OLVIDOS DE LA HISTORIA
Napoleón nunca quiso
comandar ejércitos y mucho menos ir a la guerra. Mienten los historiadores, en
su mayoría franceses, cuando afirman con pruebas de irrefutable condición que
su ambición sobrepasó las fronteras, literalmente, siendo inspiración de
dramaturgos y cronistas de aventuras. Nada de esto es cierto. Lo que Napoleón
deseaba con freudiana locura era a la prima bastarda de la primera doncella de
Josefina. Una espectacular pelirroja, la prima no la doncella ni Josefina, a la
que Napoleón obedeció mansamente, o salvajemente según se mire, y complació
cuanto pudo.
Descarada, con delirios
de grandeza, actriz porno, aficionada a las orgías sin contacto, bisexual y
serial killer. Una auténtica psicópata que condicionó en la sombra el destino
de Europa.
Las razones de por qué
Napoleón conoció a la bastarda de nombre impronunciable no están muy claras.
Contrariamente a lo que opina el mayor experto en la materia, el afamado
cursillista de bolas chinas John Ball Burning, no fue en la feria internacional
del juguete de aquel lejano mes de diciembre de 1786. Si bien es cierto que
ambos asistieron, no coincidieron ni en tiempo ni espacio.
Napoleón, aficionado
compulsivo a los soldaditos de plomo y las coronas de oro, compró todas las
colecciones a la venta, de ambas cosas. Le tomaron por loco cuando afirmó tras
la operación: “Estos soldaditos y yo conquistaremos el mundo”.
La pelirroja, en
cambio, sólo adquirió la versión actualizada del Monopoly Continental. Así
llamado porque en él las casas, calles y plazas a comprar se habían sustituido
por países de Europa. La banca por la sede del gobierno de la UE, en la cárcel
los tribunales de justicia y los jueces por policía antidisturbios. Cambios más
congruentes con los tiempos que aportaban un dinamismo y realismo insuperables.
Éxito de ventas. La pelirroja intuyó que aquel Monopoly se haría realidad y
quiso poseerlo antes que nadie. Ella, también ansiaba conquistar el mundo.
Pero el encuentro fatal
vino de la mano de Salicety años atrás, en uno de sus bailes de disfraces donde
Napoleón era la estrella del momento y del baile con su disfraz de emperador.
La pelirroja una camarera vestida de Play Boy, auténtico nada de disfraz. Ella
le propinó un sonoro tortazo cuando él tiró del rabito del conejo y el delantal
cayó al suelo. Mostrando a los presentes la ausencia de ropa interior, aún sin
inventar, y la mejor parte de su anatomía. Él recogió el delantal, ella se lo
volvió a colocar y el baile continuó como si nada. Nadie se percató de que en
el intercambio ella le entregó su número de teléfono.
Otro antiguo amigo,
Pasquale Paoli, les introdujo en el submundo del club de la lucha donde acudían
como público anónimo. Él se aficionó tanto a las peleas que creó su propio
club: The Nap´s Fight. El éxito inesperado del proyecto le animó a pasarse a
las franquicias, y en su viaje secreto a Córcega de 1794 se reunió con los
franquiciados de toda Europa para formar un ejército a la prensa mostrado como
una joint venture.
También en ese viaje,
no tan secreto, reapareció la pelirroja bastarda. Él se la encontró en la carátula
de un DVD triple X. La llamó inmediatamente, quería una foto igual a la
portada. Ella accedió, no sin antes arrancarle la promesa de que le llevaría de
viaje por Europa. No había ingresado en le École Militaire a los diez años para
nada: aceptó gustoso a condición de mantener su relación en secreto. Había
puesto sus ojos en la amante de Paul Barras y quería robársela para casarse con
ella. Por joder, más que nada. En el amplio sentido de la expresión.
Petición por petición,
sellaron el acuerdo con una tarde de sexo de película. También literal porque
ella lo grabó todo. Desde ese día, y por evidentes razones anatómicas, ella lo
apodó con el sobrenombre de mi Pequeño Cabo. Bajo nombre en realidad.
En virtud de aquella
promesa, y porque Josefina en materia de sexo acrobático era una aficionada, a
los pocos días de su boda Napoleón marchó sobre Italia. Sobre-Italia: de
aquellas victorias le regaló a su amante pelirroja la República Cisalpina. Fue
entonces y con intención de seguir en contacto secreto cuando él creó la línea
Chappe.
Mientras la pelirroja
viajaba disfrutando por su Italia, él regresó a París con intención de poner
orden. Y promover una idea que le rondaba la cabeza desde su paseo triunfal por
Italia cuando la conoció profundamente. Algo así hay que hacer en Francia –se
dijo-. Que los turistas descubran la Grandeur de la France. Viendo dar vueltas
a una rueda de molino se le ocurrió el nombre: Tour de Force. Sus asesores de
campaña le aconsejaron otro más vistoso aunque de menos pegada: Tour de France.
Y hasta hoy.
Asqueado de la
decadencia y la corrupción de la República, quiso volverse a Italia con su
amante gimnasta, pero ella acababa de conocer al Duque de Armani en la pasarela
de Milán y no estaba dispuesta a desaprovechar la ocasión de ir vestida con los
últimos modelos del creador, en exclusiva y a precio de ganga: sexo flojo. No
tenía claro lo que a él le gustaba. O quiénes. Convenció a Napoleón de que se
quedara e hiciera algo vistoso por ella. Él, de natural complaciente y
bondadoso pero poco hábil con la literatura de pasión, le escribió una extensa
carta de amor que, una vez corregida por sus asesores, la convirtieron en la
Constitución del Año VIII. A modo de compensación y para evitarle el disgusto,
le premiaron con el cargo de Primer Cónsul.
La pelirroja le hizo
llegar un mensaje cargado de erotismo y dibujos explicativos que Napoleón
respondió con un aluvión de cartas encendidas de amor y pasión. Una vez más,
eliminadas faltas de ortografía, expresiones inapropiadas o directamente soeces
para el gusto de la época, extraordinariamente cultas para los estándares de
hoy, aquella cartas se convirtieron en el Code Civil de Francais, el Código
Penal, el de Comercio, de Institución Criminal. Textos que fueron bestseller y
proporcionaron la independencia económica que Napoleón hasta la fecha no tenía.
Sujeto como estaba a rácanos sueldos públicos y sus ajustes. Además, los textos
también le proporcionaron prestigio y popularidad entre la población.
Ella, celosa de no ser
primera plana junto a él en Vanity Fair o Vogue, amenazó con revelar su
historia en un plató de Telecinco, que era donde mejor pagaban la basura.
Napoleón, atemorizado de que todo el mundo conociera la razón de su Pequeño
Cabo, regresó a Italia inmediatamente. Para descubrir decepcionado el asunto
del Duque.
Armani, de origen
germánico y a petición insistente de la pelirroja que quería conocer esos
pueblos y costumbres, utilizó su dinero e influencias para satisfacer las
demandas culturales de su amante: llenó Italia de austríacos. Lo cual a su vez
incrementó las ventas de una chaqueta que había diseñado tiempo atrás sin
ningún éxito entre italianos. Rebautizada como chaqueta austríaca, se convirtió
en el empujón definitivo para lanzar su cadena de tiendas. Abandonó la
producción de ropa obrera y se dedicó en exclusiva a la alta costura. Napoleón
vio en él un poderoso enemigo: ambas franquicias rivalizaban por los mismos
locales de las mejores ciudades de Francia e Italia. La guerra comercial
acababa de empezar.
Decepcionado con la
infidelidad, reclamó a la pelirroja un antiguo regalo procedente de sus
campañas por Egipto: La piedra de Rosetta que ella llevaba colgando del cuello
desde entonces. No se la devolvió.
Necesitado de fondos para
su contraataque comercial, vendió Luisiana a los americanos y se ascendió a sí
mismo en la administración del estado. El sueldo de Primer Cónsul palidecía
comparándolo con el de Emperador. Patrocinado por los grandes almacenes
Lafayette, que diseñaron y pagaron su nueva corona, Napoleón se autoproclamó
emperador el 28 de mayo de 1804 con la esperanza de que la noticia, publicada
en primera plana y a todo color en los tres periódicos de su propiedad, edición
couché y digital, llegara a la pelirroja.
Ella, impresionada por
el gesto, de amor o necesidad está aún por investigar, sedujo al amante del
Duque, Sir Ludwig, para que le compusiera una canción. Fue tal la entrega de
ella en el intercambio de servicios que la canción creció hasta convertirse en
la sinfonía Eroica. Nombre que la pelirroja retocó posteriormente para darle un
barniz más literario. A su vez, esto disparó los celos del Duque y ambos grupos
empresariales se enzarzaron en una guerra por tierra mar y aire.
La enfermedad de las
ovejas locas había diezmado la cabaña inglesa, por lo que la lana para hacer
buenos paños escaseaba. Esto y los recortes impuestos por el gobierno llegaron
al equipamiento militar: con la tela de un buen pantalón de campaña se
fabricaban dos faldas cortas para hombre. Como al ejército no le gustó la idea
por humillante, el gobierno necesitado de un hit de ventas similar a la
chaqueta austríaca, para convencer a los soldados de las bondades de su uso se
alió con el Duque en una joint venture de gran calado: unirían sus flotas con
intención de derrotar a Napoleón.
La alianza funcionó,
tanto que ver a los rudos marineros vestidos con falda corta encandiló a las
mujeres por su comodidad para las relaciones íntimas. Posteriormente, un sastre
escocés ignorado y burlado hasta el momento por todos sus colegas demandó a los
ingleses por plagio. Los tribunales le dieron la razón y desde entonces su
falda se llama falda escocesa.
Enfadado por la derrota
en el mar, Napoleón marchó contra el Duque y entró en Italia como una
apisonadora de la época, reconquistándola. Armani, de viaje por Shanghái con
intención de iniciar su expansión comercial en Asia, se libró de una muerte
segura. Vuelta a enfadar con Napoleón, la pelirroja también porque se fueron
juntos. En venganza, Napoleón se casó con María Luisa una vez que Josefina le
pidió el divorcio y una pensión alimenticia en compensación a la ausencia de
deberes conyugales. Él, no ella.
Las franquicias de
ambos contendientes siguieron creciendo. Napoleón anexionando territorios, el
Duque de Armani vistiendo la Grande Armée. Porque una cosa son los enemigos y
otra los negocios.
Cansado de derrotar
adversarios en el campo de batalla sin atraer la atención de la pelirroja,
Napoleón recondujo su estrategia hacia la administración de los estados. Abolió
feudalismos, reescribió constituciones, creó escuelas, impulsó la educación, la
ciencia y la investigación. Pero ella seguía viajando y abriendo franquicias
por el mundo con su Duque. La más grande de ellas en Moscú, que disponiendo de
la mejor red de transporte público underground de toda Europa el Duque intuyó
en esa ciudad un gran éxito empresarial. Y una afrenta directa a su eterno
contrincante.
Lo consiguió porque
Napoleón aceptó el duelo y reunió a 600.000 colegas con los que invadir Rusia,
derrocar al Zar y cerrar todas las tiendas de Armani por no estar al corriente
en los pagos con la administración. Cosa cierta y que tanto había beneficiado a
su crecimiento, concediéndole una ventaja extra frente a su competidores
directos: Versace, Chanel y Lagerfeld. Príncipe, duquesa y conde de la
excentricidad la vanidad y el exceso respectivamente.
Seguidores de Armani,
furiosos por no disponer de la nueva colección otoño invierno, quemaron todas
las tiendas con los trapos de verano. Este fuego se extendió y las ciudades de
Rusia ardían enteras. La hoguera de las vanidades, bautizó Napoleón a aquella
reacción en cadena de la cadena.
Así las cosas, decidió
volverse a su Francia y pasar el invierno tranquilo por una vez en los últimos
años. Pero los uniformes para esa campaña no estaban dispuestos a causa del
fuego que también quemó almacenes y talleres. De los 650.000 hombres de su
Grande Armée, sólo 40.000 vieron el Sena. El frío los jodió a todos. En cierto
modo, el Duque venció sin coger un fusil.
Cansado de perder
tantos amigos persiguiendo al amor de su vida, Napoleón confesó a un padre
anglicano que las batallas contra las mujeres sólo se ganan en retirada. Actuó
en consecuencia.
Nunca estuvo en sus
planes pasar de cabo: renunció a su incómodo cargo de emperador con intención
de quedar libre para la feria de abril sevillana de 1814. No pudo ser, los
españoles le habían cogido el gusto a la guerra de guerrillas y el FBI y la CIA
incluyeron a España en la lista de los países terroristas más buscados.
Amenazando, además, con devolver a Francia su estatua de La Liberté: ataque
directo a la línea de flotación del chauvinismo francés difícilmente reparable.
Napoleón cambió sus
planes temiendo no ser recordado con amor, ideó una estrategia inesperada para
todos: Me retiro. A una isla desierta. Quiero algo de la paz que siempre soñé pero
mis enemigos no me dejaron. No me busquéis, no volveré.
En el verano de 1815 y
en secreto, Napoleón marchó a su isla no sin antes mandar un mensaje a la
pelirroja por su línea privada de semáforos:
“Querida amada. Stop. Comprado
una isla para ambos. Stop. Tú has sido mi Helena de Troya. Stop. Por tu amor he
recorrido medio mundo. Stop. Luchado en medio mundo. Stop. Quisiera envejecer
juntos. Stop. En tu honor, la isla se llama Santa Elena. Stop. Siempre fuiste
para mí una santa. Stop. Comprado por internet un frasquito de tu mejor perfume,
<<Ó d´Arsenic.>>. Stop. Para tenerte siempre a mi lado. Stop. Y por
si no vienes. Stop.”
© CHRISTOPHE
CARO ALCALDE
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