martes, 3 de noviembre de 2009

LUNAS ROTAS

LUNAS ROTAS


Vi ayer a la Condesa pasar
Casi pisarme.
No me reconoció.

Yo era el mendigo que duerme
y habla y calla y canta y defeca
al fondo del callejón.
Con barba de varios meses
y ropa de varios años.

Iba la Condesa orgullosa y desafiante.
Como siempre.

Abrigo del mejor paño inglés
Pañuelo de seda italiana
Cancarrias de ámbar polaco:
el de la sangre de esclavos.

Patética ausente y voluminosa.
Como nunca.

Un mono la perseguía.
A saltos, gritando, pajillero y tropical.
Lo habitual.

Dicen las malas lenguas
que en brazos del mono lascivo
la arrogante Condesa ha caído.

Doy fe
de que así ha sido.
Los descubrí una mañana de julio.
Extraña porque nevaba.

De aquello han pasado tres años.
Al principio
muchos besos, abrazos, sexo.
Lo de siempre.

Después llegaron las trampas
las burlas y los secretos.
A ambos por parte de ambos.
Los odios y malos tratos.
Lo esperado.

Dios no los crió
pero ellos sí se juntaron.

Adiós a los buenos ratos.
Deambula la Condesa por su reino de hadas:
perdidas y alucinadas.
Colgando de su pasado:
De flores en los tejados
De perros de mil colores,
con antenas y alas,
De burros de caramelo
y cerdos surfeadores.
Azules. Buenos conversadores.

Se habla la Condesa sola
Se habla, ¡y se responde!

Se ama y adora como ninguna.
En casa, dice, la espera la luna.
La cara oscura de los lunáticos.

Decidle
si como a mí la veis mendigar
que a tiempo se lo advertí:
lo peor
¡está por llegar!

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