VALES DE DESCUENTO
-Xenófagos, babosos y
caraduras, eso es lo que me encuentro.
-¿Xenófagos?, será
xilófagos.
-No sé… Vamos a ver en
el diccionario…
-¿Dónde has comprado
este café?, está muy bueno.
-¿Te gusta?
-Me encanta. Qué aroma.
Uhm… y qué negro.
-De una tienda nueva
que han abierto en el barrio. Esquina con Virgen del Placer Hermoso.
-Ah, la he visto. Pero
creí que era una tienda de electrónica.
-Sí, la gente la
confunde. Tiene una estética muy actual. Este barrio está renovándose mucho, cariño.
-A mejor, qué buena
idea tuviste viniéndote aquí. Compraste a tiempo, ahora todo vale el doble.
-Y que lo digas, amor.
Aquí está, xilófago… no. Bichos que se comen la madera.
-Fíjate, y yo que
pensaba…
-Xeno… xeno…
xenotrasplante… ¿Eso es lo que se ha hecho Patricia, no?
-¡Qué va! Patricia se
ha operado los labios. La que se ha puesto senos ha sido Fabiola.
-La pobre, no vale
nada. Da igual que se ponga xenos de esos que la cara entera. No tiene remedio.
¡Mira, aquí está! Xenófobo… ah… pero esto significa otra cosa. ¿Cómo se llama a
los hombres que odian a las mujeres?
-No lo sé. ¿Hay alguno?
¿Odiosos tal vez? De odiar, odiosos. ¿No?
-¿Odiosos? Ah bueno,
eso será. ¡Porquería diccionario! Qué vas a esperar, escrito por hombres. Como
todo.
-Es que hay un machismo
horrible en este país.
-Tremendo, sí. ¿Unas
pastas?
-Me gustaría, pero me
estoy cuidando. He bajado setecientos gramos esta semana.
-No me creerás, pero te
lo había notado.
-¿Verdad?
-Como lo oyes. Por las
pastas no te preocupes, son laig. Como el café.
-Ah, entiendo. ¿Se dice
laig o lait? Es igual. Pero cuenta, cuenta, ¿cómo te fue en tu última cita? No
pareces contenta.
-¿Contenta? Lo que
estoy es cabreada. ¿No pruebas las pastas? Tienen mucha fibra.
-No, no. Pastas no. Quiero
volver a la talla treinta y ocho.
-Pero que son laig,
mujer. Ni azúcar ni nada, todo fibra. Muy buena para ir al baño, lo dicen en la
televisión. Mira aquí lo pone.
-Lo sé, lo sé. He leído
la caja. No como nada sin saber sus calorías. Si tuviera tu tipo me la zampo
entera. Pero algunas no tenemos tanta suerte.
-No te creas, que mi
sacrificio me cuesta.
-No seas exagerada, tú
siempre estás en tu peso, querida. Desde que te conozco no has pasado de una
cuarenta. Y hace… veinte años.
-¿Veinte?... Quince más
veinte, treinta y cinco. No amor. A ver… ¡treinta años! ¡Cómo pasa el tiempo,
una barbaridad!
-¡Treinta! Qué horror.
Pero nadie lo diría, ¿verdad? Estamos tan estupendas como siempre. Yo diría que
más.
-Mira, yo creo que sí.
La madurez bien conservada es un añadido.
-Lo que digo, más
estupendas que nunca.
-E igual de solas.
-Bueno… Dicen que no se
puede tener todo. Afortunadas en el juego… ¿cómo era aquello?
-Desafortunadas en
amores. Esa parte me la sé bien.
-Ah sí. Pues eso. No te
creas, yo no cambio mi mitad en el euromillón ni por un millón de hombres.
-Toma ni yo. Que el
dinero da la felicidad y los hombres te la quitan.
-O te quitan el dinero
que viene a ser peor. Yo me he encontrado con cada uno…
-La soledad del rico,
¡qué le vamos a hacer! Somos unas incomprendidas.
-Pues yo no me siento
tan sola. Tengo mis perros, mis amigos, mi casa en el campo, los caballos…
Siempre estoy rodeada y ocupada. Deberías hacer tú lo mismo, tener más vida
social. Dice mi terapeuta que es muy importante relacionarse.
-Sí, también la mía,
pero te voy a confesar que estoy un poco cansada de tanto viaje y fiesta.
Viendo a gente que no conoces dándote besos, abrazos… Al principio me gustaba,
por la novedad. Pero ahora
-No sigas. Hace tiempo
que lo veo. Tú echas de menos una pareja.
-Pues sí, cariño. Me
fastidia reconocerlo pero sí.
-Por eso vas a todas
esas citas a ciegas.
-No son a ciegas.
Tenemos primero nuestros contactos.
-Yo no llamaría
contactos a eso de internet.
-¡Ay chica! Eres una
antigua. Los tiempos cambian. Ahora todo pasa por internet. ¿No te has dado
cuenta? La gente se conoce por ahí.
-Eso es para ti, que
siempre fuiste muy moderna. Yo prefiero el método tradicional.
-Ya, bares,
restaurantes, discotecas.
-Y talleres, cursos… Que
también hago cosas serias, no me quites méritos. Todo enriquece.
-Enriquecernos es lo
que menos necesitamos, cariño.
-Boba, ya me entiendes.
-Sí. Como el último
taller de arte floral, donde el único hombre era el profesor. Ja, ja. Menudo
chasco.
-Y que lo digas. Además
mariquita, no me lo recuerdes.
-Chica, moderniza tu
lenguaje. Ahora se dice guei.
-Lo que quieras, pero
un maricón sigue siendo un maricón lo llames como lo llames. Y yo me pasé el
taller a dos velas. ¡Con lo que odio las flores!
-¡Pues por eso mismo
tienes que entrar en las páginas que te digo! Eres una terca. Te ahorrarías
muchas decepciones.
-¿Ah sí? Pues no te veo
muy contenta hasta la fecha con tus logros, querida. ¿Cómo fue el último?, aún
no me has contado. Parece que quieras evitarlo.
-Está bien, me has pillado.
¿De verdad que no quieres una pasta? Un ochenta por ciento de fibra, mira,
mira.
-Que nooo. Lo que
quiero es que sueltes. Vamos, dame detalles.
-Uhm… Buenas de verdad.
Está bien. Como te dije contacté con él por el Chitic.
-¿La güeb esa que es
para gente casada? Esa me pone, un día me tienes que enseñar.
-No, la que dices se
llama Infideliti. Y hay más solteros que casados, no vayas a pensar.
-Ah, qué pena. Ya lo
digo yo, ahí todo el mundo miente.
-Como en todas partes,
cariño. ¿O me vas a decir que tus ligues de discoteca te cuentan verdades como
puños?
-No, más bien son
mentiras como puñetazos, pero la verdad no me interesa nada. Yo no soy como tú
que llevas cuatro años de chiascos.
-Se dice chascos.
-Pues chascos. A mí me
basta con pasármelo bien.
-Y sexo.
-Mucho sexo. Querida,
las pasiones hay que alimentarlas.
-Ahí te doy la razón.
Pero… a mí me cuesta irme a la cama con un desconocido.
-Fíjate, en eso tú eres
la antigua. A mí no, nada. Aún te voy a decir, cuanto más desconocido mejor.
Compromisos que me evito.
-¿Eso que suena es tu
Ayfon o es el mío?
-El mío no.
-Déjame ver… Pues sí,
es el mío. ¡Ah no, otra vez el pesado!
-¿Quién, el xilófago?
-El mismo del otro día.
Ya le he colgado cuatro veces hoy, y nada, insiste.
-Sólo a ti se te ocurre
darle el número de teléfono. Lo que yo digo, mejor acostarse con un desconocido
y desaparecer.
-Al final vas a tener
razón. Pero no aprendo.
-Pues claro que tengo
razón. A mí que me den un buen repaso y me dejen contenta. El resto sobra. Ni
cenas, ni paseos, ni siquiera ir al cine. ¿Se pude ir al cine con un
desconocido? ¡No por dios! Al cine sólo con íntimos. Nadie más debe saber qué
te emociona. Para lo otro, ni siquiera hay que ponerse guapa. Sólo un poco
descarada.
-¿Guapa? Debías haberme
visto en la cita con el tipo este.
-El xilófago.
-Sí, ese. Yo que me
había comprado unos zapatos monísimos, del color azul que tiene la raya de ese
sombrero que tanto te gusta.
-¿La pamela de Saint
Tropez?
-No amor, esa era de
color hueso. Hablo del que compramos juntas en Ginebra. En aquella tienda
-Ah, sí sí. Donde nos
atendió aquel muchacho tan mono.
-Y tan guei.
-No me lo recuerdes.
Creo que no he pasado más vergüenza en mi vida.
-Pues sí, ja ja. Ahí.
Parece te acuerdas bien.
-Como para no hacerlo.
Yo insinuándome con mis mejores armas y aparece su novio. Le metió un beso que
para mí hubiese querido.
-Eso te pasa porque te
empeñas en creer que los gueis lo son porque no te han probado a ti.
-¡Qué guei ni qué
joder, ese era un maricón de arriba abajo!
-Ja, ja. Bueno, que yo
iba overdresin total, como se dice ahora. Zapatos, bolso, sombrero, todo a
juego. Hacía sombra a la mismísima princesa Malizia. Y eso que el día estaba
nublado.
-Me lo creo.
Conociéndote.
-Como te decía. Después
de varias citas en el Chiitic.
-A cualquier cosa le
llamas cita.
-¡No seas tan arisca,
mujer! Es una forma de aproximación. Pues eso, que había llegado el momento de
verse en persona y notar qué sensaciones daba el encuentro. Quedamos en la
cafetería del Platz.
-¿El Platz, no estaba
cerrado?
-Lo estuvo, pero lo han
reinagurado… o como se diga. Ahora lo han subido a cinco estrellas.
-Ah pues yo tengo que
ir. Era mi favorito para las citas antes de que se cerrara.
-Querrás decir los
polvos.
-Sí eso.
-Pues ahora te va a
encantar. Mobiliario, tapicería, cortinas. Todo nuevo. Telas de Doche Gabana,
una preciosidad. Aunque modestia aparte, sabes que a mí no me hace sombra ni el
mismísimo Dior.
-Lo sé, querida. Lo sé.
Por fuera y por dentro.
-Así es. No te cuento
cómo me puse por dentro.
-Eso ya me llama la
atención, si a ti nunca te ven por dentro.
-Pero la clase es la
clase aunque no se vea. Decía mi abuela que la ropa interior debe ir siempre
perfecta, por si tienes un accidente y te llevan al hospital.
-Mira qué previsora la
mujer.
-Mucho. Pues eso, que
ahí estaba yo en el lounch del hotel.
-Se dice loungch,
porque lo he visto escrito.
-Vale, en el loungch,
divina de la muerte. No había un trabajador o cliente que no me hubiera puesto
el ojo encima.
-Me lo imagino.
-Y veo que se me acerca
un tipo de mediana edad, muy correcto y bien vestido, eso sí, pero de mediana
edad. Como pasando los cincuenta.
-¿Cincuenta? Mayor para
ti. Cinco años arriba son demasiados.
-A eso iba yo, que
sabes lo que me cuido, que no hay una crema revitalizante que no haya probado, mi
gimnasio, mi espá, mi personal trainer.
-Ese me lo tienes que
pasar. Mira que está bueno.
-Olvídalo, me han dicho
que es guei.
-¿También? ¡Joder qué
panorama! Otro mariquita que nos hemos perdido, vaya un derroche.
-Lo que te decía. Que
sabes que yo con mis cuarenta y cinco paso por una de treinta y pocos.
-Pero muy pocos, más de
una quisiera ese tipo tuyo.
-Y estas tetas. Que mi
buena pasta me han costado.
-Esa clínica es cara
pero una estrella. Ya ves qué pronto y bien me hicieron los labios.
-Sí, y lo suaves que
están.
-No veas cómo he ganado
con ellos. A los tíos les pone unos labios gruesos, sobre todo cuando toca
meterse por la boca un buen equipamiento.
-Yo me muero de gusto
cada vez que me besas, amor.
-A mí lo que me pone es
el tacto de tus tetas. ¡Tan distinto a las mías!
-Eso es porque las
tuyas son naturales. Para mí quisiera yo tu talla.
-Pero el tacto… me
recuerda a los cojones de un amante que tuve, se le ponían así de duros.
-¿Al francés aquel del
año pasado?
-No, a ese le faltaba
uno. Cáncer testicular. Hablo del somalí.
-¿El del top manta?
-Eeese. La música era
mala, pero el tío estaba de morirse.
-A veces me gustaría
ser como tú, que no le haces ascos a nada.
-A nada no. A nadie.
-Lo sé, amor. Pues eso,
que el tipo ese era el del Chiitic. Con su flor violeta en la chaqueta como
habíamos quedado.
-Un clásico.
-Sí. De Armani
impecable. Camisa Versache, pañuelo al cuello, zapatos a juego con el cinturón.
Es que si no viene así de elegante me levanto y me largo, que el disfraz hace
al monje.
-El hábito.
-Pues lo mismo. El caso
es que se presenta
-Querrás decir ser
representa. ¡Como ya os conocíais!
-Tienes razón, nos
representamos. Pedimos unos gin y comenzamos a hablar de bobadas para romper el
hielo. Después, de nuestras cosas. Relaciones anteriores, hijos.
-¿Tenía hijos?
-No.
-Mejor. ¿Viudo,
divorciado?
-Viudo.
-Ehm… Esos no la
olvidan nunca.
-Ese sí. Era la segunda
y habían pasado cinco años.
-¿La segunda esposa o
la segunda viuda?
-Ambas.
-¡Leches! ¡Cuidado que
te entierra!
-Así pensé yo, pero
esto no es lo peor.
-O sea, que otra cita
sin sexo. Chica, eres una estrecha. Con las habitaciones increíbles que tiene
el hotel. Recuerdo la cuatrocientos veinte
-¡Estrecha no!
¡Selectiva! Tú te tiras a todo lo que se mueve, pero otras tenemos más clase.
-Claro, por eso te
derrites cada vez que te beso y te toco.
-Contigo es distinto.
Son tantos años juntas…
-Y que sé lo que te
gusta.
-Eso también. Bueno,
como te iba diciendo, yo divina de la muerte y el tío con su charla, muy
correcto.
-¿Tiene calva?
-No, no. Qué va. Un
pelo negro ondulado, repeinado. Ojos castaños, manos algo velludas.
-Entonces no es de los
que se depilan.
-No lo creo. Además
sabes que me desagrada, los hombres tienen que parecer hombres. No muñecas.
-Pues a mí me da lo
mismo. Mientras eso esté erguido.
-Sí, sí. Lo sé. A ti un
buen polvo y lo demás te sobra todo.
-Para polvo el de la
habitación cuatrocientos veinte. Tienen unos sofás que ni te imaginas lo que se
puede
-Mejor no me lo
cuentes. ¿Otro café?
-Que te mueres de
envidia, boba. Sí, el último.
-También. Pero como te
iba diciendo, hablamos de nuestras cosas. Nada serio no te vayas a pensar que
nos confesamos.
-Me hago cargo.
-Pues sí, que al último
le faltó arrodillarse y pedirme la absolución.
-Mujer, un poco de
piedad, dijiste que había abandonado el sacerdocio. Las costumbres no se
pierden así como así.
-Desde luego, pero
tanto.
-Nunca me he tirado a
un cura. Mira por dónde.
-Por donde todos,
supongo. Y será porque no se te ha presentado la oportunidad, si por ti fuera.
-No quedaba uno en el
convento, te lo aseguro.
-Monasterio.
-Pues eso.
-Sigo.
-¿No suena el teléfono?
-¿Qué? Ah, es verdad.
Tengo el volumen tan bajito que me despisto.
-¿Otra cita?
-¡No! ¡El pesado del
que estamos hablando!
-Es presistente… o eso.
-Sí, un pesado. ¡Ya le
dije que me olvidara!
-Denúnciale.
-¿Qué?
-Que le denuncies por
acoso. Es la forma más fácil de quitarse a un hombre de encima en este país.
-Ya, pero es demasiado
lío.
-¡Qué va! Mucho más
cómodo de lo que te imaginas. Te acercas a la policía, les cuentas lo que te dé
la gana, y con el registro de las llamadas te basta.
-¿Y tú cómo sabes
tanto?
-Porque lo he hecho. En
dos ocasiones.
-¿Dos?
-Sí. Primero con el
madrileño.
-¿El que te pidió
matrimonio?
-El mismo. Matrimonio,
¡a mí!, que siempre hice lo que me dio la gana. No estoy yo para ataduras. Un
machista, eso era. Sólo un machista te quiere como esposa. Para que le hagas de
chacha y de puta todos los días del año. Y luego te la pegue con la primera
fulana que se le ponga a tiro.
-¡Mujer, me dejas de
piedra!
-Ya te digo.
-Cariño, cuánto has
tenido que sufrir.
-Mucho, no te haces
idea.
-Ven, que te dé un beso
mi amor.
-Déjame que te cuente,
necesito desahogarme. No veas el peso que tengo con este asunto.
-Te entiendo. ¿Pero
cómo es que yo no sabía nada?
-Estabas fuera. En
aquel crucero que hiciste por el mediterráneo.
-Ahhh, ahora entiendo
por qué no tuve noticias de ti. Y yo que pensaba que era por culpa de las
comunicaciones del barco.
-Pues no… Estaba pasando
un tormento y no quería estropearte el viaje.
-Desahógate mi amor.
Para eso estoy yo.
-Con el segundo aún fue
peor. ¿Recuerdas aquel italiano rubio?
-¿El que trabajaba en
la pastelería?
-No, ese se marchó de
España. Estaba harto de lo frías que son en este país las mujeres.
-Ahí le doy la razón.
-Pues sí. Pero el
italiano que digo es otro. También rubio, trabajaba en el bar Le Chic.
-Ah, ya me acuerdo.
Bello, bello.
-Tampoco te pases,
guapo sí, pero tanto…
-Me refiero al bar. Es
precioso.
-Ah, vale. Pues sí, el
bar está muy bien. Pero el camarero desnudo mucho mejor. No te creas.
-Así que también te lo
hiciste con él. No me dijiste nada.
-Tampoco hay que
contarlo todo, que una es discreta.
-Poco, cariño. Tú eres
una zorra muy indiscreta.
-Vale, tienes razón. Y
con aquel más zorra que nunca. Jamás me han follado tan bien.
-¿Ni siquiera el
andaluz? ¡Dijiste que aquel era una maravilla!
-Nada. Supongo que
hablas del sevillano.
-¿No era de Cádiz? De
Barbate. Me enseñaste un par de fotos en el móvil. ¿Recuerdas?
-Ahhh, es verdad. ¿Cómo
se llamaba?... No sé, lo he olvidado. Eso es que no era gran cosa. Pensaba que
decías el sevillano morenazo, ojos grandes. Todo grande. El mejor español que
me he tirado. Es que andaluces hubo varios y me despisto. Aunque como el
sevillano ninguno.
-Andaluces,
castellanos, catalanes, franceses, suecos. Has tenido de todo cariño. Deja algo
para las demás.
-A los catalanes. Esos
te los dejos todos, no tuve suerte con ninguno. Más preocupados de la política
que del asunto. Pero tampoco exageres, me quedan muchos países. Y los italianos
ya quedan vetados.
-¿Por el asunto del
rubio?
-Sí. Me hizo sufrir
mucho el cabrón.
-Mi amor, y yo sin
enterarme. ¿Para qué estamos las amigas si no es para ayudarnos?
-Porque me daba pena
estropearte la aventura con el empresario griego. Para una vez que te remangas
y te vas de viaje con un hombre, ¡tú sola!
-Y yo echándole la
culpa al barco.
-Pues no. Yo estaba
pasando un calvario.
-¿Y qué ocurrió? ¿Te
pegó o algo así? ¡El desgraciado seguro que te pegó!
- ¿Qué va? ¡A mí no hay
hombre que me ponga la mano encima!
-Tanto como eso…
-Ya me entiendes. Sólo
para lo que yo quiero. ¡Faltaría más!
-Eso sí. Aunque parece que el italiano no lo hizo tan
bien después de todo.
-El italiano lo hizo
genial. Ya te he dicho que nunca me han follado mejor.
-¿Entonces?
-¡Que tenía novia el
muy cabrón! No sé cómo se enteró la muy zorra y el tío me dejó plantada. ¡A mí!
¡Que ninguno me ha dicho una palabra más alta que otra!
-Vaya jodienda.
-Por eso mismo. Porque
se acabó la jodienda tuve que darle un escarmiento. A él y a la puta de su
novia.
-Muy bien. ¿Y cómo
hiciste?
-Lo que te digo
querida. Denunciarle por amenazas.
-¿Por amenazas? ¿Eso se
puede hacer?
-Sí, ningún problema.
-Pobrecita, cuánto has
tenido que sufrir. Ven, que te dé un beso.
-Espera espera. Que te
cuente.
-Ah sí. ¿Y cómo te
amenazaba? ¿Con qué? ¿No sería con algún cuchillo del bar? Ahora que lo
comentas, tenía pinta de carnicero.
-¡Pero qué dices! Ese
veía un cuchillo y le temblaban las piernas. Y no digamos la sangre, se
mareaba.
-¿Y cómo fue?
-Que era todo mentira.
Lo hice para joderle.
-Ah, ya entiendo.
Venganza.
-Sí. Contra él y su
novia. Que se jodan pero no ha nacido el hombre que a mí me deje plantada.
-¿Y funcionó?
-Mejor de lo esperado.
Esta ley que hicieron esos gilipollas es una maravilla. ¡Estamos blindadas!
Tres años de cárcel y dieciocho mil euros de indemnización por daños morales.
-¿Dieciocho mil? No
está mal por una mentira.
-Y mi teatro. Que lo
mío me costó fingir.
-No tanto. ¿Y su novia?
-No sé qué fue de ella.
Se marchó del país. Oí decir que escribió una carta al periódico maldiciendo
que éste era un país de feministas resentidas y malfolladas.
-¡Ah no! ¡Malfollada tú
no!
-¡Ya te digo! Me sentí
insultada, pero bueno. Con el dinero me conformaré, sabes que soy flexible.
-La pobre, casi la
entiendo un poco.
-¡Cómo que pobre! ¿Y yo
qué? Su novio era mío. Que se joda. Mira, con ese dinero me compré la moto.
-¿La Harley?
-No, esa es más cara.
La pagué de mi bolsillo. Digo la bemeuve.
-¿La azul?
-No, esa es Honda. La
verde. La Honda fue un regalo de un amante rico, pensó que me iba a ir con él.
¡Por una moto!
-Chica, tienes tantas
que me lío. Con el miedo que a mí me dan no sé cómo te gustan tanto.
-He de reconocer que a
mí también. Pero estoy harta de tanto machismo. ¡Es un acto de reivindicación!
-¿Otro café?
-El teléfono.
-¿Qué? Ah, mi Ayfon de
nuevo. Míralo tú, a ver quién es. A mí ya me da pánico.
-Déjame ver… ¿Jesus and Mary Chain? ¿Pero esto qué es?
-¡Ahí lo tienes! ¡Otra
vez él!
-¿Se llama así?
-¡Qué va! Su nombre es
George.
-Ah, me gusta.
Sofisticado. ¿No será un aristócrata? ¿Tiene dinero?
-Sí, mucho. Lo heredó
de su segunda esposa. Una ricachona que heredó la fortuna de su marido cuando
murió.
-¡Leches! ¡Qué
historial! No me extraña que lo quieras lejos.
-No, si no es por eso.
A mí sabes que esas cosas no me dan yuyu.
-¿Entonces? Si es rico,
educado, sin hijos, libre, con pelo… ¿cuál es el problema? ¿Es un enano, le
falta una pierna o algo así? Porque si no… ¿Impotencia?
-A eso no te puedo
contestar porque no lo sé.
-Claro, qué cosas
pregunto. Viniendo de ti.
-Enano, no. Creo que
pasará del metro ochenta. Y por fuera tiene todos los miembros.
-Tú pásame su teléfono
que del miembro oculto me ocupo yo y luego te cuento.
-Mujer, es que no te
cansas.
-No querida. Teniendo
el problema de dinero resuelto, yo estoy aquí para pasármelo bien. Ya llegará
el día en que este cuerpo de vicio no lo quieran ni los gusanos. Pero hasta
entonces, mejor que se lo coman otros. ¡A darle cuerda!
-Cuerda, cuerda.
Pareces un yoyó con tanta cuerda.
-Pues tú una peonza
querida. Vueltas y vueltas a lo mismo. Total para caerte.
-Es que… ¡cuesta tanto
decidirse!
-Qué va a costar. Lo
que ocurre es que eres muy insegura. Tú líate con él, que a ti te van los
noviazgos largos y por lo que cuentas ese tiene pinta de serlo. Si luego no
funciona, ¡puerta! Porque de casarte ni se te ocurra, que estamos muy bien así,
de liana en liana.
-De liana en liana
estás tú. Que yo ni sé el tiempo que hace que no me subo a un árbol.
-Pues por eso mismo.
Devuélvele la llamada, quedáis. En el Platz otra vez, hazme caso. La
cuatrocientos veinte.
-¡Ay, no insistas! ¿Con
este ni a tomar un té? Por cierto, ¿quieres uno? El café ya está frío. Yo otro
café no puedo, últimamente tengo unas migrañas insoportables.
-No me extraña. Un día
te va a reventar la cabeza con tanta duda. Lo que te digo, una peonza. Los
hombres son para usar y tirar. Haz como yo, suéltate esa educación reprimida.
-Usar y tirar, ya me
gustaría a mí.
-En realidad, agitar,
usar y tirar. Ya me entiendes.
-Sí, claro que te
entiendo. ¿Y de verdad te lo metes en la boca?
-En la boca y en todas
partes, querida. A mí me gusta todo. Imaginarás que con tantos amantes no hay
postura que no haya probado. Mientras sea yo la que mande… La vida es para
disfrutarla, y si puede ser a lo grande tanto mejor. ¡Uy, las seis! ¡Qué tarde
se me ha hecho! Tengo que irme, ¿vienes?
-¿A dónde?
-A recoger un collar en
Dino´s. Lo encargué la semana pasada, me avisaron que ya está.
-No sé… ¿Y si me
encuentro al pesado?
-¿A George? ¿Pero
conoce tu dirección?
-Sí, él me dijo que
vivía en el Paseo Transilvania
-¿Transilvania?
Entonces es rico de narices.
-Claro, y yo no iba a
ser menos. Tampoco aquí viven los pobres.
-Ah no, no. Eso quedó
atrás. Enterrado. Qué te voy a decir, tú misma. O le denuncias por acoso, si
quieres yo voy como testigo, o quedas con él. O mejor, qué narices, si lo vemos
preséntamelo. Ya le hago yo una entrevista en profundidad.
-Me imagino. En la
cuatrocientos… ¿qué?
-Cuatrocientos veinte.
Es una idea, sí.
-Vale, voy contigo.
Pero como aparezca yo te lo suelte y ahí te las apañes.
-Descuida.
-¡Cósimaaa! ¡Recoge
estooo! ¡Nos vamos!
-Chica, cada vez que te
oigo pronunciar su nombre me da la risa.
-A mí también me costó.
No creas que fue fácil. La pobre, las hay que han nacido para sirvientas hasta
en el nombre.
-Ahora que lo dices, la
mía se llama Prímula. Tienes razón, no podía ser otra cosa.
-¡Cósimaaa, nos vamos!
C
-Adiós señorita
Raqueel!
-¡Rachel, te digo que
me llames Rachel!
-¡Lo que yo he dicho,
amaa!
-Ay por dios, y luego
me dicen que no tengo paciencia. ¡El cielo tengo ganado con esta gente!
-Podían formar un dúo,
Cósima y Prímula.
-Calla no sigas, que
nos va a oír. No sé si cambiarme de zapatos, ¿a ti qué te parece?
-No te hace falta, tú
siempre estás estupenda. ¿Son nuevos?
-Sí, de Estrella Guash.
¿Te gustan?
-Preciosos.
-Sal, que cierro. Pues
chica, yo no sé cómo lo consigues, porque yo es la tercera sirvienta que tengo
en menos de dos años.
-Porque a mí me da igual
un poco mejor o peor. Lo que yo quiero es no hacer nada. Que bastante hemos
trabajado para llegar hasta aquí. ¿No te parece? No vuelvo a ser camarera ni
por la vida.
-Ni yo cajera. Eso sí
que es un suplicio, todo el día cobrando artículos que yo no podía comprar. Los
supermercados maltratan a la gente.
-Los clientes, esos son
lo peor. Ni sé las veces que se me han insinuado, pedido el teléfono o esperado
a la salida del trabajo. Y que no apareciera la mujer de alguno, que la
teníamos gorda. Así que ahora, nada de nada; nos merecemos todo lo que tenemos.
La suerte hay que ganársela.
-Estoy contigo. ¿Cómo
cambia la vida el dinero, verdad? Hoy eres tú la que puede permitirse ser una
buscona.
-Pues sí, no veas cómo me ha crecido la
oferta.
-No sé… Tenía que
haberme cambiado de zapatos. Malos para ir andando.
-¿Andando? Pero qué
dices. Llamo a mi chófer que para eso está. Debe andar por ahí dando vueltas
esperándome.
-¡Que sólo son dos
manzanas!
-¡Como si es una
naranja! ¿De qué sirve tanto dinero si los demás no lo notan?
-En eso tienes razón.
-¿Bastián? Soy yo. Ven
a buscarnos a la Calle Los Mártires. A la altura del número 52.
-No creas, dicen que
caminar es muy sano.
-Y lo será. Pero yo ya
he hecho muchos kilómetros de camarera. ¿Has visto qué fácil? Una llamadita y
listo. A esperar.
-Ya, ya.
-Oye, y ese tal George,
¿no te ha preguntado a qué te dedicas?
-Sí, por supuesto. Nada
más empezar a vernos.
-A veros por el
ordenador…
-Sí claro.
-Pues eso no es veros,
es… otra cosa.
-Nada, que eres una
antigua. Y no te creas está muy de moda.
-Sí, he oído hablar de
los grupos sociales esos.
-Redes sociales. Las
hay de todo tipo.
-Ya, pero lo que más
para ligar. Mucha hipocresía es lo que hay. Yo al menos soy directa. Veo un
hombre que me gusta, le entro, nos acostamos. Adiós. Por supuesto no se me
ocurre decirle dónde vivo como a ti. Y la mayoría no saben ni mi nombre. Si hay
que llamar, ya lo hago yo. Es la mejor forma de desaparecer.
-Vamos bajo ese toldo
que tengo frío.
-Vale. Eso es porque
estás muy delgada.
-Me encanta esta
tienda. Tiene cosas maravillosas.
-Y a mí. Aquí me compré
mi bolso marrón.
-¿El Buitón?
-No. ese fue…
Precisamente en la Avenida Transilvania. Donde vive tu amigo.
-No es mi amigo.
-Tu pesado.
-Eso sí. Las mejores
butics de la ciudad están ahí.
-Y que lo digas. ¡Mira,
como ese! ¿Lo ves?
-¡Ah sí! El que está al
lado del pañuelo de caschamire.
-Eh, ahí está mi
chófer. Vamos.
-Vamos que tengo frío,
sí. ¡No sabía que habías cambiado de coche!
-El color, no me iba
bien con nada. Entra, tú primera.
-Qué bonita tapicería.
-¡Échate pá llá! Piel
escocesa. ¿Te gusta?
-Mucho. Qué tacto más
suave.
-Como tus tetas,
querida.
-¡Calla, por dios!
-¡Bastián!, llévanos a
Travesía los Pintores.
B
-Buenas tardes señora. ¿Los
Pintores?, de acuerdo señora. ¿Dónde quiere ir?
-A Dino´s.
B
-¿Dino´s? Eso es
Travesía los Actores, señora.
-Pintores, actores, qué
más da. Son todos unos perdedores. Tú llévanos a Dino´s.
B
-Como quiera señora.
-Y cierra el cristal.
B
-Como ordene, señora.
R
-Ay amor, igual que en
las películas. Un cristal separador.
-Sí, chica. No me gusta
nada que nos oiga el servicio. Son todos unos cotillas.
-Ahí te doy la razón.
Mi última sirvienta estoy segura de que me espiaba los cajones.
-Me lo creo. Todas son
iguales. ¡Donde falta educación!…
-Oye, ¿y qué fue de
Vero? Me contaron que se casó.
-Ay sí, chica. ¿No lo
sabías? Con un jugador de póker por internet. Otra vez el internet, ya ves.
-¿Qué me dices? Mira
que era vulgar, y sin embargo, ahí la tienes. Ella con marido y yo a verlas
venir.
-Pues sí. Bueno, vulgar
y un poco putón, ya sabes que eso ayuda mucho.
-Eso debe ser, sí.
Porque ni tenía estilo, ni figura, ni sabía estar.
-Nada. Por favor, tú le
das mil vueltas en todo.
-Un horror de mujer, lo
que digo.
-¿Trabajó contigo, no?
-En el supermercado, sí.
Pero en caja apenas estuvo un mes. Enseguida la pasaron a reponedora. Era muy
zafia con la gente.
-Hasta que conoció al
tío ese.
-Sí. Y mira, casadita.
-La vida, que da
pañuelo al que no tiene mocos.
-Las hay con suerte.
B
-¡Señora! ¡Ya hemos
llegado!
-¡Vale!
-Te dije que no merecía
la pena venir en coche.
-¿Con tus zapatos?
Venga, sal y no protestes.
-Voy, voy.
-Bastián, espéranos por
ahí.
B
-Como ordene, señora.
Por aquí andaré.
-¿Te has enterado?
Dicen que nos van a subir los impuestos.
-¿Otra vez?
-Sí, sólo a los ricos.
Cuidado con el escalón.
-Este maldito gobierno
que se las quiere dar con los pobres.
-Pobres y vagos, porque
a ti y a mí nunca nos dieron nada. A trabajar todo el puto día como negras.
-Chica, parece que nos
persiguen. Antes trabajando y ahora porque tenemos algo de dinero, siempre
pagamos los mismos. Este país nunca va a salir adelante con tantos impuestos.
-Yo estoy por
gastármelo todo antes de que me lo robe el gobierno.
-¿Novecientos mil
euros? Qué difícil, eso es mucho gastar. ¿O vas a vivir otros cien años?
-Es por aquí, ven. Lo
difícil era no gastar y seguir viviendo.
-A mí me lo vas a
contar. Me he pasado la vida arañando la cesta de la compra para llegar a fin
de mes. ¡Yo, que trabajaba en un súper y tenía que mirar siempre el precio más
bajo!
-Y yo, que si no es por
las propinas… A ver de qué voy a aguantar yo el trabajo de camarera.
-Cuidado con la bici.
-¡Estos críos! ¡Y sus
madres por ahí, pasándoselo bien!
-Unas irresponsables,
eso es lo que son.
-¡Mira, mira! ¡Han
vuelto a cambiar el escaparate! ¿A que es preciosa?
-Ay sí. Me encanta. En
mi calle han abierto una joyería nueva, muy moderna, pero con más adornos que
género. No lo entiendo, un espanto.
-Es que la modernidad
se quiere imponer pero no gusta. Al final, lo clásico es lo único que aguanta.
Como lo de tus grupos sociales, muy modernos todos pero en el fondo buscáis lo
mismo de siempre. Mira ese brazalete, ¿te gusta?
-Sí, maravilloso. ¿Qué
piedras son esas?
-Esmeraldas, creo que
me dijo. Quiero que me digas si me va bien con el collar. Igual me lo compro.
-¿Qué vale? No se ve.
-Ya puedes ir
quitándote esa manía de preguntar siempre el precio de las cosas. No estás
trabajando en el súper. Y es de mal gusto.
-La costumbre, no lo
puedo evitar.
-Veinticinco mil euros
me dijo. No demasiado, la pieza lo luce.
-¿Veinticinco mil? El
sueldo mío de dos años de cajera.
-¡Y el mío sin
propinas! Pero eso quedó atrás. Venga, entremos. ¡Que nos cierran!
D1
-Buenas tardes,
señorita Maggie. ¿Cómo está usted, todo bien?
-Qué hay, buenas
tardes. He venido a por el collar. Me llamaron por teléfono.
-Ah sí. Un momento,
entro al taller y pregunto. Pueden mientras tanto ir mirando por ahí lo que
quieran. Le recuerdo que hemos traído una colección nueva. De un joven
diseñador, Kristof Clamer, estoy seguro de que les va a encantar. Si lo
prefieren pueden sentarse en la mesita. ¿Las señoritas querrán un café, un té,
una infusión?
-Para mí un té, ¿y tú
Rachel?
-Yo también.
-Dos tés.
D1
-De acuerdo. Ahora
mismo mando que se lo sirvan, acompañado de unas deliciosas pastas, ya verán.
-¿Desde cuándo te
llamas Meggie?
-¿No te gusta?
Margarita era demasiado corriente. Para nuestra nueva posición, un nombre más
apropiado. Como tú, Rachel querida.
-Ya, claro.
-¿Ves Rachel? Nada como
el dinero.
-Pues sí, esto es
vivir, Maggie. No lo de antes, que en una tienda así me daba vergüenza hasta
mirar el escaparate.
-Y todavía decían que
debíamos estar contentas por tener trabajo, manda narices. La de bobadas que
tiene una que oír.
-Claro, ya ves por qué.
Para que no supiéramos cómo se vive siendo rico. Así nos mantienen callados.
-Eso es. Para que no
sepamos qué es buena vida de verdad. Y esto sí es buena vida. Comprar sin
importar el precio, tener una buena casa, un coche potente.
-Sin que importe el
consumo.
-Sin que importe el
consumo… ¡Y con chófer!
-Viajar.
-Viajar, mejor cuanto
más lejos.
-Yo al principio me
conformaba con llenar el carro sin ir sumando para no pasarme con el gasto.
-No mirar las ofertas.
-Ahora hago que me lo
lleven a casa, y encima es gratis por compra grande. La vida está hecha para
los ricos.
-Está hecha por los
ricos. Ellos la disfrutan, los pobres la sufren.
-Olvidarse del dos por
uno, segunda unidad a mitad de precio, diez por ciento de regalo, marca blanca…
Siendo cajera, a mí me lo vas a decir.
-Fuiste cajera, Rachel.
Y dirán lo que quieran esos mentirosos pero la calidad no es la misma. Ni de
lejos.
-Ah por supuesto que
no. Que salen de la misma fábrica sí, pero con calidad más baja.
-Todo es una mentira
para que nos conformemos con nuestra miseria.
-Y nadie como nosotras
para poder decirlo, que hemos estado en los dos lados. Mírame ahora, de llevar
gafas compradas en el chino a operarme los ojos.
-Y yo, que tenía la
boca destrozada y hoy luzco dientes nuevos. Hasta la sonrisa está más linda. Han
sido los treinta mil euros mejor gastados desde que nos tocó el premio.
-Seguro que sí. Te lo
merecías Maggie.
-¿Y las medicinas? Con
ese cuento de los genéricos igual que con las marcas blancas. La salud sólo
para los que puedan pagarla.
D2
-Perdón señoritas. Les
traigo su té.
-Gracias.
-Uhm… que aromático.
-Claro, como que es
importado directamente de la india. ¿No pensarás que te van a poner en una
tienda como esta esas bolsitas que venden en el súper?
-No, claro que no. Aquí
hay otro nivel.
-Como siete pisos más
arriba del nivel en el que estábamos.
-Nivel suelo, qué digo,
subsuelo.
D1
-Ejem, discúlpenme.
Señorita Maggie, ahora mismo le sacan su pedido. El señor Marc en persona desea
hacerlo. Es usted afortunada.
-¿Y quién es ese?
D1
-¿No lo conoce? El
propietario de esta cadena de joyerías. Sabrá que estamos en más de veinte
países en los cinco continentes. Ha tenido usted la suerte de que hoy el señor
Marc esté aquí. En un momento sale.
-Vale, espero.
-Qué chico más fino.
-Aquí no puede ser de
otra manera.
-Y qué bajito habla.
-La gente educada no
grita, Rachel.
-Los que tienen todo no
gritan porque no lo necesitan. ¿Te hacía alguien caso en tu bar si no gritabas?
-Eso es cierto. Pero
gusta pasar de servir a ser servido, ¿no?
-Ayyy, pues siii… Era
guapo el dependiente ese.
-¿Te has fijado?
-Como para no hacerlo.
Menudos ojos.
-Verdes.
-¿Verdes? Ya decía yo
que llamaban la atención.
-Lo que llama la
atención es su culo.
-Tú siempre con lo
mismo.
-Oye, que esta vez has
sido tú la que ha sacado el tema. Yo ya me lo tengo visto. Por fuera y por
dentro.
-¿Cómo? ¡No querrás
decir que a este también te lo has metido en la cama!
-Chsss, baja la voz
mujer. Que aquí todos son espías. Y no era en la cama.
-Es que… no dejas de
sorprenderme.
-Pero qué quieres, ¿que
haga como tú?
-Cariño, que nosotras
tenemos ya una posición. Somos gente jai cualiti, que se dice. Gente Bip, como
se llama ahora. Date cuenta cómo nos han tratado, porque se nota que tenemos
estilo. En el fondo eso ya lo llevábamos dentro, nos faltaba la oportunidad de
demostrarlo.
-Ya, pero una cosa no
quita la otra. Y el tío está buenísimo. A ti te iría bien mi profesor de
pilates, ese sí es de los tuyos.
-¡¡Joder!!
-¡Chica, pero qué
haces! ¡Te has tirado el té por encima!
-¡Vámonos, vámonos de
aquí!
-¿Cómo que vámonos? No
podemos, tienen que sacarnos mi collar. Y baja la voz, me vas a avergonzar.
-Que está ahí.
-¿Quién?
-El del pañuelo al
cuello que viene con la bandeja.
-¿Ese señor? ¿No me
digas que ese es tu xilófago, George?
-El mismo… Siii.
Vámonos.
-No podemos, creo que
viene hacia aquí.
-Tierra… trágameee.
-Pues ya es tarde. Nos
ha visto y sí, viene para cá.
-Joder joder joder.
-Tú déjamelo a mí. No
me habías dicho que era tan guapo. Y parece todo un caballero.
-Calla.
M
-Hola buenas tardes.
Usted debe ser Maggie.
-Sí, sí. Yo misma.
-Hermoso nombre.
-¿De verdad? ¿Le gusta?
-Mucho. Además, mi
abuela materna se llamaba así, por lo que le tengo un cariño especial. Al
nombre, quiero decir.
-Claro, claro, le
entiendo.
-Perdone, no me he
presentado. Me llamo Marc, y soy el director gerente de esta humilde joyería,
para servirla. Me han hablado muy bien de usted. Me dicen que es una de
nuestras mejores clientas.
-Gracias, gracias. Eso
es porque tienen cosas muy bonitas.
-Gracias a usted,
señora, es muy amable. Mire, aquí le traigo su encargo. ¿Qué le parece? Espero
que sea de su agrado.
-A ver… Ay sí, sí. Es…
es precioso.
-Me alegro, señorita.
-¿Tú qué dices, Rachel?
-A mí… A mí me parece
bien. Sí.
M
-Pues si a las dos
mujeres más hermosas de la tienda les gusta, creo que está conseguido. Por
cierto, creo que a esta señorita tan elegante que le acompaña yo la conozco.
-No sé…
-Sí, sí. Estoy seguro.
Nos vimos hace algunos días. Soy buen fisonomista, comprenderá que dirigiendo
un negocio como este uno ejercita su memoria visual.
-Ya, supongo…
-Sí, sí. No tengo duda.
Le he llamado en varias ocasiones.
-¿Ah sí?
-Ajá. Quería devolverle
una cosa.
-¿A mí? ¿Usted?
-Sí, sí. Se le cayó del
bolso el día de nuestro último encuentro. Bueno, el último y único, porque no ha
querido usted saber nada de mí desde entonces.
-Es que… He estado muy
ocupada.
-No se preocupe. La
entiendo. Cada uno tenemos nuestras obligaciones. Bueno, miren, yo les dejo la
pieza aquí para que se la vaya probando la señora si lo desea. Permítame que le
diga que esta clase de joyas, de alta joyería, son para degustar. Y a usted
Rachel, le entrego el papel que perdió ese día. Por eso la llamaba, supuse que
querría recuperarlo. Me pareció que era de importancia para usted. Yo me vuelvo
al taller a tratar unos asuntos. Me llaman cuando quieran. Mi nombre para los
amigos es George. Marc sólo para los negocios, más corto y formal. Seguro que
me entienden.
-Claro, claro.
-Espero que el té sea esté
correcto.
-Sí… Sí… Perfecto.
-Me alegro.. Hasta
luego… Damas.
-Adiós.
-Adiós.
-Joder, tía. Me ha
reconocido. Qué vergüenza.
-Pues mira, ahora que
lo he visto de cerca, creo que este también podía haber sido tu tipo. ¿Se puede
saber de qué huías?
-Me pidió otra cita.
-¿Y?
-Me asusté. Yo no soy
tan lanzada como tú.
-¡Por dios de la vida!
Es precioso, ¿verdad?
-Sí, mucho. Todavía me
late el corazón a cien.
-Eso es porque estás
muy delgada.
-Y dale con lo de
delgada. Me late porque no sabía dónde meterme. ¡Qué humillación!
-Oye… y ese papel que
te ha devuelto, ¿qué es tan importante?
-Bueno… No te lo vas a
creer.
-Prueba.
-Un canjeable de
cincuenta puntos que había completado para el súper. ¡Mira, mira, te regalan
una sartén!
© CHRISTOPHE
CARO ALCALDE
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