PUEDE QUE SÍ, PUEDE QUE NO.
-Puede que sí, puede
que no.
-¡Vamos mujer, deja ya
ese juego! Sabes que mañana regreso a mi país.
-Puede que sí, puede
que no.
-¿Qué puede que sí me
los des o puede que no regrese? ¿O es al revés?
-Te lo daré si prometes
una cosa.
-Puede que sí puede que
no.
-¡Eh! El juego es mío!
Señor hombre de palabras.
-De palabra. Se dice
hombre de palabra. Y eso sí soy.
-No. Yo digo de
palabras.
-¿Una costumbre vuestra
antillana quizás?
-No. No utilizan esa
expresión por aquí. Y no te lo he dicho, pero mis primeros recuerdos
conscientes son de Venezuela.
-¡Hay tantas cosas que
de ti no sé!
-Porque te enredas con
las palabras y no haces las preguntas adecuadas, rubito de caracoles blancos.
Bueno, con las palabras, las letras las comas los puntos. Todo, te enredas con
todo.
-Tú eres la que me
enredas con esa mirada negra ese pelo negro esos labios… ¿Cómo saben tus
labios?
-¿Ves mi niño? A esto
me refería. Tu mayor enredo son los interrogantes. ¡Llevas un collar lleno de
ellos colgando del cuello!
-¿Yo? ¿Y qué me dices
de tu melena con admiraciones negras profundas?
-Mis admiraciones son
profundas, mi rey. Pero no negras. Yo, soy muy transparente. ¿No me ves?
-Es verdad. Tan
transparente que no te veo. Pero te oigo, y te siento. Sé que estás aquí
conmigo. Y eso, casi me basta.
-¿Casi? ¿Qué significa
eso?
-No sé tu número.
-¡Y dale!
-No sé tu nombre. No sé
quién eres, ni dónde vives. De dónde vienes. ¿Vas a algún lado? Por no sabes,
no sé ni dónde estás.
-Aquí, aquí. Estoy
aquí. ¿No me sientes?
-Sí, y casi lo siento.
-¿Lo sientes? Ya te has
enredado, no te entiendo.
-Siento que este mes
aquí contigo ha sido
-¡No sigas! ¿Una
pérdida de tiempo?
-¡No, no! ¡Apresurada
antillana!
-Te dije venezolana, mi
niño.
-Pues eso, pero esto
son las Antillas y me confundes.
-No puede ser. Ya ves
que soy transparente.
-Pero tu transparencia
es confusa. Y además no, no te veo.
-Eso que has dicho
podría ser un oxímoron: transparencia confusa. Mi rey.
-Uhm. ¿Transparencia
difusa? ¿Te vale como animal de compañía?
-Más que tú sí.
Llevamos sentados aquí un mes, esquivando los cocos de los árboles, y aún no me
has tocado. ¿Por qué? ¡Estás hundiendo mi autoestima! Y no tienes derecho.
¿Sabes cuánto tiempo y dinero he invertido en levantarla? Y casi me engancho a
los antidepresivos.
-Lo siento, no quería
ofenderte. Soy hombre de palabras, tú lo has dicho.
-¡Pues más acción y
menos reflexión! Estoy cansada de que me hablen, me pregunten, me canten, ¡me
lloren! Incluso de que me admiren. Pero no me toquen.
-Mi enigmática melena
negra… ¿No ves que eso ocurre porque no te ven?
-Ahora has hecho una
cacofonía. Te digo que te enredas con las palabras. Y puede que no me vean
pero… Sé que me sienten. Hay quien incluso me sienta en sus rodillas y susurra
una canción. ¡Ni que yo fuera una niña!
-No se lo tengas en
cuenta. Quien lo hace es porque está perdido. No sabe cómo seguir en esta vida
de fabulación y engaño.
-Y confesión. A veces,
me confiesan unos secretos que me ruborizan. Mira, mira. Sólo recordándolo se
me eriza
-¿El qué? No insistas,
transparente no te veo.
-Perdona, lo olvidaba.
¿Y cuándo has dicho que te vas?
-No lo he dicho.
Mañana. Me voy mañana.
-¿Por qué tan de
repente? ¿No dijiste que estaríamos juntos el tiempo necesario?
-Y así ha sido. El
necesario. Terminé la tarea que vine a hacer aquí.
-¡Me has utilizado!
Como todos. Me usas y me abandonas. Creí que tú eras distinto. Dijiste que te
gustaría llevarme contigo, estar siempre a mi lado. Ir donde tú fueras. Soy una
tonta, no sé cómo no me di cuenta si sólo eres un hombre de palabras.
-De palabra, se dice de
palabra.
-No, ¡no! Sé lo que
estoy diciendo. Eres un hombre de palabras, hablar hablar hablar. No de
palabra: hacer. ¿Entiendes la diferencia?
-Si me das tu número de
teléfono, podría llamarte. Es más, te prometo que te llamo.
-¿Cuándo, eh? ¿Cuándo
me ibas a llamar? Sólo cuando me necesitaras. Como todos. Me dejé engañar por
tus rizos blancos pero sólo eres uno más.
-Soy albino, no puedo
ser como los demás. Estadísticamente hay
-¡Calla! Albino pero
como los demás.
-Eso es una paradoja
porque
-¡Cállate! ¡Cállate!
Ahora sé por qué viniste aquí. Querías una historia, con algo de aventura, de
intriga, de amor. ¡Incluso de pasión! Y yo te la di. Soy una tonta. Debí
suponer que cuando la tuvieras, tú también te irías.
-Sí pero si me dieras
tu número de teléfono podría llamarte y
-¿Cuándo?
-En cualquier momento.
-¿Sabes cuándo son esos
momentos?
-Bueno, pues…
-Yo te lo diré. Cuando
te sintieras vacío, o perdido. Cuando tuvieras ganas de hablar y quisieras
transmitir tus sentimientos, tus emociones. Tus angustias tus miedos
frustraciones. Todo lo que te atormenta y no sabes cómo arrojarlo de ti.
Entonces me ibas a llamar. Para usarme y luego olvidarme.
-Yo no, de verdad. Yo
soy diferente yo
-¡Basta ya! Aquí tienes
mi número, sé que estoy condenada a vivir en este mundo irreal. De fantasía, de
soledad y tristeza. De episodios breves en vidas prestadas. Luego nadie me
recuerda una vez que ha pasado la necesidad. Satisfechos, ya me olvidan. Y
nadie queda a mi lado en esos días, ¡a veces años!, en que no soy
indispensable. Asumiré mi destino, sólo soy una musa. Anótalo y vete.
Pepe, el de la botella
que había colocado a su esposa en el mejor ayuntamiento del país estaba pasando
por una mala racha. Recién divorciado, sin dinero y deprimido, no había podido
escribir una línea desde su última novela de viajes “Un Paseo en Antillanas”.
El error fue de imprenta porque el título era Un paseo en chancletas por Antillas,
y lo que empezó raro acabó siendo un rotundo fracaso editorial. Desde entonces,
el editor presionaba amenazándole con no publicarle nunca más si no escribía un
nuevo libro para después del verano. Pepe miró al calendario: 1 de septiembre,
festividad en varias partes del mundo. No en el suyo. Y el taco de folios
blancos aún con celofán acumulando polvo en la mesa del comedor de la pensión.
Aquel ambiente no era propicio para la intimidad ni la introspección.
Cogió su cuaderno de
notas, su bolígrafo de la buena suerte con el que firmó los papeles del
divorcio, las deportivas de paseos rápidos air suspensión, el móvil y las
llaves del coche. -Ando escaso de inspiración, necesito que me dé el aire a ver
si me trae las musas.
Estaba en el ascensor
cuando se dio cuenta de que aún guardaba el número de la musa morena en su
móvil, la que le sirvió para el libro de viajes que si bien no funcionó, era su
última esperanza.
Se acercó al coche,
puso el móvil en el techo para extraer las llaves del bolsillo, abrió entró
tiró las cosas en el asiento trasero arrancó marchó acelerando buscando una
zona tranquila. Apropiada para llamar a la musa con algo de esa intimidad que
no tenía en la pensión. Le pediría excusas, esto siempre es un buen comienzo:
sumisión. Le diría que no iba a volver a ocurrir, una mentira piadosa
conveniente; le invitaría a un refresco, ella no bebía le saldría barato el
acuerdo; y a pasar veinte días con sus veinte noches hasta el primer día del
otoño. Así tendría su libro en plazo y no se quedaría en la calle sin editor ni
pensión. Estaba a punto del hundimiento definitivo, era indispensable sacar ese
libro o el editor le daría una patada en el culo. Ya iban 3. Editores. Y patadas.
Aparcó junto a un frondoso
castaño que resultó un hermoso fresno, una hermosa mañana una hermosa vista a
un hermoso mar de plata. Encendió un cigarrillo, abrió la puerta del coche y
-¡Hostia! ¡El móvil!
© CHRISTOPHE
CARO ALCALDE
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