martes, 2 de octubre de 2012

VALES DE DESCUENTO (relato corto... alargado)




VALES DE DESCUENTO


-Xenófagos, babosos y caraduras, eso es lo que me encuentro.
-¿Xenófagos?, será xilófagos.
-No sé… Vamos a ver en el diccionario…
-¿Dónde has comprado este café?, está muy bueno.
-¿Te gusta?
-Me encanta. Qué aroma. Uhm… y qué negro.
-De una tienda nueva que han abierto en el barrio. Esquina con Virgen del Placer Hermoso.
-Ah, la he visto. Pero creí que era una tienda de electrónica.
-Sí, la gente la confunde. Tiene una estética muy actual. Este barrio está renovándose mucho, cariño.
-A mejor, qué buena idea tuviste viniéndote aquí. Compraste a tiempo, ahora todo vale el doble.
-Y que lo digas, amor. Aquí está, xilófago… no. Bichos que se comen la madera.
-Fíjate, y yo que pensaba…
-Xeno… xeno… xenotrasplante… ¿Eso es lo que se ha hecho Patricia, no?
-¡Qué va! Patricia se ha operado los labios. La que se ha puesto senos ha sido Fabiola.
-La pobre, no vale nada. Da igual que se ponga xenos de esos que la cara entera. No tiene remedio. ¡Mira, aquí está! Xenófobo… ah… pero esto significa otra cosa. ¿Cómo se llama a los hombres que odian a las mujeres?
-No lo sé. ¿Hay alguno? ¿Odiosos tal vez? De odiar, odiosos. ¿No?
-¿Odiosos? Ah bueno, eso será. ¡Porquería diccionario! Qué vas a esperar, escrito por hombres. Como todo.
-Es que hay un machismo horrible en este país.
-Tremendo, sí. ¿Unas pastas?
-Me gustaría, pero me estoy cuidando. He bajado setecientos gramos esta semana.
-No me creerás, pero te lo había notado.
-¿Verdad?
-Como lo oyes. Por las pastas no te preocupes, son laig. Como el café.
-Ah, entiendo. ¿Se dice laig o lait? Es igual. Pero cuenta, cuenta, ¿cómo te fue en tu última cita? No pareces contenta.
-¿Contenta? Lo que estoy es cabreada. ¿No pruebas las pastas? Tienen mucha fibra.
-No, no. Pastas no. Quiero volver a la talla treinta y ocho.
-Pero que son laig, mujer. Ni azúcar ni nada, todo fibra. Muy buena para ir al baño, lo dicen en la televisión. Mira aquí lo pone.
-Lo sé, lo sé. He leído la caja. No como nada sin saber sus calorías. Si tuviera tu tipo me la zampo entera. Pero algunas no tenemos tanta suerte.
-No te creas, que mi sacrificio me cuesta.
-No seas exagerada, tú siempre estás en tu peso, querida. Desde que te conozco no has pasado de una cuarenta. Y hace… veinte años.
-¿Veinte?... Quince más veinte, treinta y cinco. No amor. A ver… ¡treinta años! ¡Cómo pasa el tiempo, una barbaridad!
-¡Treinta! Qué horror. Pero nadie lo diría, ¿verdad? Estamos tan estupendas como siempre. Yo diría que más.
-Mira, yo creo que sí. La madurez bien conservada es un añadido.
-Lo que digo, más estupendas que nunca.
-E igual de solas.
-Bueno… Dicen que no se puede tener todo. Afortunadas en el juego… ¿cómo era aquello?
-Desafortunadas en amores. Esa parte me la sé bien.
-Ah sí. Pues eso. No te creas, yo no cambio mi mitad en el euromillón ni por un millón de hombres.
-Toma ni yo. Que el dinero da la felicidad y los hombres te la quitan.
-O te quitan el dinero que viene a ser peor. Yo me he encontrado con cada uno…
-La soledad del rico, ¡qué le vamos a hacer! Somos unas incomprendidas.
-Pues yo no me siento tan sola. Tengo mis perros, mis amigos, mi casa en el campo, los caballos… Siempre estoy rodeada y ocupada. Deberías hacer tú lo mismo, tener más vida social. Dice mi terapeuta que es muy importante relacionarse.
-Sí, también la mía, pero te voy a confesar que estoy un poco cansada de tanto viaje y fiesta. Viendo a gente que no conoces dándote besos, abrazos… Al principio me gustaba, por la novedad. Pero ahora
-No sigas. Hace tiempo que lo veo. Tú echas de menos una pareja.
-Pues sí, cariño. Me fastidia reconocerlo pero sí.
-Por eso vas a todas esas citas a ciegas.
-No son a ciegas. Tenemos primero nuestros contactos.
-Yo no llamaría contactos a eso de internet.
-¡Ay chica! Eres una antigua. Los tiempos cambian. Ahora todo pasa por internet. ¿No te has dado cuenta? La gente se conoce por ahí.
-Eso es para ti, que siempre fuiste muy moderna. Yo prefiero el método tradicional.
-Ya, bares, restaurantes, discotecas.
-Y talleres, cursos… Que también hago cosas serias, no me quites méritos. Todo enriquece.
-Enriquecernos es lo que menos necesitamos, cariño.
-Boba, ya me entiendes.
-Sí. Como el último taller de arte floral, donde el único hombre era el profesor. Ja, ja. Menudo chasco.
-Y que lo digas. Además mariquita, no me lo recuerdes.
-Chica, moderniza tu lenguaje. Ahora se dice guei.
-Lo que quieras, pero un maricón sigue siendo un maricón lo llames como lo llames. Y yo me pasé el taller a dos velas. ¡Con lo que odio las flores!
-¡Pues por eso mismo tienes que entrar en las páginas que te digo! Eres una terca. Te ahorrarías muchas decepciones.
-¿Ah sí? Pues no te veo muy contenta hasta la fecha con tus logros, querida. ¿Cómo fue el último?, aún no me has contado. Parece que quieras evitarlo.
-Está bien, me has pillado. ¿De verdad que no quieres una pasta? Un ochenta por ciento de fibra, mira, mira.
-Que nooo. Lo que quiero es que sueltes. Vamos, dame detalles.
-Uhm… Buenas de verdad. Está bien. Como te dije contacté con él por el Chitic.
-¿La güeb esa que es para gente casada? Esa me pone, un día me tienes que enseñar.
-No, la que dices se llama Infideliti. Y hay más solteros que casados, no vayas a pensar.
-Ah, qué pena. Ya lo digo yo, ahí todo el mundo miente.
-Como en todas partes, cariño. ¿O me vas a decir que tus ligues de discoteca te cuentan verdades como puños?
-No, más bien son mentiras como puñetazos, pero la verdad no me interesa nada. Yo no soy como tú que llevas cuatro años de chiascos.
-Se dice chascos.
-Pues chascos. A mí me basta con pasármelo bien.
-Y sexo.
-Mucho sexo. Querida, las pasiones hay que alimentarlas.
-Ahí te doy la razón. Pero… a mí me cuesta irme a la cama con un desconocido.
-Fíjate, en eso tú eres la antigua. A mí no, nada. Aún te voy a decir, cuanto más desconocido mejor. Compromisos que me evito.
-¿Eso que suena es tu Ayfon o es el mío?
-El mío no.
-Déjame ver… Pues sí, es el mío. ¡Ah no, otra vez el pesado!
-¿Quién, el xilófago?
-El mismo del otro día. Ya le he colgado cuatro veces hoy, y nada, insiste.
-Sólo a ti se te ocurre darle el número de teléfono. Lo que yo digo, mejor acostarse con un desconocido y desaparecer.
-Al final vas a tener razón. Pero no aprendo.
-Pues claro que tengo razón. A mí que me den un buen repaso y me dejen contenta. El resto sobra. Ni cenas, ni paseos, ni siquiera ir al cine. ¿Se pude ir al cine con un desconocido? ¡No por dios! Al cine sólo con íntimos. Nadie más debe saber qué te emociona. Para lo otro, ni siquiera hay que ponerse guapa. Sólo un poco descarada.
-¿Guapa? Debías haberme visto en la cita con el tipo este.
-El xilófago.
-Sí, ese. Yo que me había comprado unos zapatos monísimos, del color azul que tiene la raya de ese sombrero que tanto te gusta.
-¿La pamela de Saint Tropez?
-No amor, esa era de color hueso. Hablo del que compramos juntas en Ginebra. En aquella tienda
-Ah, sí sí. Donde nos atendió aquel muchacho tan mono.
-Y tan guei.
-No me lo recuerdes. Creo que no he pasado más vergüenza en mi vida.
-Pues sí, ja ja. Ahí. Parece te acuerdas bien.
-Como para no hacerlo. Yo insinuándome con mis mejores armas y aparece su novio. Le metió un beso que para mí hubiese querido.
-Eso te pasa porque te empeñas en creer que los gueis lo son porque no te han probado a ti.
-¡Qué guei ni qué joder, ese era un maricón de arriba abajo!
-Ja, ja. Bueno, que yo iba overdresin total, como se dice ahora. Zapatos, bolso, sombrero, todo a juego. Hacía sombra a la mismísima princesa Malizia. Y eso que el día estaba nublado.
-Me lo creo. Conociéndote.
-Como te decía. Después de varias citas en el Chiitic.
-A cualquier cosa le llamas cita.
-¡No seas tan arisca, mujer! Es una forma de aproximación. Pues eso, que había llegado el momento de verse en persona y notar qué sensaciones daba el encuentro. Quedamos en la cafetería del Platz.
-¿El Platz, no estaba cerrado?
-Lo estuvo, pero lo han reinagurado… o como se diga. Ahora lo han subido a cinco estrellas.
-Ah pues yo tengo que ir. Era mi favorito para las citas antes de que se cerrara.
-Querrás decir los polvos.
-Sí eso.
-Pues ahora te va a encantar. Mobiliario, tapicería, cortinas. Todo nuevo. Telas de Doche Gabana, una preciosidad. Aunque modestia aparte, sabes que a mí no me hace sombra ni el mismísimo Dior.
-Lo sé, querida. Lo sé. Por fuera y por dentro.
-Así es. No te cuento cómo me puse por dentro.
-Eso ya me llama la atención, si a ti nunca te ven por dentro.
-Pero la clase es la clase aunque no se vea. Decía mi abuela que la ropa interior debe ir siempre perfecta, por si tienes un accidente y te llevan al hospital.
-Mira qué previsora la mujer.
-Mucho. Pues eso, que ahí estaba yo en el lounch del hotel.
-Se dice loungch, porque lo he visto escrito.
-Vale, en el loungch, divina de la muerte. No había un trabajador o cliente que no me hubiera puesto el ojo encima.
-Me lo imagino.
-Y veo que se me acerca un tipo de mediana edad, muy correcto y bien vestido, eso sí, pero de mediana edad. Como pasando los cincuenta.
-¿Cincuenta? Mayor para ti. Cinco años arriba son demasiados.
-A eso iba yo, que sabes lo que me cuido, que no hay una crema revitalizante que no haya probado, mi gimnasio, mi espá, mi personal trainer.
-Ese me lo tienes que pasar. Mira que está bueno.
-Olvídalo, me han dicho que es guei.
-¿También? ¡Joder qué panorama! Otro mariquita que nos hemos perdido, vaya un derroche.
-Lo que te decía. Que sabes que yo con mis cuarenta y cinco paso por una de treinta y pocos.
-Pero muy pocos, más de una quisiera ese tipo tuyo.
-Y estas tetas. Que mi buena pasta me han costado.
-Esa clínica es cara pero una estrella. Ya ves qué pronto y bien me hicieron los labios.
-Sí, y lo suaves que están.
-No veas cómo he ganado con ellos. A los tíos les pone unos labios gruesos, sobre todo cuando toca meterse por la boca un buen equipamiento.
-Yo me muero de gusto cada vez que me besas, amor.
-A mí lo que me pone es el tacto de tus tetas. ¡Tan distinto a las mías!
-Eso es porque las tuyas son naturales. Para mí quisiera yo tu talla.
-Pero el tacto… me recuerda a los cojones de un amante que tuve, se le ponían así de duros.
-¿Al francés aquel del año pasado?
-No, a ese le faltaba uno. Cáncer testicular. Hablo del somalí.
-¿El del top manta?
-Eeese. La música era mala, pero el tío estaba de morirse.
-A veces me gustaría ser como tú, que no le haces ascos a nada.
-A nada no. A nadie.
-Lo sé, amor. Pues eso, que el tipo ese era el del Chiitic. Con su flor violeta en la chaqueta como habíamos quedado.
-Un clásico.
-Sí. De Armani impecable. Camisa Versache, pañuelo al cuello, zapatos a juego con el cinturón. Es que si no viene así de elegante me levanto y me largo, que el disfraz hace al monje.
-El hábito.
-Pues lo mismo. El caso es que se presenta
-Querrás decir ser representa. ¡Como ya os conocíais!
-Tienes razón, nos representamos. Pedimos unos gin y comenzamos a hablar de bobadas para romper el hielo. Después, de nuestras cosas. Relaciones anteriores, hijos.
-¿Tenía hijos?
-No.
-Mejor. ¿Viudo, divorciado?
-Viudo.
-Ehm… Esos no la olvidan nunca.
-Ese sí. Era la segunda y habían pasado cinco años.
-¿La segunda esposa o la segunda viuda?
-Ambas.
-¡Leches! ¡Cuidado que te entierra!
-Así pensé yo, pero esto no es lo peor.
-O sea, que otra cita sin sexo. Chica, eres una estrecha. Con las habitaciones increíbles que tiene el hotel. Recuerdo la cuatrocientos veinte
-¡Estrecha no! ¡Selectiva! Tú te tiras a todo lo que se mueve, pero otras tenemos más clase.
-Claro, por eso te derrites cada vez que te beso y te toco. 
-Contigo es distinto. Son tantos años juntas…
-Y que sé lo que te gusta.
-Eso también. Bueno, como te iba diciendo, yo divina de la muerte y el tío con su charla, muy correcto.
-¿Tiene calva?
-No, no. Qué va. Un pelo negro ondulado, repeinado. Ojos castaños, manos algo velludas.
-Entonces no es de los que se depilan.
-No lo creo. Además sabes que me desagrada, los hombres tienen que parecer hombres. No muñecas.
-Pues a mí me da lo mismo. Mientras eso esté erguido.
-Sí, sí. Lo sé. A ti un buen polvo y lo demás te sobra todo.
-Para polvo el de la habitación cuatrocientos veinte. Tienen unos sofás que ni te imaginas lo que se puede
-Mejor no me lo cuentes. ¿Otro café?
-Que te mueres de envidia, boba. Sí, el último.
-También. Pero como te iba diciendo, hablamos de nuestras cosas. Nada serio no te vayas a pensar que nos confesamos.
-Me hago cargo.
-Pues sí, que al último le faltó arrodillarse y pedirme la absolución.
-Mujer, un poco de piedad, dijiste que había abandonado el sacerdocio. Las costumbres no se pierden así como así.
-Desde luego, pero tanto.
-Nunca me he tirado a un cura. Mira por dónde.
-Por donde todos, supongo. Y será porque no se te ha presentado la oportunidad, si por ti fuera.
-No quedaba uno en el convento, te lo aseguro.
-Monasterio.
-Pues eso.
-Sigo.
-¿No suena el teléfono?
-¿Qué? Ah, es verdad. Tengo el volumen tan bajito que me despisto.
-¿Otra cita?
-¡No! ¡El pesado del que estamos hablando!
-Es presistente… o eso.
-Sí, un pesado. ¡Ya le dije que me olvidara!
-Denúnciale.
-¿Qué?
-Que le denuncies por acoso. Es la forma más fácil de quitarse a un hombre de encima en este país.
-Ya, pero es demasiado lío.
-¡Qué va! Mucho más cómodo de lo que te imaginas. Te acercas a la policía, les cuentas lo que te dé la gana, y con el registro de las llamadas te basta.
-¿Y tú cómo sabes tanto?
-Porque lo he hecho. En dos ocasiones.
-¿Dos?
-Sí. Primero con el madrileño.
-¿El que te pidió matrimonio?
-El mismo. Matrimonio, ¡a mí!, que siempre hice lo que me dio la gana. No estoy yo para ataduras. Un machista, eso era. Sólo un machista te quiere como esposa. Para que le hagas de chacha y de puta todos los días del año. Y luego te la pegue con la primera fulana que se le ponga a tiro.
-¡Mujer, me dejas de piedra!
-Ya te digo.
-Cariño, cuánto has tenido que sufrir.
-Mucho, no te haces idea.
-Ven, que te dé un beso mi amor.
-Déjame que te cuente, necesito desahogarme. No veas el peso que tengo con este asunto.
-Te entiendo. ¿Pero cómo es que yo no sabía nada?
-Estabas fuera. En aquel crucero que hiciste por el mediterráneo.
-Ahhh, ahora entiendo por qué no tuve noticias de ti. Y yo que pensaba que era por culpa de las comunicaciones del barco.
-Pues no… Estaba pasando un tormento y no quería estropearte el viaje.
-Desahógate mi amor. Para eso estoy yo.
-Con el segundo aún fue peor. ¿Recuerdas aquel italiano rubio?
-¿El que trabajaba en la pastelería?
-No, ese se marchó de España. Estaba harto de lo frías que son en este país las mujeres.
-Ahí le doy la razón.
-Pues sí. Pero el italiano que digo es otro. También rubio, trabajaba en el bar Le Chic.
-Ah, ya me acuerdo. Bello, bello.
-Tampoco te pases, guapo sí, pero tanto…
-Me refiero al bar. Es precioso.
-Ah, vale. Pues sí, el bar está muy bien. Pero el camarero desnudo mucho mejor. No te creas.
-Así que también te lo hiciste con él. No me dijiste nada.
-Tampoco hay que contarlo todo, que una es discreta.
-Poco, cariño. Tú eres una zorra muy indiscreta.
-Vale, tienes razón. Y con aquel más zorra que nunca. Jamás me han follado tan bien.
-¿Ni siquiera el andaluz? ¡Dijiste que aquel era una maravilla!
-Nada. Supongo que hablas del sevillano.
-¿No era de Cádiz? De Barbate. Me enseñaste un par de fotos en el móvil. ¿Recuerdas?
-Ahhh, es verdad. ¿Cómo se llamaba?... No sé, lo he olvidado. Eso es que no era gran cosa. Pensaba que decías el sevillano morenazo, ojos grandes. Todo grande. El mejor español que me he tirado. Es que andaluces hubo varios y me despisto. Aunque como el sevillano ninguno.
-Andaluces, castellanos, catalanes, franceses, suecos. Has tenido de todo cariño. Deja algo para las demás.
-A los catalanes. Esos te los dejos todos, no tuve suerte con ninguno. Más preocupados de la política que del asunto. Pero tampoco exageres, me quedan muchos países. Y los italianos ya quedan vetados.
-¿Por el asunto del rubio?
-Sí. Me hizo sufrir mucho el cabrón.
-Mi amor, y yo sin enterarme. ¿Para qué estamos las amigas si no es para ayudarnos?
-Porque me daba pena estropearte la aventura con el empresario griego. Para una vez que te remangas y te vas de viaje con un hombre, ¡tú sola!
-Y yo echándole la culpa al barco.
-Pues no. Yo estaba pasando un calvario.
-¿Y qué ocurrió? ¿Te pegó o algo así? ¡El desgraciado seguro que te pegó!
- ¿Qué va? ¡A mí no hay hombre que me ponga la mano encima!
-Tanto como eso…
-Ya me entiendes. Sólo para lo que yo quiero. ¡Faltaría más!
-Eso sí.  Aunque parece que el italiano no lo hizo tan bien después de todo.
-El italiano lo hizo genial. Ya te he dicho que nunca me han follado mejor.
-¿Entonces?
-¡Que tenía novia el muy cabrón! No sé cómo se enteró la muy zorra y el tío me dejó plantada. ¡A mí! ¡Que ninguno me ha dicho una palabra más alta que otra!
-Vaya jodienda.
-Por eso mismo. Porque se acabó la jodienda tuve que darle un escarmiento. A él y a la puta de su novia.
-Muy bien. ¿Y cómo hiciste?
-Lo que te digo querida. Denunciarle por amenazas.
-¿Por amenazas? ¿Eso se puede hacer?
-Sí, ningún problema.
-Pobrecita, cuánto has tenido que sufrir. Ven, que te dé un beso.
-Espera espera. Que te cuente.
-Ah sí. ¿Y cómo te amenazaba? ¿Con qué? ¿No sería con algún cuchillo del bar? Ahora que lo comentas, tenía pinta de carnicero.
-¡Pero qué dices! Ese veía un cuchillo y le temblaban las piernas. Y no digamos la sangre, se mareaba.
-¿Y cómo fue?
-Que era todo mentira. Lo hice para joderle.
-Ah, ya entiendo. Venganza.
-Sí. Contra él y su novia. Que se jodan pero no ha nacido el hombre que a mí me deje plantada.
-¿Y funcionó?
-Mejor de lo esperado. Esta ley que hicieron esos gilipollas es una maravilla. ¡Estamos blindadas! Tres años de cárcel y dieciocho mil euros de indemnización por daños morales.
-¿Dieciocho mil? No está mal por una mentira.
-Y mi teatro. Que lo mío me costó fingir.
-No tanto. ¿Y su novia?
-No sé qué fue de ella. Se marchó del país. Oí decir que escribió una carta al periódico maldiciendo que éste era un país de feministas resentidas y malfolladas.
-¡Ah no! ¡Malfollada tú no!
-¡Ya te digo! Me sentí insultada, pero bueno. Con el dinero me conformaré, sabes que soy flexible.
-La pobre, casi la entiendo un poco.
-¡Cómo que pobre! ¿Y yo qué? Su novio era mío. Que se joda. Mira, con ese dinero me compré la moto.
-¿La Harley?
-No, esa es más cara. La pagué de mi bolsillo. Digo la bemeuve.
-¿La azul?
-No, esa es Honda. La verde. La Honda fue un regalo de un amante rico, pensó que me iba a ir con él. ¡Por una moto!
-Chica, tienes tantas que me lío. Con el miedo que a mí me dan no sé cómo te gustan tanto.
-He de reconocer que a mí también. Pero estoy harta de tanto machismo. ¡Es un acto de reivindicación!
-¿Otro café?
-El teléfono.
-¿Qué? Ah, mi Ayfon de nuevo. Míralo tú, a ver quién es. A mí ya me da pánico.
-Déjame ver… ¿Jesus and Mary Chain? ¿Pero esto qué es?
-¡Ahí lo tienes! ¡Otra vez él!
-¿Se llama así?
-¡Qué va! Su nombre es George.
-Ah, me gusta. Sofisticado. ¿No será un aristócrata? ¿Tiene dinero?
-Sí, mucho. Lo heredó de su segunda esposa. Una ricachona que heredó la fortuna de su marido cuando murió.
-¡Leches! ¡Qué historial! No me extraña que lo quieras lejos.
-No, si no es por eso. A mí sabes que esas cosas no me dan yuyu.
-¿Entonces? Si es rico, educado, sin hijos, libre, con pelo… ¿cuál es el problema? ¿Es un enano, le falta una pierna o algo así? Porque si no… ¿Impotencia?
-A eso no te puedo contestar porque no lo sé.
-Claro, qué cosas pregunto. Viniendo de ti.
-Enano, no. Creo que pasará del metro ochenta. Y por fuera tiene todos los miembros.
-Tú pásame su teléfono que del miembro oculto me ocupo yo y luego te cuento.
-Mujer, es que no te cansas.
-No querida. Teniendo el problema de dinero resuelto, yo estoy aquí para pasármelo bien. Ya llegará el día en que este cuerpo de vicio no lo quieran ni los gusanos. Pero hasta entonces, mejor que se lo coman otros. ¡A darle cuerda!
-Cuerda, cuerda. Pareces un yoyó con tanta cuerda.
-Pues tú una peonza querida. Vueltas y vueltas a lo mismo. Total para caerte.
-Es que… ¡cuesta tanto decidirse!
-Qué va a costar. Lo que ocurre es que eres muy insegura. Tú líate con él, que a ti te van los noviazgos largos y por lo que cuentas ese tiene pinta de serlo. Si luego no funciona, ¡puerta! Porque de casarte ni se te ocurra, que estamos muy bien así, de liana en liana.
-De liana en liana estás tú. Que yo ni sé el tiempo que hace que no me subo a un árbol.
-Pues por eso mismo. Devuélvele la llamada, quedáis. En el Platz otra vez, hazme caso. La cuatrocientos veinte.
-¡Ay, no insistas! ¿Con este ni a tomar un té? Por cierto, ¿quieres uno? El café ya está frío. Yo otro café no puedo, últimamente tengo unas migrañas insoportables.
-No me extraña. Un día te va a reventar la cabeza con tanta duda. Lo que te digo, una peonza. Los hombres son para usar y tirar. Haz como yo, suéltate esa educación reprimida.
-Usar y tirar, ya me gustaría a mí.
-En realidad, agitar, usar y tirar. Ya me entiendes.
-Sí, claro que te entiendo. ¿Y de verdad te lo metes en la boca?
-En la boca y en todas partes, querida. A mí me gusta todo. Imaginarás que con tantos amantes no hay postura que no haya probado. Mientras sea yo la que mande… La vida es para disfrutarla, y si puede ser a lo grande tanto mejor. ¡Uy, las seis! ¡Qué tarde se me ha hecho!  Tengo que irme, ¿vienes?
-¿A dónde?
-A recoger un collar en Dino´s. Lo encargué la semana pasada, me avisaron que ya está.
-No sé… ¿Y si me encuentro al pesado?
-¿A George? ¿Pero conoce tu dirección?
-Sí, él me dijo que vivía en el Paseo Transilvania
-¿Transilvania? Entonces es rico de narices.
-Claro, y yo no iba a ser menos. Tampoco aquí viven los pobres.
-Ah no, no. Eso quedó atrás. Enterrado. Qué te voy a decir, tú misma. O le denuncias por acoso, si quieres yo voy como testigo, o quedas con él. O mejor, qué narices, si lo vemos preséntamelo. Ya le hago yo una entrevista en profundidad.
-Me imagino. En la cuatrocientos… ¿qué?
-Cuatrocientos veinte. Es una idea, sí.
-Vale, voy contigo. Pero como aparezca yo te lo suelte y ahí te las apañes.
-Descuida.
-¡Cósimaaa! ¡Recoge estooo! ¡Nos vamos!
-Chica, cada vez que te oigo pronunciar su nombre me da la risa.
-A mí también me costó. No creas que fue fácil. La pobre, las hay que han nacido para sirvientas hasta en el nombre.
-Ahora que lo dices, la mía se llama Prímula. Tienes razón, no podía ser otra cosa.
-¡Cósimaaa, nos vamos!
C
-Adiós señorita Raqueel!
-¡Rachel, te digo que me llames Rachel!
-¡Lo que yo he dicho, amaa!
-Ay por dios, y luego me dicen que no tengo paciencia. ¡El cielo tengo ganado con esta gente!
-Podían formar un dúo, Cósima y Prímula.
-Calla no sigas, que nos va a oír. No sé si cambiarme de zapatos, ¿a ti qué te parece?
-No te hace falta, tú siempre estás estupenda. ¿Son nuevos?
-Sí, de Estrella Guash. ¿Te gustan?
-Preciosos.
-Sal, que cierro. Pues chica, yo no sé cómo lo consigues, porque yo es la tercera sirvienta que tengo en menos de dos años.
-Porque a mí me da igual un poco mejor o peor. Lo que yo quiero es no hacer nada. Que bastante hemos trabajado para llegar hasta aquí. ¿No te parece? No vuelvo a ser camarera ni por la vida.
-Ni yo cajera. Eso sí que es un suplicio, todo el día cobrando artículos que yo no podía comprar. Los supermercados maltratan a la gente.
-Los clientes, esos son lo peor. Ni sé las veces que se me han insinuado, pedido el teléfono o esperado a la salida del trabajo. Y que no apareciera la mujer de alguno, que la teníamos gorda. Así que ahora, nada de nada; nos merecemos todo lo que tenemos. La suerte hay que ganársela.
-Estoy contigo. ¿Cómo cambia la vida el dinero, verdad? Hoy eres tú la que puede permitirse ser una buscona.
 -Pues sí, no veas cómo me ha crecido la oferta.
-No sé… Tenía que haberme cambiado de zapatos. Malos para ir andando.
-¿Andando? Pero qué dices. Llamo a mi chófer que para eso está. Debe andar por ahí dando vueltas esperándome.
-¡Que sólo son dos manzanas!
-¡Como si es una naranja! ¿De qué sirve tanto dinero si los demás no lo notan?
-En eso tienes razón.
-¿Bastián? Soy yo. Ven a buscarnos a la Calle Los Mártires. A la altura del número 52.
-No creas, dicen que caminar es muy sano.
-Y lo será. Pero yo ya he hecho muchos kilómetros de camarera. ¿Has visto qué fácil? Una llamadita y listo. A esperar.
-Ya, ya.
-Oye, y ese tal George, ¿no te ha preguntado a qué te dedicas?
-Sí, por supuesto. Nada más empezar a vernos.
-A veros por el ordenador…
-Sí claro.
-Pues eso no es veros, es… otra cosa.
-Nada, que eres una antigua. Y no te creas está muy de moda.
-Sí, he oído hablar de los grupos sociales esos.
-Redes sociales. Las hay de todo tipo.
-Ya, pero lo que más para ligar. Mucha hipocresía es lo que hay. Yo al menos soy directa. Veo un hombre que me gusta, le entro, nos acostamos. Adiós. Por supuesto no se me ocurre decirle dónde vivo como a ti. Y la mayoría no saben ni mi nombre. Si hay que llamar, ya lo hago yo. Es la mejor forma de desaparecer.
-Vamos bajo ese toldo que tengo frío.
-Vale. Eso es porque estás muy delgada.
-Me encanta esta tienda. Tiene cosas maravillosas.
-Y a mí. Aquí me compré mi bolso marrón.
-¿El Buitón?
-No. ese fue… Precisamente en la Avenida Transilvania. Donde vive tu amigo.
-No es mi amigo.
-Tu pesado.
-Eso sí. Las mejores butics de la ciudad están ahí.
-Y que lo digas. ¡Mira, como ese! ¿Lo ves?
-¡Ah sí! El que está al lado del pañuelo de caschamire.
-Eh, ahí está mi chófer. Vamos.
-Vamos que tengo frío, sí. ¡No sabía que habías cambiado de coche!
-El color, no me iba bien con nada. Entra, tú primera.
-Qué bonita tapicería.
-¡Échate pá llá! Piel escocesa. ¿Te gusta?
-Mucho. Qué tacto más suave.
-Como tus tetas, querida.
-¡Calla, por dios!
-¡Bastián!, llévanos a Travesía los Pintores.
B
-Buenas tardes señora. ¿Los Pintores?, de acuerdo señora. ¿Dónde quiere ir?
-A Dino´s.
B
-¿Dino´s? Eso es Travesía los Actores, señora.
-Pintores, actores, qué más da. Son todos unos perdedores. Tú llévanos a Dino´s.
B
-Como quiera señora.
-Y cierra el cristal.
B
-Como ordene, señora.
R
-Ay amor, igual que en las películas. Un cristal separador.
-Sí, chica. No me gusta nada que nos oiga el servicio. Son todos unos cotillas.
-Ahí te doy la razón. Mi última sirvienta estoy segura de que me espiaba los cajones.
-Me lo creo. Todas son iguales. ¡Donde falta educación!…
-Oye, ¿y qué fue de Vero? Me contaron que se casó.
-Ay sí, chica. ¿No lo sabías? Con un jugador de póker por internet. Otra vez el internet, ya ves.
-¿Qué me dices? Mira que era vulgar, y sin embargo, ahí la tienes. Ella con marido y yo a verlas venir.
-Pues sí. Bueno, vulgar y un poco putón, ya sabes que eso ayuda mucho.
-Eso debe ser, sí. Porque ni tenía estilo, ni figura, ni sabía estar.
-Nada. Por favor, tú le das mil vueltas en todo.
-Un horror de mujer, lo que digo.
-¿Trabajó contigo, no?
-En el supermercado, sí. Pero en caja apenas estuvo un mes. Enseguida la pasaron a reponedora. Era muy zafia con la gente.
-Hasta que conoció al tío ese.
-Sí. Y mira, casadita.
-La vida, que da pañuelo al que no tiene mocos.
-Las hay con suerte.
B
-¡Señora! ¡Ya hemos llegado!
-¡Vale!
-Te dije que no merecía la pena venir en coche.
-¿Con tus zapatos? Venga, sal y no protestes.
-Voy, voy.
-Bastián, espéranos por ahí.
B
-Como ordene, señora. Por aquí andaré.
-¿Te has enterado? Dicen que nos van a subir los impuestos.
-¿Otra vez?
-Sí, sólo a los ricos. Cuidado con el escalón.
-Este maldito gobierno que se las quiere dar con los pobres.
-Pobres y vagos, porque a ti y a mí nunca nos dieron nada. A trabajar todo el puto día como negras.
-Chica, parece que nos persiguen. Antes trabajando y ahora porque tenemos algo de dinero, siempre pagamos los mismos. Este país nunca va a salir adelante con tantos impuestos.
-Yo estoy por gastármelo todo antes de que me lo robe el gobierno.
-¿Novecientos mil euros? Qué difícil, eso es mucho gastar. ¿O vas a vivir otros cien años?
-Es por aquí, ven. Lo difícil era no gastar y seguir viviendo.
-A mí me lo vas a contar. Me he pasado la vida arañando la cesta de la compra para llegar a fin de mes. ¡Yo, que trabajaba en un súper y tenía que mirar siempre el precio más bajo!
-Y yo, que si no es por las propinas… A ver de qué voy a aguantar yo el trabajo de camarera.
-Cuidado con la bici.
-¡Estos críos! ¡Y sus madres por ahí, pasándoselo bien!
-Unas irresponsables, eso es lo que son.
-¡Mira, mira! ¡Han vuelto a cambiar el escaparate! ¿A que es preciosa?
-Ay sí. Me encanta. En mi calle han abierto una joyería nueva, muy moderna, pero con más adornos que género. No lo entiendo, un espanto.
-Es que la modernidad se quiere imponer pero no gusta. Al final, lo clásico es lo único que aguanta. Como lo de tus grupos sociales, muy modernos todos pero en el fondo buscáis lo mismo de siempre. Mira ese brazalete, ¿te gusta?
-Sí, maravilloso. ¿Qué piedras son esas?
-Esmeraldas, creo que me dijo. Quiero que me digas si me va bien con el collar. Igual me lo compro.
-¿Qué vale? No se ve.
-Ya puedes ir quitándote esa manía de preguntar siempre el precio de las cosas. No estás trabajando en el súper. Y es de mal gusto.
-La costumbre, no lo puedo evitar.
-Veinticinco mil euros me dijo. No demasiado, la pieza lo luce.
-¿Veinticinco mil? El sueldo mío de dos años de cajera.
-¡Y el mío sin propinas! Pero eso quedó atrás. Venga, entremos. ¡Que nos cierran!
D1
-Buenas tardes, señorita Maggie. ¿Cómo está usted, todo bien?
-Qué hay, buenas tardes. He venido a por el collar. Me llamaron por teléfono.
-Ah sí. Un momento, entro al taller y pregunto. Pueden mientras tanto ir mirando por ahí lo que quieran. Le recuerdo que hemos traído una colección nueva. De un joven diseñador, Kristof Clamer, estoy seguro de que les va a encantar. Si lo prefieren pueden sentarse en la mesita. ¿Las señoritas querrán un café, un té, una infusión?
-Para mí un té, ¿y tú Rachel?
-Yo también.
-Dos tés.
D1
-De acuerdo. Ahora mismo mando que se lo sirvan, acompañado de unas deliciosas pastas, ya verán.
-¿Desde cuándo te llamas Meggie?
-¿No te gusta? Margarita era demasiado corriente. Para nuestra nueva posición, un nombre más apropiado. Como tú, Rachel querida.
-Ya, claro.
-¿Ves Rachel? Nada como el dinero.
-Pues sí, esto es vivir, Maggie. No lo de antes, que en una tienda así me daba vergüenza hasta mirar el escaparate.
-Y todavía decían que debíamos estar contentas por tener trabajo, manda narices. La de bobadas que tiene una que oír.
-Claro, ya ves por qué. Para que no supiéramos cómo se vive siendo rico. Así nos mantienen callados.
-Eso es. Para que no sepamos qué es buena vida de verdad. Y esto sí es buena vida. Comprar sin importar el precio, tener una buena casa, un coche potente.
-Sin que importe el consumo.
-Sin que importe el consumo… ¡Y con chófer!
-Viajar.
-Viajar, mejor cuanto más lejos.
-Yo al principio me conformaba con llenar el carro sin ir sumando para no pasarme con el gasto.
-No mirar las ofertas.
-Ahora hago que me lo lleven a casa, y encima es gratis por compra grande. La vida está hecha para los ricos.
-Está hecha por los ricos. Ellos la disfrutan, los pobres la sufren.
-Olvidarse del dos por uno, segunda unidad a mitad de precio, diez por ciento de regalo, marca blanca… Siendo cajera, a mí me lo vas a decir.
-Fuiste cajera, Rachel. Y dirán lo que quieran esos mentirosos pero la calidad no es la misma. Ni de lejos.
-Ah por supuesto que no. Que salen de la misma fábrica sí, pero con calidad más baja.
-Todo es una mentira para que nos conformemos con nuestra miseria.
-Y nadie como nosotras para poder decirlo, que hemos estado en los dos lados. Mírame ahora, de llevar gafas compradas en el chino a operarme los ojos.
-Y yo, que tenía la boca destrozada y hoy luzco dientes nuevos. Hasta la sonrisa está más linda. Han sido los treinta mil euros mejor gastados desde que nos tocó el premio.
-Seguro que sí. Te lo merecías Maggie.
-¿Y las medicinas? Con ese cuento de los genéricos igual que con las marcas blancas. La salud sólo para los que puedan pagarla.
D2
-Perdón señoritas. Les traigo su té.
-Gracias.
-Uhm… que aromático.
-Claro, como que es importado directamente de la india. ¿No pensarás que te van a poner en una tienda como esta esas bolsitas que venden en el súper?
-No, claro que no. Aquí hay otro nivel.
-Como siete pisos más arriba del nivel en el que estábamos.
-Nivel suelo, qué digo, subsuelo.
D1
-Ejem, discúlpenme. Señorita Maggie, ahora mismo le sacan su pedido. El señor Marc en persona desea hacerlo. Es usted afortunada.
-¿Y quién es ese?
D1
-¿No lo conoce? El propietario de esta cadena de joyerías. Sabrá que estamos en más de veinte países en los cinco continentes. Ha tenido usted la suerte de que hoy el señor Marc esté aquí. En un momento sale.
-Vale, espero.
-Qué chico más fino.
-Aquí no puede ser de otra manera.
-Y qué bajito habla.
-La gente educada no grita, Rachel.
-Los que tienen todo no gritan porque no lo necesitan. ¿Te hacía alguien caso en tu bar si no gritabas?
-Eso es cierto. Pero gusta pasar de servir a ser servido, ¿no?
-Ayyy, pues siii… Era guapo el dependiente ese.
-¿Te has fijado?
-Como para no hacerlo. Menudos ojos.
-Verdes.
-¿Verdes? Ya decía yo que llamaban la atención.
-Lo que llama la atención es su culo.
-Tú siempre con lo mismo.
-Oye, que esta vez has sido tú la que ha sacado el tema. Yo ya me lo tengo visto. Por fuera y por dentro.
-¿Cómo? ¡No querrás decir que a este también te lo has metido en la cama!
-Chsss, baja la voz mujer. Que aquí todos son espías. Y no era en la cama.
-Es que… no dejas de sorprenderme.
-Pero qué quieres, ¿que haga como tú?
-Cariño, que nosotras tenemos ya una posición. Somos gente jai cualiti, que se dice. Gente Bip, como se llama ahora. Date cuenta cómo nos han tratado, porque se nota que tenemos estilo. En el fondo eso ya lo llevábamos dentro, nos faltaba la oportunidad de demostrarlo.
-Ya, pero una cosa no quita la otra. Y el tío está buenísimo. A ti te iría bien mi profesor de pilates, ese sí es de los tuyos.
-¡¡Joder!!
-¡Chica, pero qué haces! ¡Te has tirado el té por encima!
-¡Vámonos, vámonos de aquí!
-¿Cómo que vámonos? No podemos, tienen que sacarnos mi collar. Y baja la voz, me vas a avergonzar.
-Que está ahí.
-¿Quién?
-El del pañuelo al cuello que viene con la bandeja.
-¿Ese señor? ¿No me digas que ese es tu xilófago, George?
-El mismo… Siii. Vámonos.
-No podemos, creo que viene hacia aquí.
-Tierra… trágameee.
-Pues ya es tarde. Nos ha visto y sí, viene para cá.
-Joder joder joder.
-Tú déjamelo a mí. No me habías dicho que era tan guapo. Y parece todo un caballero.
-Calla.
M
-Hola buenas tardes. Usted debe ser Maggie.
-Sí, sí. Yo misma.
-Hermoso nombre.
-¿De verdad? ¿Le gusta?
-Mucho. Además, mi abuela materna se llamaba así, por lo que le tengo un cariño especial. Al nombre, quiero decir.
-Claro, claro, le entiendo.
-Perdone, no me he presentado. Me llamo Marc, y soy el director gerente de esta humilde joyería, para servirla. Me han hablado muy bien de usted. Me dicen que es una de nuestras mejores clientas.
-Gracias, gracias. Eso es porque tienen cosas muy bonitas.
-Gracias a usted, señora, es muy amable. Mire, aquí le traigo su encargo. ¿Qué le parece? Espero que sea de su agrado.
-A ver… Ay sí, sí. Es… es precioso.
-Me alegro, señorita.
-¿Tú qué dices, Rachel?
-A mí… A mí me parece bien. Sí.
M
-Pues si a las dos mujeres más hermosas de la tienda les gusta, creo que está conseguido. Por cierto, creo que a esta señorita tan elegante que le acompaña yo la conozco.
-No sé…
-Sí, sí. Estoy seguro. Nos vimos hace algunos días. Soy buen fisonomista, comprenderá que dirigiendo un negocio como este uno ejercita su memoria visual.
-Ya, supongo…
-Sí, sí. No tengo duda. Le he llamado en varias ocasiones.
-¿Ah sí?
-Ajá. Quería devolverle una cosa.
-¿A mí? ¿Usted?
-Sí, sí. Se le cayó del bolso el día de nuestro último encuentro. Bueno, el último y único, porque no ha querido usted saber nada de mí desde entonces.
-Es que… He estado muy ocupada.
-No se preocupe. La entiendo. Cada uno tenemos nuestras obligaciones. Bueno, miren, yo les dejo la pieza aquí para que se la vaya probando la señora si lo desea. Permítame que le diga que esta clase de joyas, de alta joyería, son para degustar. Y a usted Rachel, le entrego el papel que perdió ese día. Por eso la llamaba, supuse que querría recuperarlo. Me pareció que era de importancia para usted. Yo me vuelvo al taller a tratar unos asuntos. Me llaman cuando quieran. Mi nombre para los amigos es George. Marc sólo para los negocios, más corto y formal. Seguro que me entienden.
-Claro, claro.
-Espero que el té sea esté correcto.
-Sí… Sí… Perfecto.
-Me alegro.. Hasta luego… Damas.
-Adiós.
-Adiós.
-Joder, tía. Me ha reconocido. Qué vergüenza.
-Pues mira, ahora que lo he visto de cerca, creo que este también podía haber sido tu tipo. ¿Se puede saber de qué huías?
-Me pidió otra cita.
-¿Y?
-Me asusté. Yo no soy tan lanzada como tú.
-¡Por dios de la vida! Es precioso, ¿verdad?
-Sí, mucho. Todavía me late el corazón a cien.
-Eso es porque estás muy delgada.
-Y dale con lo de delgada. Me late porque no sabía dónde meterme. ¡Qué humillación!
-Oye… y ese papel que te ha devuelto, ¿qué es tan importante?
-Bueno… No te lo vas a creer.
-Prueba.
-Un canjeable de cincuenta puntos que había completado para el súper. ¡Mira, mira, te regalan una sartén!




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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