TODO VA BENE
Desde mi ventana veo cómo
ondean ajadas las banderas
donde ayer anunciaban
el negocio de Chuchín,
qué hombre tan majo.
Una tienda de muebles
de categoría.
Media categoría que el
cliente ni pide ni paga más.
Se espantaron los clientes
con la crisis y Chuchín
espantado por las
deudas se quitó de en medio:
siempre su mujer y los
demás le dijeron que era un estorbo.
Fue coherente.
Los rótulos de confíenos
su vehículo
mejor precio no admite
comparación
hablan de un pasado
glorioso.
Para el taller de
reparaciones.
Mecánico a jornada
completa Toñín el de la barba cana
cambió ruedas aceites
pastillas de freno y escapes
a medio barrio.
Al otro medio no que
andaba sin coche a cuenta de la escasez.
Hay en el taller
docenas de vehículos sin retirar.
Para no tener que
pagar.
El negocio de Toñín es
un cementerio.
De coches muertos. Toñín
también.
Una mala caída al foso
de los cambios de líquidos y no salió.
Vivo.
Su viuda y cuatro niños
dicen desde la calle que se tiró.
Tanto por pagar… Se
quedó blanco cuando se encontró sin blanca.
Ni capacidad de
recuperación.
Curiosamente, lo vio
todo negro hasta ese día
en que cuentan que se
cayó.
Sí fue cierto: calló.
Otro más que dejó de
molestar.
Ya no pide permiso la
enfermera, Lourdes la pelirroja
cuerpo de fábula para más
señas ojos de jaula.
Se hartó de soportar a
médicos impacientes a pacientes
que protestaban como médicos.
Ella entre dos fuegos
los milagros a Lourdes.
Al borde del estallido
laboral el consejero por turnos
redujo consciente y
consecuente las jornadas.
De los demás la laboral
y salarial.
La personal no dijo
nada para no tener que callar:
qué mejor defensa que
un silencio sepulcral.
No para Lourdes.
Por callar y callar y
callar
le seccionaron el
sueldo tres veces.
Y a ella la yugular. Una
vez:
y otra, que no pudo
pagar.
Al consejero, al
oligopolio de la electricidad,
al del gas a la compañía
de aguas patrimonio privativo.
Al banco de Alí Baba y
los ochocientos consejeros.
Todos ladrones mudos.
Lourdes ya no pide disculpas:
ahora dice joderos.
Desde la cárcel. Como revancha.
Con un jeringuillazo
sobrado de centímetros cúbicos
mandó en una guardia a
un barrio más calmo
al director de su
oficina,
bancaria de confianza
de toda la vida.
El tipo entró en coma
etílico frenopático:
se hartó de celebrar
con champán el último reparto
de dividendos.
El ministro que lamentó
el suceso
sin saber quién era el
tipo,
dice que todo va bien.
Al de la cara de iguana
que todo le da igual.
Total, pa ná: Iguaná.
Que todo va bien que lo
peor ha pasado que lo bueno
está por venir. Que hay
porvenir.
Va a ser que no para
estos tres.
No para ti con tu cara
de tomate ni para mí
con este rostro de
mortadelo. Ni para ellos
con su jeta de pepino.
Desde mi ventana veo cómo
se vacía la frutería
y se llena la calle de
melones con piel de naranja:
más barata que la de
gallina e igual de antiestética.
De fresones con
minifalda remangada hasta el sobaco.
A la improbable búsqueda
de un ministro
con guante blanco dedos
largos
y cara de Iguana.
Que resuelva este caso
y otros
sin mentirnos más.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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