VALS-DES
Caminando por la calle, yo te viii.
Vaya, no será así en esta ocasión. Insisto:
Tropezando por el camino te encontré.
Tropezaba yo paseabas tú.
Me recogiste, del suelo del aburrimiento,
del tropel de caminantes desmoronados
sin destino,
que andaban por allí.
Todos juntos, cogiditos de la mano como niños o viejos.
Como viejos niños.
Luego de un rato, tal vez años de descubrirnos los secretos
de una vida rápida y una muerte lenta,
nos despedimos para no vernos jamás:
te llamaré me llamarás.
Ni lo uno ni lo otro. Que la corriente no nos dejará.
En paz.
La corriente de gente corriente.
No pude verte no viniste por aquí. Amiga mía.
Nada será como nunca pensamos que podría.
Nos quedan un puñado de deseos antes del olvido:
Que la paz te llegue sin protesta:
tú y la paz.
Que el camino te traiga sorpresas, sean la mayoría
buenas.
Y las que no se borren pronto con la lluvia. Con el polvo.
Que las compañías duren lo necesario.
Que no aniden en tu balcón malos cuervos
ni buenos cucos.
Que se esfumen los fantasmas de un pasado mejor.
Que el presente sea auténtico y el futuro propicio.
Completo.
Que fumar te desagrade hasta que condenes el hábito.
Que cuelgues el hábito te sueltes la melena te tires al monte.
Que sepas cuándo correr y cuándo quedarse inmóvil,
es el mayor acierto.
Que tus veranos sean de niños y los inviernos breves.
Que estén permanentes tus naranjos en flor.
Y el limonero y el jazmín y el azahar y…
Que siempre huelas a flor. Tú,
y a los demás.
Que mirarte, en el espejo, te dé coraje y fuerza y ganas
para seguirte mirando.
Que lo que veas te guste lo que digas oportuno lo que hagas,
correcto.
Que si no eres hoy mejor que mañana,
y pasado y ayer,
lo parezca.
Que seas mala, mala muy mala.
Y nadie lo sepa.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
Tropezaba yo paseabas tú.
Me recogiste, del suelo del aburrimiento,
del tropel de caminantes desmoronados
sin destino,
que andaban por allí.
Todos juntos, cogiditos de la mano como niños o viejos.
Como viejos niños.
Luego de un rato, tal vez años de descubrirnos los secretos
de una vida rápida y una muerte lenta,
nos despedimos para no vernos jamás:
te llamaré me llamarás.
Ni lo uno ni lo otro. Que la corriente no nos dejará.
En paz.
La corriente de gente corriente.
No pude verte no viniste por aquí. Amiga mía.
Nada será como nunca pensamos que podría.
Nos quedan un puñado de deseos antes del olvido:
Que la paz te llegue sin protesta:
tú y la paz.
Que el camino te traiga sorpresas, sean la mayoría
buenas.
Y las que no se borren pronto con la lluvia. Con el polvo.
Que las compañías duren lo necesario.
Que no aniden en tu balcón malos cuervos
ni buenos cucos.
Que se esfumen los fantasmas de un pasado mejor.
Que el presente sea auténtico y el futuro propicio.
Completo.
Que fumar te desagrade hasta que condenes el hábito.
Que cuelgues el hábito te sueltes la melena te tires al monte.
Que sepas cuándo correr y cuándo quedarse inmóvil,
es el mayor acierto.
Que tus veranos sean de niños y los inviernos breves.
Que estén permanentes tus naranjos en flor.
Y el limonero y el jazmín y el azahar y…
Que siempre huelas a flor. Tú,
y a los demás.
Que mirarte, en el espejo, te dé coraje y fuerza y ganas
para seguirte mirando.
Que lo que veas te guste lo que digas oportuno lo que hagas,
correcto.
Que si no eres hoy mejor que mañana,
y pasado y ayer,
lo parezca.
Que seas mala, mala muy mala.
Y nadie lo sepa.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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