WAR
Washington era el
último lugar al que nadie, salvo enfermos terminales o psicópatas, quería ir
destinado.
Destinado, otro
eufemismo utilizado por el senado para evitar llamar a las cosas por su nombre;
este mundo de vocabulario apologético tenía estas cosas. Ese destino era la
muerte, la palabra correcta sería condenado. Y es que en Washington los
combates estaban siendo particularmente sangrientos; no se hacían prisioneros,
era lucha a muerte.
A mí me llegó la nota
del cambio por el conducto habitual. Esta vez el rumor no se adelantó a la
noticia y fue una lástima: hubiera tenido tiempo de prepararme. O huir. No
sería el primer jefe que deja la plaza antes de ser trasladado. Casi siempre
por miedo o cobardía. A veces ambas. Yo no era distinto. Además, me había
costado mucho esfuerzo y muertes y un ojo, seguir con vida para volver a
Madrid. Ahí estaba mi familia.
En lo que antes fue la
capital de un país decadente y corrupto, la plana mayor de la defensa había
instalado su cuartel general. Precisamente, o quizás por eso, en el emblemático
lugar llamado Plaza del Reino. La elección no era muy práctica pero sí de un
fuerte contenido simbólico. Un mensaje claro a las fuerzas enemigas: ¡Os hemos
quitado el nido! Más o menos.
Porque fue ahí donde
comenzó todo, en octubre de 2012. Ya un
mes antes distintos movimientos sociales dispersos y heterogéneos habían
ocupado la calle, y a pesar de su aparente ingenuidad y confusión ideológica se
ganaron a la población. De estos grupos, destacó especialmente uno que se hacía
llamar Movimiento De Indignados. Sí, el germen del Frente Para La Recuperación
Y Justicia, hoy nuestro mayor enemigo con varios ejércitos de millones de
miembros desplegados por el mundo que, en divisiones extraordinariamente
motivadas y preparadas suficientemente podían combatir en cualquier escenario.
Fue esta motivación
nacida de la injusticia y la rabia lo que espoleó su crecimiento. Como suele
ocurrir, la chispa que encendió el barril de pólvora fue un hecho de aparente
insignificancia. El 18 de enero de 2013, a las 06:55 horas de una mañana fría y
gris, el país entero y después el resto del mundo, conoció al que sería el
hombre que de verdad disparó el gatillo del cambio.
Limpiacristales de
profesión, 45 años, divorciado dos veces y con un hijo de diecinueve, aquel
sencillo trabajador hacía su tarea en el Banco Internacional del Comercio y
Derivados. Subido en una escalera de tres metros limpiaba las letras del banco
cuando un policía joven, inexperto y prepotente le confundió con un ladrón. El
agente 01215M, así numerado en su chaqueta pues todo policía es un número sin nombre,
le dio el alto desde la acera pistola en mano. Convencido de que el
limpiacristales manipulaba la alarma para un atraco.
David, el sencillo pero
orgulloso trabajador explicó al agente la naturaleza de su ocupación pero éste
era demasiado chulito para recibir explicaciones. Menos aún rectificar. De las
explicaciones a la discusión a veces sólo media un cambio de tono. De la
discusión a la tensión, y bajo ésta pocos arreglos.
Que si bájese
inmediatamente; que si no me da la gana; que queda usted detenido; que vete a
la mierda policía del carajo; que le voy a empapelar por insultar a un policía
en acto de servicio; que yo también estoy en acto de servicio trabajando para
que tú vivas bien so cabrón; que baje de ahí ahora mismo o disparo; que no
tienes huevos a disparar; que sí; que no; que sí; que no; central aquí agente
01215M amenazado por un ladrón solicitando refuerzos; recibido va para allí una
patrulla; bájese o disparo; no tienes cojones so mierda; si no baja le hago
bajar yo ahora mismo.
Según testigos y el
relato de los hechos que haría el propio David, el agente propinó a la escalera
una patada que desequilibró al operario derribándolo. Éste cayó sobre el
policía a quien el arma se le escapó de las manos con el choque y ambos se
enzarzaron en una pelea de igual a igual. David era sencillo orgulloso y
fuerte. Dominó al agente con facilidad, chulito necio y enclenque. Consecuencia
de unas pruebas selectivas no discriminatorias. Bueno para David malo para el
policía, incapaz de plantar cara sin la ventaja de un arma.
Cuatro trabajadores de la
empresa FEE, Fomentamos la Esclavitud y la Exclusión, que realizaban su tarea
diaria de limpieza de calles y recogida de basura, fueron testigos principales
de lo ocurrido. El conductor de la barredora, Hazazel, con dos hijos que
mantener una hipoteca por pagar y tres meses de sueldo sin cobrar, vio en la
pelea la representación escénica de su frustración. Con el resultado final del
sometido, David, venciendo al poder absoluto: el policía-estado. Trataba de
barrer al policía con su máquina cuando llegaron los refuerzos para
impedírselo. Ahí, ese día, en ese momento, se crearon los dos bandos que harían
de este mundo un lugar imposible.
La conducta gregaria
del ser humano se manifiesta en cualquier circunstancia, pero más si hay una
fuente de peligro: los empleados de FEE hicieron equipo cruzando el camión de
la basura y la barredora en medio de la calle. La patrulla amenazando con sus
armas, los gritos de unos y otros más la sirena del coche Z, despertaron a los
vecinos, que al identificar a la policía les arrojaron agua, basura y más de
una maceta.
Otros con mayor
necesidad de desahogo bajaron a la calle colocándose inmediatamente en el bando
obrero. Llegaron más patrullas, más furgones, más vecinos, más jaleo, más
conflicto. El levantamiento popular se extendió rápidamente y la cercana Plaza
del Reino se convirtió en el primer teatro de operaciones. A tiros murieron
seis ciudadanos desarmados. A patadas el agente 01215M. David le arrancó la
insignia con la numeración, y la alzó en alto como señal de triunfo. Y de
venganza. Aquel número daría nombre al alzamiento.
Horas más tarde, un
grupo de manifestantes se instaló en la Plaza Sol y la Luna con intención de
exigir responsabilidades a las fuerzas del orden, al ministro del interior o al
consejero. Pero éste último no estaba para charlas y mandó desalojarlos
inmediatamente. La brutalidad, necesaria según él desmesurada según la prensa
del momento, provocó más heridos. Los heridos más protestas. La protesta
enfureció al consejero, ordenó más descargas policiales. Las descargas, más
adeptos al movimiento. Más protesta respuesta y más violenta. La suma de todo, la
revuelta. De ahí al estallido social es cuestión de nerviosismo, y tiempo; el
cual es inversamente proporcional al primero.
En aquel momento yo no
era sino un ciudadano corriente preocupado por llegar a fin de mes pagando deudas
y no tanto por la política. Si bien el movimiento se había ganado mi simpatía,
era más una cuestión de afinidad emocional que compromiso. Aquella panda de
desarrapados melenudos y porretas me hacía gracia con su ingenuidad juvenil y
su dulzura adolescente como estrategia para resolver los problemas de la gente.
Yo compartía su ideario
pero no sus métodos, blandos e ineficaces; al menos en ese momento. El
pacifismo asambleario para exigir cambios a cualquier gobierno que se precie no
era sino un lento autodesgaste destinado a desaparecer; no el gobierno, sino
ellos. El gregario que todos llevamos dentro precisa un líder fuerte y sólido
capaz de transmitir confianza y seguridad que dirija al pueblo. El
irresponsable egoísta que todos llevamos dentro necesita ese líder para
responsabilizarlo de los fracasos.
Por eso aquel grupo de
pancarteros que pretendía con la acampada urbana hacer una demostración de
fuerza, me recordaba más a las protestas infantiles del colegio que a una
opción seria para el cambio necesario. Su negativa a presentarse a las
elecciones cuando tuvo la oportunidad, en sus orígenes, y combatir a los
poderes del estado, que no públicos, desde el único frente posible el interno,
fue una decepción para todos. También para mí, que esperaba algo más que una
chirigotada callejera. Pero todo cambió ese 18 de enero.
01215M por la justicia.
De forma unánime y espontánea David fue elegido como su líder: demostró no
doblegarse ante los abusos de poder y tener el coraje necesario para
combatirlos. Aún así, no hay líder que prospere si el azar no interviene.
La empresa FEE había
acaparado con sobornos y trampas el noventa por ciento de los contratos de
limpieza del territorio nacional. Sin pretenderlo se convirtió en el vaso
comunicante del estallido. Obreros todos, a las sedes de la empresa repartidas
por el país llegaba información directa de lo ocurrido y sin censuras por las
emisoras internas de la compañía y sus vehículos. El ejemplo de la capital
sería detonante para actos similares en todas las ciudades donde operaban. Sin
duda, clave para el contagio fue que la empresa atravesaba un momento
conflictivo con despidos, bajadas de sueldo y sanciones de forma generalizada
consentidas por la administración. Que había trazado con la rebaja de sueldos
de sus funcionarios el camino a seguir.
El descontento laboral
alimentó la ira y el deseo de venganza. En semanas todas las ciudades donde la
empresa tenía adjudicado el servicio de limpieza ardían en llamas. Primero fue
metafórico, luego literal. Los empleados con el apoyo de su maquinaria pesada
bloquearon las ciudades, y con el de los vecinos se enfrentaron a la policía
respectiva. Primero fueron cazuelas, luego adoquines y tapas de
alcantarillados. Después bates. Pronto llegarían las armas en respuesta a las
de los agentes. Por una vez tanta licencia de caza otorgada con el único
propósito de generar ingresos fáciles para la administración local sirvió para
algo. Y contra la misma administración que las otorgó. Los cazadores, asesinos
en potencia reprimidos tuvieron por fin la oportunidad de disparar al animal
humano.
Pero no solo ellos, la
comunidad de delincuentes con armas de todo tipo se sumó a las revueltas. A
medias entre el resarcimiento y la solidaridad. La policía, perdida ya toda su
capacidad de coacción y amenaza fue cediendo posiciones y miembros. El gobierno
tuvo que recurrir al ejército para equilibrar las fuerzas. Y al toque de queda
las detenciones aleatorias los juicios sumarísimos las sentencias ejemplares de
unos juzgados sometidos por la política. Lo que enfureció aún más a la
población que se fue organizando en patrullas, comando y brigadas. Aquí el
contrabando de armas se disparó. Cada vez en más número mayor potencia de fuego
más pesadas más alcance.
A medias entre la
inercia y la fuerza de las cosas, David se convirtió en el jefe del ejército
revolucionario; nombrando a su vez a los generales Hazazel, Yahvé, Ezequiel y
Zohet en función de un plan estrictamente pragmático: Ejército del Norte, del
Este, Sur y Oeste. Para qué más nombres. En el norte me vi atrapado yo y a 400
kilómetros de mi hogar.
La empresa de
ascensores para la que trabajaba me envió a instalar una maquinaria en un nuevo
y lujoso edificio de oficinas propiedad del banco más conocido del país. Fue
por esto que la revuelta me atrapó en el lugar menos apropiado donde convencer
a nadie de mi neutralidad. Menos aún inocencia. ¿No trabajaba para un banco?,
enemigo por tanto. Hay muchas decisiones importantes en la vida que se toman
por casualidad, otras por error, otras por necesidad. Y algunas, son supervivencia.
En el último caso estaba yo.
Los alborotadores
habían incendiado la sede como harían después con toda la ciudad, y empleados
del banco y yo mismo nos vimos en la obligación de defendernos o morir asados.
Esta elección necesaria nos identificaría inmediatamente como enemigos del
movimiento. Luchar o morir, yo luché. Como lo hicieron la mayoría de los
atrapados en aquella trampa de fuego. Quienes se rindieron murieron en la misma
acera, a golpes. Tal era la rabia acumulada. La escena nos dejó las cosas muy
claras al resto: a la violencia se le responde con violencia.
De mi caja de
herramientas cogí la llave más pesada y un martillo; y me fui abriendo camino a
golpes salvajes entre los exaltados que no estaban para excusas. Ni diálogos.
Con la llave en mi mano izquierda maté a mi primera víctima, le abrí la cabeza
en un momento de descuido. Bestial pero inevitable: delante los alborotadores
cerrándonos el paso, detrás las llamas bloqueándonos la huida.
No sé qué tiene el mal
ejemplo que enseguida contagia. Un sencillo empleado de ventanilla con veinte
impecables años de servicio sin decir una palabra más alta que otra agarró el
cajón de su máquina registradora, tirando los billetes al suelo dicho sea a
modo de anécdota, y con él se lió a golpes. Dejó tras de sí un muerto y varias
narices rotas. Lo mismo hicieron sus compañeros que armados con los objetos más
inverosímiles, recuerdo especialmente a la rubia del vestido rojo y taconazos
que se descalzó y con los zapatos atravesó más de un ojo, me apoyaron
enfurecidos puede que de tantos años de obediencia. Parece que nuestro espíritu
de supervivencia animal era más fuerte que la rabia revolucionaria, pues siendo
ésta mucha vencimos aquella escaramuza. Con tanto coraje y fiereza que a un
capitán del ejército oficialista le llamó la atención reclutándonos forzosos
inmediatamente. Así estaban las cosas. Para ganar una libertad puede que
tuviéramos que perder otras.
De modo que tanto los
empleados del banco como yo, que algo había simpatizado con el Movimiento, me
encontré luchando contra éste sin poder evitarlo ni retroceder. So perna de
morir fusilado por desertor. A todos, incluida la rubia, nos empotraron en la
Compañía 56, miembro del Batallón de Infantería Mecanizada Los Becerros
Sangrientos. Al principio el nombre me hizo gracia, con el tiempo y según
fueron muriendo compañeros, quizás a eso hiciera alusión el nombre de becerros,
ya no tanta.
Una vez declarado
oficialmente el estado de guerra por el presidente más inepto de cuantos la
república tuvo, nuestro primer destino fue la ciudad de Álcahson, en el este.
En ella los rebeldes se habían hecho fuertes gracias a un error de la ONU. Y a
la suerte, pues una flotilla da cazas en dirección a Libia perdió una bomba
inteligente que, cuestionándose a sí misma, fue a caer tontamente sobre un
quisco de prensa. La tontería de la bomba inteligente distraída significó volar
la ciudad al completo: bajo el quiosco de prensa amarilla pasaba una conducción
principal de gas que se incendió, provocando una cadena de explosiones de la
que sólo quedó en pie el ayuntamiento. Ello porque gracias a los recortes no
había sido conectado aún el edificio a la red de suministro. No fue tan tonta
la bomba inteligente, al fin y al cabo.
Allí se presentó al
Cía. 56. Gracias a mis habilidades con la maquinaria y a los miles de
kilómetros recorridos a lo largo del país por mi trabajo con toda clase de
vehículos, me asignaron la conducción de un carro de combate, conocido por mí
como tanque hasta pocos días antes. Alemán, último modelo. De repente hubo
dinero para modernizar el ejército. Es lo que tienen las guerras: aceleran las
decisiones y dinamizan la economía.
El pilotaje de aquella
máquina de cincuenta y ocho toneladas resultó más sencillo de lo esperado. La
falta de espacio y que el jefe de carro fumara como un enfermo, algo menos. En
el tren más largo que nunca había visto trasladaron a la compañía en menos de
veinticuatro horas; para ser un tres de mercancías otra proeza de la guerra.
Claro que la mercancía bélica había pasado a máxima prioridad en el tráfico
ferroviario y la de personas… Mejor evitarlo. De uno y otro bando reventábamos
los trenes de viajeros para causar más muertos y hundir la moral. En el combate
todo vale, la guerra también altera la perspectiva frente al bien y el mal. No
importa lo correcto lo que importa es ganar. La guerra es como la vida.
Supe que en uno de esos
trenes murió mi ex esposa y esto me dio una gran alegría. Y puesto que dijo no
querer volver a verme, supongo que a ella también: nada como un gran deseo
hecho realidad. No averigüé qué bando minó la vía.
A nuestro primer
destino en el frente llegamos sin merma. Álcahson era escombro, polvo y llamas,
por lo que los supervivientes tuvieron que refugiarse en el ayuntamiento. No
cabe mayor incoherencia dado que antes de la guerra seria los defensores de la
justicia para el pueblo y la libertad no tenían mayor enemigo institucional.
Pero así son las cosas cuando le obligación aprieta. Supieron no obstante hacer
un lavado de imagen apropiado pues desprovisto de todo simbolismo oficial y
grafiteado convenientemente el ayuntamiento parecía un albergue juvenil con
estética de fumadero de opio.
Nada más lejos de la
realidad. Su interior escondía un búnker que ni el mayor tirano había soñado
jamás para sí. La idea inicial fue de un ex alcalde del partido comunista con
manía persecutoria; no supo digerir la legalización de su partido y prefirió
seguir viviendo como víctima. Me hubiera cambiado de bando en ese mismo momento
de no ser por el miedo a las represalias de ambos lados. Una vez que se ha
tomado partido, aún a la fuerza como en mi caso, imposible es poder rectificar.
Pero el ex alcalde tuvo
otro delirio mayor todavía sin estrenar. Acostumbrado a las soflamas y los
discursos políticos de varias horas, el comunista se hizo instalar en el sótano
2 un equipo de radio desde donde podía transmitir en todas las frecuencias y
llegar a los rincones más alejados del globo. Comprendí entonces la esencia de
nuestra misión y la verdadera fuerza del enemigo. Yahvé, general hasta el
momento de una Brigada de pillos y alborotadores, más los infiltrados y
supervivientes del bombardeo, tenía a su disposición la mejor arma que,
inteligente o no, manejada hábilmente podía ganar la guerra: la intoxicación.
Al mando de la 56
estaba el capitán Calero, conocido como El Mierda o El Cobarde, según las
fuentes. No querido por nadie, según las fuentes. Alcanzado el objetivo sin
mayor esfuerzo que el de una conducción incómoda sobre montones de escombro y
vehículos convertidos en chatarra, desplegó la 56 en semicírculo alrededor del
ayuntamiento. Dejando libre la retaguardia pero había perdido a diez hombres en
unas maniobras por culpa del fuego amigo, se le ocurrió cerrar el círculo en
torno a un objetivo simulado y unos se mataron a otros. No quería repetir el
error, ya se le ocurriría otro.
Asomando por la
escotilla de su carro sacó una especie de trompeta y se puso en pie para
dirigirse a las tropas. Pensamos que era un altavoz o similar, pero no fue así;
el chisme resultó ser una vuvuzela. Olvidaron las fuentes decir que además de
un mierda el capitán Calero era un imbécil, pues nada más soltar el berrido
aquella cosa un disparo procedente del balcón del ayuntamiento lo derribó.
Viniendo del lugar de los discursos al pueblo, apropiado. Tuvo suerte porque
cayó por la trampilla de la torreta en lugar de al suelo. Aunque en una postura
algo grotesca, con los pies hacia arriba.
Pocas órdenes activan
tanto la acción de abrir fuego como el sonido de un disparo. Nuestra respuesta
fue automática y no diría que proporcionada: machacamos el único edificio en
pie que la tonta inteligente había dejado con munición de 125 milímetros y
carga hueca. Pero el edificio no se hundió como esperábamos antes de
desaparecer la nube de humo, tan solo rompimos los cristales y provocamos algún
pequeño incendio: las cortinas y la bandera oficial. Ridículo si lo
comparábamos con el resto de la ciudad. Y preocupante, para el control de la
emisora aquel debía ser un combate cuerpo a cuerpo.
Por desgracia para
todos el capitán Calero no murió del disparo. Tan solo le golpeó el casco y lo
que le derribó fue el susto. Decididamente las fuentes se quedaban cortas,
también era un estúpido. Siguiendo sus órdenes tardamos tres días en pasar del
hall de entrada. Forrado en acero y oro, por cierto. Cosas del dinero público.
Tres días y un diez por
ciento de bajas. Asustadizo e inepto, el capitán pidió refuerzos y apoyo aéreo.
Suerte que un teniente coronel ligeramente más inteligente que él le respondió
si su propósito era matarnos a todos, pues nosotros también estábamos dentro
del edificio que pedía bombardear ahora con aviones. Tampoco hubo refuerzos.
Las últimas unidades creadas tanto con jubilados como niños soldado se dirigían
hacia el norte. Allí los insurgentes estaban ganando fuerza muy deprisa gracias
al apoyo de los mineros. Fuerza y terreno porque una franja de casi trescientos
kilómetros a lo largo de la costa norte ya estaba bajo su control.
Me contagió el
eufemismo político, pues control era una forma demasiado comedida para
calificar la limpieza social iniciada por el 01215M. Fue con el inicio de esta
campaña cuando se rebautizaron como Frente Para la Recuperación Y Justicia.
Hazazel era hijo de un
ganadero que después de una vida de trabajo perdió su explotación a no poder
hacer frente a los pagos de una nave de ordeño. Bruselas había impuesto unas
condiciones sanitarias tan exigentes que los ganaderos se vieron forzados a
endeudarse o claudicar. El padre de Hazazel también era un luchador, optó por
lo primero. Pero el delicado equilibrio entre ingresos y pagos se rompió
cuando, otra vez Bruselas con sus lecciones magistrales del buen gobierno, fijó
un precio máximo de la leche para contentar a los chinos. El nuevo mercado de
futuro que tanto había empobrecido a Europa. Negro como el presente ese futuro.
El padre de Hazazel y
cientos de ganaderos más lo perdieron todo por culpa de burócratas y banqueros.
Alianza letal que creó el clima propicio para que la semilla de la rabia y el
odio germinara con fuerza. Un poco de apoyo mediático y otro de populismo
oportunista hicieron el resto. La expansión del frente del norte fue
espectacular. A la altura de las represalias. Lo habitual: se empieza por las
detenciones justificadas, se sigue por los encarcelamientos preventivos, y se
acaba en las fosas comunes como solución definitiva de emergencia. Violaciones
juicios sumarísimos expropiaciones en el sacrosanto nombre de la revolución y
la justicia. En el nombre del Frente Para la Recuperación Y Justicia, en
definitiva. Nace La Causa para defender al hombre, después el hombre es
sometido por La Causa.
Los combates del
ejército contra el frente del norte estaban siendo especialmente sangrientos.
No vendrían refuerzos. Si bien es cierto que a veces es suficiente con identificar
al enemigo interior, en otras, además hay que eliminarlo. Tal ocurría con
nuestro capitán Calero. Las nuevas órdenes recibidas eran tajantes: silenciar
la radio a cualquier precio.
Algo me decía que de
momento estaba en el bando perdedor. El grueso del ejército no era capaz de
detener el avance del Frente del Norte, y la 56 no lograba silenciar una radio
situada a pocos metros. Aunque no sabíamos dónde exactamente pues el
ayuntamiento era un laberinto de oficinas, pasillos, despachos, salas de juntas
y cuartos sin función clara. Malgastando granadas de mano y perdiendo hombres
con decisiones tácticas erróneas el inútil capitán, y digo bien pues que yo
supiera la rubia del vestido rojo era la única una mujer de toda la compañía,
nos habíamos adentrado lentamente en el edificio.
A la rubia la descubrí
por casualidad: degollaba con su bayoneta a un rebelde cuando entré en los
lavabos para asegurar nuestra posición. No la había identificado con el pelo
corto y su ropa de camuflaje, vestida de combate parecía otra cosa. En realidad
otro asesino sin sueldo más, que era en lo que todos nos habíamos convertido
rápidamente. Para el salto hacia el horror sólo dista la oportunidad.
Descubierta, con la sangre de su víctima aún caliente sobre la ropa, se pintó los
labios frente al espejo y salió de allí en silencio.
El capitán tuvo otra de
sus nefastas ideas y dividió a las fuerzas. Mi jefe de carro había muerto así
que fui ascendido por necesidad. Junto a otros doce hombres nos ordenó limpiar
la planta superior de basura antipatriota, así llamaba él al enemigo. Quizás
para motivarse. Pero el fuego defensivo tenía sobre nosotros la ventaja del
conocimiento del medio y la posición elevada. Tres hombres murieron en el
primer tramo de escalera hasta que pudimos eliminar la amenaza. El tirador
resultó ser un objetivo decepcionante: iba vestido de payaso. Probablemente un
mimo de la calle al que le habían dado un arma automática y encintado el dedo
al gatillo. Aun así tres a uno, seguían ganando aquellos aprendices. La ira,
que es más efectiva que la disciplina.
El eje de la planta
superior era un amplio pasillo cubierto por una gran alfombra, alguien dijo que
persa, otro que siria. A mí me daba igual, ni entendía ni me gustaba; mejor
callado que ignorante. Sobre ella los grafiteros habían escrito mensajes
revolucionarios. Socialimo o muerte; Socialismo libertad; Pisados como ácaros;
Capitalismo asesino. Cosillas así. Arengas reivindicativas idóneas para el
levantamiento popular, cebo de desposeídos y luz de perdidos. Ideas de un mundo
más cómodo, que no más justo, para quienes nada habían logrado en la vida bien
sea por falta de oportunidades o de méritos. Sin embargo aquellos mensajes me
hicieron pensar: llegué a la conclusión de que no íbamos a mejorar nada. Y los
miles, tal vez millones de muertos si el conflicto cruzaba las fronteras, no
servirían para nada. En mi mente estaba el recuerdo de los que tras la bandera
del socialismo igualitario escondieron un arma para matar a sus adversarios
políticos y un yugo con el que esclavizar a la población que decían liberar. En
aquel momento de iluminación vi claro que nuestra guerra cambiaría unos tiranos
por otros, y que los muertos eran siempre del mismo lado, el de abajo.
Mis reflexiones
acabaron cuando del fondo del pasillo asomaron a cada lado dos Browning
disparando a plena potencia. El jefe del pelotón en cabeza cayó muerto, los
demás sólo tuvimos tiempo de tirarnos al suelo y responder el fuego hasta que
las ametralladoras se quedaron sin munición. Ayudó la suerte: abatimos dos
enemigos a cambio de uno de los nuestros. Dos a uno por tanto. Después de eso
avanzamos por el pasillo desplegados en óvalo, cubriendo todas las direcciones
desde las que podíamos ser atacados. Incluso el techo. Al caminar fui
observando los cuadros de las paredes, al pie de cada uno su nombre y cargo. Ex
alcaldes todos, y probablemente una fortuna. Algo similar debió pensar el
grafitero porque repintó los retratos con su espray. Me pareció divertido, lo
cual no hizo sino confirmar que ambas formas de pensar no estaban tan lejos. Solo
que atrapados en bandos distintos.
Alcanzamos la posición
de las ametralladoras para descubrir, otra vez con decepción, que los abatidos
no invitaban a hacerse una fotografía recordando el éxito. El hombre vestía de
fontanero Mario Bros, y la mujer llevaba un disfraz de Blancanieves. Como digo,
no podía haber retrato de la victoria o nos hubieran tomado por asesinos de
niños.
Lo mejor vino después.
Cada ametralladora estaba en la puerta de respectivos salones. Grandes y
lujosos como nunca yo había visto, aunque mi referencia no es buena pues no
había visto muchos. El de la derecha, con el nombre de Luis XVI sobre el marco
de la puerta, hacía honor a su nombre. La fantasía de sucesivos alcaldes y la
generosa oferta de dinero público hizo de aquel salón un escenario siglo de las
luces. Sillas pintadas en oro, tapices, cuadros enormes de alcaldes a caballo
rampante, o retratados con su familia al estilo realeza. Uno de ellos, que se
hizo pasar por liberal demócrata toda la legislatura, aparecía pintado junto a
un obús en pose de ordenar fuego y con la espada en alto. Yo mismo hubiera
disparado contra el cuadro de no ser porque el grafitero pintó sobre el pecho
del alcalde la bandera pirata; y corriendo a lo largo del cañón ratas vestidas
con traje y corbata portando maletines de dinero en cuya tapa se veían
logotipos de diferentes bancos y empresas. Bajo las ruedas del obús, los
aplastados, en gesto mendicante.
Por si los cuadros
fuera poco escarnio, del techo colgaban pedazos de grandes arañas de cristal.
El resto, hecho añicos en el suelo por nuestro fuego de carro; junto a jirones
de cortinas que en otro tiempo habían cubierto las ventanas. En el centro del
salón un palco de coronación con una enorme mesa también de oro donde el
alcalde en cargo debía firmar sus documentos. Bajo la mesa vi el cañón de un
AK-47 de un tirador acorralado. Abrió fuego e hirió de gravedad a otro hombre
antes de ser eliminado. Dejamos la mesa de oro literalmente como un colador, y
al tirador también. Tanto, que nos costó averiguar entre la sangre y trozos de
ropa que iba vestido de Michael Jackson cuando todavía era negro. Otra burla
tardía.
Sobre la mesa una caja
de cohíbas tamaño XL con un mensaje: ¡Viva la Revolución!
Ya me tocaba los huevos
esa revolución de muertos, le pegué dos tiros a la puta caja.
Entre tanto, y sin
nosotros saberlo, la emisora que debíamos silenciar lanzaba a pleno pulmón, o
pleno vatio, mensajes del triunfo rotundo de la sublevación. Y de un mundo
libre del capitalismo asesino donde los responsables de la quiebra económica
serían ajusticiados. Todo mentira pero la gran habilidad de Yahvé estaba en la
oratoria, en la propaganda en definitiva.
Su discurso
incendiario, furioso y audaz cruzó fronteras, se coló por las casas en los lugares
más distantes e inimaginables de la tierra. Y lo peor, en la mente de millones
de personas descontentas, hastiadas de una vida sin recompensa, de un presente
asfixiante y un futuro sin futuro. Contagiadas de una oportunidad, de una
posibilidad para el cambio, la llama de la rebelión prendió en todo el mapa
geopolítico. Pinchándolo aquí y allá con sus incendios de sublevación. Las
culturas serán distintas pero los patrones se repiten: manifestaciones
movilizaciones revueltas represión furia estallido. Traficantes de armas
suministrando a ambos bandos, población contra estado y viceversa. Gobiernos
que solicitan ayuda exterior, alianzas repentinas entre países rivales, ahora
confabulados contra el enemigo común: el ciudadano protesta. De Rusia a
Sudáfrica, de Japón a Cuba, todos los gobiernos se cuestionaban el mismo
dilema: enfrentarse a la población o sucumbir. Eligieron la primera opción.
Como de costumbre,
China fue el primer país en aplastar la revueltas con su línea habitual de
abuso de poder y exceso represivo. El ejército masacró a la población
insurgente. Y a la que no también, por si acaso. En todo conflicto siempre
llega un momento en que cualquiera se convierte en sospechoso. En el caso chino
ese momento era previo al propio inicio del conflicto. Comportamientos de la
tiranía sistemática en permanente actitud defensiva. Y ofensiva. Pero después
de una arrolladora fase inicial, de asesinatos y control por parte del ejército
y las fuerzas del estado, la insultante victoria gubernamental empezó a
revertir. Con un gesto sencillo. De nuevo el inicio insignificante de los
grandes acontecimientos.
Siguiendo el ejemplo de
aquel manifestante anónimo que durante la masacre de Tiananmen detuvo por sí
solo y desarmado una columna de carros, un humilde e ignorante campesino armado
con una vara de avellano para conducir el ganado hizo lo propio. Se plantó en
medio del camino para detener el avanza de las tropas hacia su aldea. Pero la
falta de cámaras para testificar el hecho, más el resentimiento de un ejército
humillado con aquella acción, condicionaron su destino. Las órdenes eran no
detenerse ante nadie.
La compañía entera, con
el doble de unidades que la 56, le pasó por encima. Dicen los mismos testigos
que el campesino fue triturado por las cadenas hasta tal punto que de él no
quedó nada. Nada corpóreo, pues su ejemplo de valor suicida sumado a la falta
de respeto hacia la población de un ejército reconvertido en enemigo reventaron
la bomba de relojería china. Defectuosa como todo.
El gran imperio
soportado sobre los hombros de campesinos sin arroz, de obreros sin derechos,
de estudiantes sin futuro, de universitarios sin trabajo. Sostenido con el
sudor y la sangre de una población sometida y aislada donde aprovechándose de
ese sacrificio nacieron grandes fortunas, se desmoronó con la rapidez de las
torres gemelas. Y al igual que ellas volatilizó a la superpotencia de cartón y
su capacidad de respuesta. La desaparición casi apocalíptica para unos,
necesaria para otros, de ese monstruo fue el espejo donde oprimidos y escupidos
de la sociedad se miraron. Para copiar los modos y sacudirse el miedo.
La efectividad de los
medios y la satisfacción del resultado cruzaron las fronteras de India,
Pakistán y Rusia velozmente, con la rapidez de las buenas noticias. La sociedad
de los aplastados es tan grande que basta con despertar a una parte para que el
falso equilibrio del orden impuesto y la paz del temor se rompa. El resto, los
temerosos o con algunas migajas más que el resto de parias, necesitan otra sacudida
o que les roben las migas para reaccionar. Por insignificante que sea,
cualquier posesión que no tengan los demás coloca al individuo en una posición
de privilegio por la que no se une a la lucha inicial. Desaparecida aquella,
son activistas con igual rabia que el primero. Esto pasa siempre que los
conflictos se extienden por el territorio y alargan en el tiempo.
Los gobiernos de India
y Pakistán cayeron rápido, no eran tan fuertes ni temibles después de todo.
Pero Rusia, más occidentalizada y por ello con más privilegiados en su
trinchera, resistió el primer asalto. Por esta occidentalización la oligarquía
empresarial, madre de la corrupción y la inacción institucionalizada, puso
todos sus medios a disposición del gobierno-ejército. Presión política armas
munición centros de internamiento interrogatorios. Lo necesario para seguir en
posición de privilegio, hay migajas muy grandes que disgusta mucho perderlas. Pero
a migaja más grande más esclavos la sustentan más resentimiento más injusticia.
Y éstos sólo necesitan armas para poder combatirla. Para resolverlo está la
figura del traficante comprando armas de un gobierno para derribar a otro. La
biodiversidad es una cosa muy buena: todo gusano es necesario.
Hijos y nietos de los
muertos por el estalinismo asesino sacaron su furia falsamente enterrada en el
silencio obligado de la represión. E hicieron de Stalingrado una ciudad de
desolación y muerte; Siempre Stalingrado. Otro símbolo del terror a batir por
la disidencia, herederos de familias masacradas, alimentados con años de odio y
conducidos por la luz de la venganza, expulsaron al adriático a sus oponentes.
Fuerzas de seguridad del estado, de represión y tortura del estado; el ejército
y el propio gobierno al completo, se ahogaron en el mar como peces en la arena.
Cuentan las crónicas
que el presidente pedía clemencia a gritos antes de ser arrojado a las heladas
aguas del océano junto a toda la casta política. Murió como el resto, de
hipotermia, pero antes lo hizo de vergüenza. Que la otrora terrible y todopoderosa
Rusia hubiera sido desmontada como un juguete viejo por sus propios súbditos no
hizo sino estimular el ánimo y las protestas en la cercana Europa. Pueblos descendientes
de las guerras más sanguinarias que la humanidad ha conocido, atrapados ahora en
el conformismo y el desencanto de una democracia agotada sin maquinaria de
sustitución. A Rusia le siguió Polonia, Alemania, Francia, España, Portugal,
Reino Unido, Escandinavia. Fue en los países Nórdicos donde se acuñó el lema Al
Poder Agua Salada. Congresistas senadores monarquías, acorralados como pollos y
cobardes como ratones huyeron hacia la única vía posible: los acantilados. Ante
los ojos de la muerte todos somos iguales, no existe mayor democracia.
Enfrentados por una vez a la verdad cegadora e inmisericorde que conlleva el
final de un poder absoluto, hubo quien en su desesperación pidió perdón por
todos sus pecados y prometió devolver lo saqueado. Incluso las vidas truncadas.
En cambio hay quien ni
en el borde de su último suspiro renuncia a ser más que los demás. A exigir
obediencia y respeto por su divina majestad. Engendrados en camas de oro donde
aristocracia y realeza se aman y poseen incestuosamente, nacidos entre los
brazos de sirvientes, criados en cunas para orgullosos y soberbios, amamantados
con la leche de la exclusividad. Con todo ello, imposible sustraerse al
vasallaje también en el momento final. Sus pretensiones fueron escuchadas y
precisamente por eso, despeñados contra las rocas y arrastrados por las olas al
fondo de las aguas.
La oleada de Reparación
y Justicia, como se llamó en el sur, atravesó Irán, Arabia Saudí, Egipto y todo
el mundo árabe como un tsunami. No quedando en pie ni las dunas del desierto.
Por el desierto, el del Sahara, penetraron las protestas en el áfrica negra
hasta alcanzar Sudáfrica. En el continente más pobre entre los pobres no hubo
dictador primer ministro o jefe de tribu que no fuera depuesto a machetazos, la
pobreza tiene sus propios métodos, y arrojada su carne a las hienas.
Especializadas en carroña como todo el mundo sabe.
Pero el ejemplo Chino o
Ruso no terminó ahí. China exportó su mejor producto hasta la fecha, cómo
resolver la desesperanza, hacia el sur por Vietnam e Indonesia hasta alcanzar
Australia. Vietnam revivió en su red de túneles la pesadilla de la invasión
norteamericana, y a la consigna de Al Poder Agua Salada introdujo la variante
El Poder Mejor Bajo La Tierra. Por fin una forma útil de aprovechar sus
recursos… ¿naturales?
En Australia los
aborígenes encontraron en la revolución una salida digna del alcoholismo y la
indigencia a la que el racismo blanco los sometió durante generaciones. Echando
mano de la memoria de las costumbres, usos y tradiciones enseñaron a los
rebeldes a sobrevivir con los mínimos recursos y ningún servicio. Fuera
servidores, fuera servidos, difícil diseñar una sociedad más igualitaria,
fuerte e independiente de toda oferta comercial. La austeridad, dureza de
espíritu y resistencia a la adversidad se contagió como la gripe española, pero
con las ventajas de una inmunidad autoadquirida. El retorno a la simplicidad,
la tierra y la veneración al medio ambiente marcaron la diferencia con otras
regiones del mundo. Un nuevo ejemplo a seguir y soluciones supervivientes a
incorporar en lugares donde la esquilmación de los recursos por parte de
multinacionales y el consumismo compulsivo, habían eliminado toda esperanza de
recuperación. Los aborígenes, insultados expulsados humillados, repararon en
meses el daño de décadas. Una nueva forma de vivir estaba por fin al alcance de
la mano. Algo en lo que el Frente nunca reparó, hijo al fin y a la postre de la
comodidad y el exceso.
En este viaje de ida y
vuelta el levantamiento popular cruzó de Rusia a Alaska como los antiguos
colonizadores de la tierra: por el estrecho de Bering, y mucho antes de que se
inventara la ropa y la agricultura. De Alaska a Canadá, EE.UU., centro América,
Brasil, la Patagonia, Tierra del Fuego, Cabo de Hornos. Nueva propuesta: Al
Poder Agua y Fuego. Cada cultura tiene sus cosas.
De centro América no
saltó al Caribe, la frontera cubana era una barrera demasiado inmóvil. Y nadie
creyó que después de estar mano sobre mano durante más de cincuenta años
esperando pacientemente que la justicia divina se llevara a los Castro, aunque
fuese muriendo de viejos en la cama, la sociedad cubana iba a reaccionar.
Acostumbrada durante más de medio siglo a ser una mantenida de la unión
soviética y un falso escaparate del comunismo; después una puta de Venezuela
pagada con petróleo; siempre por los familiares que contra viento marea y
tiburones emigraron hacia el mundo; nada hacía presagiar aquí un cambio.
Los aires y las armas
de verdad revolucionarias llegaron como el dinero y la comida y las noticias:
de la comunidad cubana residente y resistente en el extranjero. Florida en su
mayoría. La teoría lanzada por un sociólogo evolucionista a mediados de los
noventa, bautizada como La selección natural de las 90 millas, se mostró
acertada; pues fue esa comunidad de desertores valientes y no cobardes gusanos
como siempre el régimen castrista los llamó, quienes con su dinero y recursos
armaron la flota que introduciría en la isla el virus del cambio. Junto a las
armas indispensables para defenderlo, que no atacarlo pues era éste un virus
conveniente.
Los combates por la libertad
apenas duraron tres semanas. El ejército no tenía motivación ni armamento,
corroído con la humedad y el abandono desde que desapareció el apoyo soviético.
La policía del partido, que ni era secreta ni estaba dispuesta a partirse la
cara por el partido, se infiltró entre la población no para espiarla, sino para
desaparecer en ella. Al Poder Agua Salada, en una isla este grito de libertad
se hizo obligado no existiendo otra forma de deshacerse completamente de
sujetos indeseables sin convertirlos en mártires para nostálgicos. Los de las
migajas. Lástima que ninguno de los Castro vivió para… ¿contarlo? El miedo y
los infartos lo impidieron. Que la tragaran, no que fueran arrojados a los
tiburones. Todo ocurrió a pie de calle, entre la 54, la 86 y la Habana Vieja.
Para la Nueva Habana, la que estaba por llegar como la Nueva Cuba, habría que
inventarse calles con algo más de prosa realista y menos poesía José Martí.
Este sí que fue un triunfo de la revolución.
En Cuba está
Guantánamo. En Guantánamo lo mejor de EE.UU. La nueva revolución dentro de la
revolución vació la cárcel más conocida del mundo. Aunque no la peor. De ahí,
directos a Norteamérica.
Como he dicho, la carta
de cambio de destino me llegó por conducto reglamentario. En los meses que duró
nuestro malogrado asedio al edificio del ayuntamiento para callar la emisora,
ésta no desapareció. Pero sí la 56. Sólo cuatro sobrevivimos: la rubia del
vestido rojo con ropa de camuflaje labios pintados de sangre veintiocho muertos
en la punta de su bayoneta, los mataba a punta de lanza por el placer de ver
sus ojos al morir; el cabo gastador jefe del carro número 12 y el enfermero.
Siempre reanimando a los muertos siempre cubierto de sangre siempre a salvo por
eso. Ningún enemigo quiso malgastar su munición con alguien en apariencia ya
cosido a balazos.
A diferencia del
enfermero, el cabo gastador se había ganado cada latido de vida. Tirador de
élite, luchador valiente, compañero leal. Incluso a mí me había salvado el
pellejo en una ocasión con su puntería. No salía una bala de su arma que no
abatiera a un enemigo. Aún así, y gracias a los innumerables errores del
capitán Calero, el idiota según mi propia fuente y conocido por los demás como
El inútil de la 56, la compañía murió en el intento. El edificio resultó ser
una trampa mortal para cualquier asaltante. Más aún para una mente obtusa y sin
ideas como la de nuestro capitán.
Plagado de pasadizos
túneles cámaras secretas paredes dobles habitaciones fantasma, la decisión del
idiota de repartir las fuerzas por las distintas plantas fue determinante para
nuestro fracaso. Construido en los años cuarenta sobre los restos recién
descubiertos de un castillo medieval y precisamente por eso, edificado sobre
una villa romana que aprovechó las ruinas de una construcción mozárabe, o
quizás fue al revés pues no está muy claro quién llegó antes a esta tierra de
sandías y melones; más las sucesivas obras, reformas y contrarreformas de los
alcaldes de todos los partidos para conservar el sillón aunque fuera por la vía
del encierro, hicieron de aquel ayuntamiento la fortaleza perfecta para
ocultarse. Y perderse incluso de uno mismo pues ni con la ayuda del grafitero
que fue pintando señales en su recorrido hacia la radio, algo que descubrimos
demasiado tarde y que nos habría guiado hasta ella ahorrándonos muchas vidas,
logró Yahvé salir de allí con su menguante tropa de voluntarios disfrazados de
cualquier cosa para mayor insulto.
Tampoco hizo falta.
Ganó todas las batallas sin moverse del sitio. Sus mensajes de liberación y triunfo
de los oprimidos, junto a una versión renovada del clásico Liberté Igualité
Fraternité, oportunamente transformado en Reposición Depuración Castigo Victoria,
fue rebotando de repetidor en repetidor y traducido como correspondía para
sublevar a los castigados de la tierra e irritar y acobardar a los
castigadores. La moraleja de que las hormigas pueden derribar a un elefante se
demostró correcta: era una cuestión de número y tiempo.
Gracias a un mensaje
repetido incesantemente; a lecturas extraídas de libros de micro y macro
economía; de filosofía, moralidad, ciencia; sin concesiones a la religión, la
mística o la espiritualidad; desprovisto de dogmas y cargado de pragmatismo y
un racionalismo ejemplar con soluciones para un mundo nuevo, y quién sabe si
justo, levantó a cinco mil millones de personas contra el tirano de zona.
Porque sí, a mí no hacía falta que me convenciera de que en cada gobierno hay
un déspota. La democracia también esconde a sus autócratas tras la sutileza del
voto cautivo o castigo.
Este enfoque
revolucionario de la sociedad en su conjunto incluso a mí me entusiasmó, pues
leía cada octavilla que arrojada por su aviones caía en mis manos. Por eso
cuando tuve ante mis ojos la notificación del traslado hacia un frente de
muerte, y en el bolsillo guardada la esperanza del cambio escrita en un papel
del enemigo, no dudé en cambiarme de bando.
Pero esto no significa
que lo hiciera, pues si la idea de morir combatiendo no estaba en mis planes,
la alternativa de ser fusilado por desertor resultaba demasiado humillante
hasta para mí, que siempre fui una persona sin ideales, creencias ni orgullo
alguno.
A pesar del clamoroso
fracaso de la 56, las derrotas en el bando oficialista eran tan frecuentes y estrepitosas
que nadie la tuvo en cuenta; una más. Gracias a eso, a que los mandos caídos en
combate habían sido tantos que comenzaban a escasear oficiales y generales, y a
que ser enviado a la muerte bien merecía una compensación, a los cuatro
supervivientes nos ascendieron de un salto a teniente coronel. Aparecía el
nombramiento al pie del texto, a modo de consolación. Las buenas noticias
siempre al final, para dejar un regusto dulce.
Doscientos portaaviones
con bandera de conveniencia fabricados en corea y con tripulación africana, 550
submarinos nucleares, más de mil buques de guerra, 5500 buques de transporte,
2000 bombarderos, 3200 bombarderos pesados, 7800 aviones de caza, y 3500
aviones de transporte, se acercaron hasta la costa norteamericana a fuerza de
destrucción y flota enemiga hundida. Frente a Portsmouth, homenajeando quizás a
los Pilgrim Fathers o quién sabe qué. El plan era subir por el lago
Chesapeake hasta llegar a la boca de
Washington.
Cuentan historiadores
de ambos bandos que el desembarco de Normandía fue un ensayo comparado con el
nuestro. Veinticinco mil soldados murieron ese cuatro de julio. Quizás para
conmemorarlo como se merece: con la sangre de los inocentes.
La razón de por qué en
el mayor imperio de la democracia los combates eran más duros y había mayor
resistencia que en ninguna otra zona del mundo, sin que los insurgentes
convencieran con la rapidez de áreas a priori más difíciles, no era otra que el
dinero. Las mayores fortunas del mundo estaban en el imperio, las cuales se
pusieron sin dudarlo a disposición del fiel guardián de sus intereses: el
gobierno. Quien a su vez utilizó todos los medios a su alcance, legales e
ilegales, para defenderlos. Entre los legales, el mayor ejército conocido hasta
la fecha, sobradamente preparado y con una dosis renovada de motivación: doble
paga por combatir obedeciendo cortesía de un multimillonario anónimo. Nada
nuevo.
Los republicanos se
habían hecho con el poder tras la dimisión del presidente Obama por presiones
raciales. El renacido Black Power lo declaró persona non grata y una vergüenza
para la raza. Era mulato después de todo, y el triunfo del primer presidente
negro se había vendido como un camelo. Para ellos eran tan negro como blanco.
Así que rechazado por los negros y abandonado por los blancos que buscaban
alguien más lechoso, Obama huyó con su familia a Canadá. Hay quien dice que lo
han visto pescando junto a su amigo Clinton en Nettilling Lake, otros cazando
en la isla Victoria. Incluso hay quien afirma que comparten una cabaña en Penny
Highland. Habladurías de rencorosos probablemente pues lo más seguro es que
ambos estén muertos con tanto enemigo suelto. Verdad o mentira, estos rumores
no eran sino la confirmación de una situación difícil para todos.
Tras varias jornadas de
avance lento, repeliendo acciones enemigas de poca intensidad, llegamos a
Washington. O lo que quedaba de ella, porque me recordó excesivamente a
Álcahson e Hiroshima juntas. Todo era escombros, ceniza y polvo. Salvo el
Capitolio, como el ayuntamiento de Álcahson. Rodeado por varias anillos de carros
de combate, destrozados los del círculo exterior pero en aparente buen estado
los del interior, surgía el edificio como un espectro. Y orgullo de la
contrarresistencia, otra palabra nueva que anotar en el vocabulario
propagandístico de guerra. Se decía que estaba vacío pero que era preciso
defender su integridad por ser el símbolo de la nación. De media nación
oficialista pensaba yo, aunque esto eran cosas mías sin importancia. Y del
imperio político económico, esto ya me gustaba menos pero tu bando es tu bando
qué iba a hacer.
Yo no tenía mucha
experiencia en campo abierto, no en vano había pasado la mayor parte de la
guerra asaltando un edificio. Por esto mismo habíamos sido trasladados los
cuatro de la 56 y nombrados jefes. Para elaborar la estrategia que asegurase el
Capitolio como sede del nuevo gobierno y se comandara desde ahí la reconquista
del estado, la nación, el imperio, y el mundo. Que según el plan pasaría a
convertirse en una mera sucursal de sus intereses económico políticos.
Bien sea por las
octavillas que llenaban mi cabeza de ideas contrarias a todo régimen, o por
haber perdido la esperanza de encontrar viva a mi familia, lo cierto es que
dentro de mí el deseo de convertirme en la enfermedad que matara al organismo
ahora que tenía un cargo con capacidad de decisión, no hacía sino crecer. Un
momento, llaman a la puerta.
-¿Quién es?
P1
-Policía del Estado,
¡abra!
-¿Cómo?
P1
-¡Policía del Estado,
abra la puerta o la echamos abajo de una patada!
-¡Está bien, ya abro!…
¿Qué desean?
P1
-Queda usted detenido.
-¿Yo, por qué?
-P1
-Por incitación a la
rebelión, conspiración contra el país, ofensa a países extranjeros y calumnias
contra la clase político y los grandes empresarios.
-¿Yo? ¡Pero si no me he
movido de mi casa!
-P1
-¡Pues por eso! ¿Dónde
está la máquina de escribir?
-Ahí. Eh, suélteme. Le
digo que está ahí, en el despacho.
P1
-Vamos, indíqueme.
-¡Oiga no me empuje!
¡Está usted en mi casa y no le tolero
P1
-¡Le empujo si me da la
gana! Y su casa ha sido confiscada por el gobierno como fianza. Ya no es su
casa.
-¿Confiscada? ¿Cuándo?
¡Que no me empuje! Y usted, ¡suélteme el cuello so gorila!
P3
-Este gorila le va a
romper el cuello como no obedezca y cierre esa boquita de niño consentido.
P1
-Le advierto que
tenemos licencia para matar si se resiste.
-¿Pero qué he hecho yo?
P2
-Y todavía se hace el
inocente. ¡Qué te parece!
P3
-Le pego una hostia y
verás cómo se amansa. Déjame que le caliento los morros.
-¡Oiga que tengo mis
derechos!
P2
-Tú no tienes una
mierda, chusma desagradecida. ¡Míralo! ¡Si hasta huele mal!
-¡Quiero un abogado!
¿Dónde está la orden?
P2
-Ayúdame a sujetarlo,
este mierda se acuerda de mí.
P1
-¿Es esta la máquina?
-¿Cuántas quiere que
tenga, catorce?
P1
-Dadle un poco de grasa
para que suavice. Todavía está muy duro.
P2
-¡Toma hijo puta!
-¡Ay, ay!
P2
-¡Esta por mi familia!,
que tengo a mi mujer llorando como una histérica porque ha oído que va a
estallar la guerra de clases.
-¡Ay, ay, ay!
P2
-Esta por mí, que todos
vosotros críticos de sillón os tengo un odio que no puedo más. Y otra. Que
queréis arreglar el mundo con vuestros escritos subversivos y lo que hacéis es
joderlo.
P3
-Así así, joder a
honrados trabajadores como nosotros. Toma otra hostia mamón. Sujétalo ahora tú
que yo también necesito un desahogo.
-¡Ayayay!
P2
-Casi ni me hace falta.
A estos mierdas les das un poco de cera y se ablandan como la nata.
P3
-Toma otra cabrón. Y
esta patada en los huevos porque llevo una semana con la cabeza loca por tu
culpa, aguantando a los jefes. Dicen que estás escribiendo contra el gobierno y
cuando ellos se ponen nerviosos los de abajo lo pagamos. Que si eres un
antisistema, que vas a desastabilizar las instituciones
-Se dice
desestabilizar, so mula.
P3
-¿Mula yo? ¡A mierdas
como tú los quito yo de en medio rápido!
P1
-Ya lo tenemos, mirad.
El manuscrito WAR está aquí.
P2
-¿Por qué le llamas
manuscrito si está escrito a máquina?
P1
-Es una formalidad,
hombre.
P3
-Entonces, ¿lo machaco
ya?
P1
-No, espera… Uhm… Está
sin terminar.
P3
-¿¡Dónde se esconde lo
que falta desgraciado!?
P2
-Dilo o dejo a este
gorila que te reviente a leches.
P3
-¡Eso, habla hijo puta!
P1
-Parad, parad un
momento compañeros. ¿Y si lo tiene en la cabeza?
P2
-¡Habla! ¿Lo tienes en
la cabeza?
-… Quiero ver… la…
orden…
P1
-¿La orden? Sí hombre,
aquí la tienes. Abre la boca.
P2
-¡Trágatela! ¡Firmada
por el tribunal supremo nada menos! ¡Para que veas qué importante eres!
P3
-¿Está buena? Ni un
trocito quiero que dejes. ¡Cómetela entera!
P1
-Vamos, habla. ¿Dónde
está el final de la historia?
P2
-¡Registremos esta
pocilga! El marrano este seguro que la tiene escondida en alguna parte.
P3
-¡Dejadme a mí que se
lo saco a guantazos!
P1
-Uhm… no lo creo. Todas
las hojas coinciden con la Agencia de información mundana. Esos del espionaje
son buenos los cabrones. Y no tienen nada más de lo que aquí hay. Así que o se
ha dado cuenta de que le investigábamos por sedición y rebeldía o no ha
terminado. A lo mejor no es tan gilipollas como parece.
P2
-Vagos, eso es lo que
son estos rebeldes. Unos jodidos vagos.
P1
-Levantadlo del suelo.
Ponlo aquí, en la silla de escribir para que recuerde.
P2
-¡No te caigas, so
gallina!
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-¡Mantente erguido como
un hombre! ¿No eras tan valiente dentro de la historia? Disparando a policías,
militares, ¡a compañeros nuestros! ¿Dónde está ahora tu coraje? ¡Demuéstralo!
-…Me dais… asco… No
sois… más que perros… guar…dianes…
P3
-¿Perros? ¡Yo te mato!
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-¡Espera espera!
Primero el final. ¿Dónde está? ¿Cómo acaba? ¿Vencen los rebeldes o no? Porque
nos quedamos sin empleo o algo peor.
-…No… lo sabréis nunca…
P3
-¿Qué no lo sabremos?
Tú no me conoces, te saco las tripas si hace falta pero tú lo sueltas.
-No estúpido… El final…
está en mi cabeza…
P2
-¿En tu cabeza? ¿Te
crees muy listo, verdad?
P3
-¡Déjamelo a mí que le
reviento a hostias! Verás cómo canta.
P1
-Espera, espera. Quizás
tenga razón. Si espionaje no sabe nada e inteligencia mundana tampoco… Puede que
estuviera terminándolo… ¡Ahora mismo!
P3
-Entonces, ¿le abro la cabeza
a ver si lo encuentro?
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-Serás bruto. No hombre,
si no lo ha escrito pégale un tiro y ya está.
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-Ah, bueno.
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-Toma una bala
desgraciado. Dicen que quita el dolor de cabeza.
¡Bang!
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-Ya está. Prended fuego
a la casa y vámonos. Inteligencia ya se encargará de filtrar a la prensa que
fue un suicidio.
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-Este país está lleno
de escoria desagradecida y resentidos sociales.
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-Maldita basura, a la
hoguera con los perroflautas.
P1
-Así es. Vámonos antes
de que el humo despierte a los vecinos.
P2
-Déjame una última
patada.
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-Y yo otra, en toda la
boca. No le va a quedar un diente en su sitio.
P2
-No te olvides de dar
parte.
P1
-Sí, ahora hago la
llamada. Vámonos, mientras bajamos la escalera llamo.
P2
-Vale, déjalo ya. Has
dicho una patada no catorce.
P1
-Señor presidente, ya
está hecho. Los aparatos del estado quedan a salvo, pueden bajarse todos del
avión y volver a palacio. Comuníqueselo a los demás. ¿Una medalla? Gracias señor
presidente, muchas gracias. Siempre es un honor servir a la nación. Sólo cumplimos
con nuestro deber señor presidente. ¿Felicitaciones de parte del jefe del
Estado? Transmítale mi más sincero agradecimiento. ¿Invitados a una cena de
gala en nuestro honor? Iremos, no lo dude señor presidente. Comunique mi
satisfacción y la de mis compañeros a su majestad. Gracias, siempre a su
servicio. Para lo que haga falta.
© CHRISTOPHE
CARO ALCALDE
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