CAPITANES INTRÉPIDOS
Arthur me sobresaltó de madrugada.
Con una llamada.
Una decisión inesperada. Un aviso:
dejaba mujer e hijos.
Coche trabajo y piso.
Hacía una nueva apuesta:
por el amor verdadero. Decía.
Esto, hace tiempo lo sentía.
Ilusionado como un niño
Emocionado como un Papá Noel
Decidido como el Capitán Trueno que llevaba dentro.
Arremetió como un buldócer contra los cimientos de su vida.
En pie no quedó una sonrisa.
¡Con tantas que disfrutó!
Exiliado en casa compartida,
y con partida,
y para dos partida,
fundó una comunidad de pocos miembros.
Otra vez dos. Y muchos riesgos.
A las afueras de su ciudad paraíso castillo refugio
acechaban las hienas de la realidad:
los buitres del banco reclamando viejos contratos
los tiburones de la custodia compartida.
Otra vez partida.
La anaconda de su ex con el abrazo eterno de la pensión
la escolopendra succionadora de su salario.
En poco tiempo, comenzó a rozar lo estrafalario.
Desvaneciéronse la ilusión, la emoción y el sueño.
Le tembló la decisión.
Se tornó indecisión. Y miedo.
Queriendo huir, cayó al cinturón de agua que abrazaba su castillo.
Por el amor verdadero.
Los cocodrilos de los errores,
bien alimentados con la abundancia de las equivocaciones,
de él nada dejaron.
Se perdió Arthur en la quimera de una vida nueva.
Arthur quiso aprovechar el último tren
y a él subirse pretendió.
En un traspiés, aquel furioso mercancías lo arrolló.
Fue afortunado, lo peor estaba por llegar.
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