin,
iba a abandonarlo.
Aquel día Alice salió de casa repeinada maquillada
tacones altos joyas en los brazos.
Su última lencería.
- Esto tiene que acabar. Voy a dar un giro radical a mi vida.
Tengo que escapar de esta cárcel.
Y lo hizo.
Cuando llegó a la mitad de aquel largo puente
dio el giro que buscaba a su vida.
Giró la mitad de su cuerpo sobre la barandilla.
La otra mitad, le siguió.
El día que Alice abandonó a su marido todos se sintieron aliviados.
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