PRIMAVERA
Alfred ababndonó al grupo en una tormenta.
En realidad, el grupo lo abandonó a él, pero no
lo tuvo en cuenta.
Siempre fue un confiado.
Y sí altera el resultado el orden de los
acontecimientos.
Pasó el primer invierno un poco colgado.
Literalmente colgado de un cable del tendido eléctrico.
Suerte que la compañía no quiso demandarle por
apropiación indebida:
calorías robadas para no quedarse helado.
Subía el calor patas arriba, compensando el
agua y el hielo.
Se hizo con el territorio, un poco hostil, como
todos.
Bajo cero en invierno, un horno en verano.
Primavera agitada y otoño lluvioso.
Lo de siempre, vamos.
Peor los piernas largas, que con su palos de
hierro y fuego
arrasaban el terreno un par de veces al año.
No había bicho viviente que no sucumbiera a su
persecución y estruendo.
Alfred siempre se preguntó qué harían con tanto
animal muerto.
Pero la segunda primavera fue el inicio de su
condena.
Conoció a un compañero, o compañera, que estaba
encerrado en un extraño lugar.
A cualquier hora, en cualquier día, se veían
por unos segundos.
Los que tardaba Alfred en agotarse agitando las
alas.
Luego al suelo, descanso, y vuelta a empezar.
Nunca comprendió la razón de aquel cautiverio,
ni por qué aquel amigo no salía de la fría lámina
de los reflejos.
En donde todo se veía de nuevo. Incluso él.
Alfred ya no se marchó de aquella casa,
atrapado en un espejo del porche.
Vivía para estar con su amigo, su mejor y más
fiel amigo.
El que nunca le abandonó, como hizo el grupo.
Alfred terminó por enamorarse de aquel ser
leal, como él.
Nunca supo que su mejor amigo, era él.
Murió de viejo, dejando para siempre su reflejo
atrapado en el espejo.
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