domingo, 15 de noviembre de 2009

ANTEPASADO



ANTEPASADO


La abuela Luchina hacía punto de cruz,
¡qué cruz!,
en el mirador de la salita:
vistas al mar de los Sargazos
al Negro y al Muerto.

Descomponen los petroleros la línea perfecta del horizonte
allá donde el azul se tiñe de gris y el gris quiere ser azul sincero.

Todo es difuso y en esa confusión vence el mentiroso.

Nacida en Ruanda su nieta argentina
tañía el bazok y Luchina lloraba:
tapaba su sonido el serial favorito de la abuela.

Murió su marido acribillado en un atraco,
era él el que robaba.
Los hijos en un accidente aéreo:
amerizaje forzoso en medio del Índico.
Indicaron mal la ruta al piloto, el hijo.

Cargada la avioneta como iba,
cinco mil kilos de sobrepeso:
cocaína.

Su mujer, la nuera desgraciada,
puesta hasta arriba de rayas y cruces,
anotó mal las coordenadas.
Tal vez faltó coordinación.

Quedó la nieta como un estúpido recuerdo
de una familia de imbéciles.

Tarada y lenta como una persiana de madera.

Atormentada por la soledad
y desesperada por la escasez
se quitó la vida,
Luchina,
con las agujas de coser.
Lo mejor que pudo hacer.
Para la mierda que hay que ver.

Mundo de ignorantes, necios, lerdos,
tramposos y corruptos.
Psicópatas de vocación y oficio,
sin diagnosticar.

Ayer visité la tumba de Luchina.
Le dejé un gorrión que maté por el camino.
A ella le hubiera gustado,
¡volar!,
para dejar antes este mundo.

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