jueves, 25 de marzo de 2010

SIMPLE


SIMPLE


Me he cortado la mano,
a la altura del codo,
rasgando el abrefácil de una lata.
Qué esperaba, era de navajas.

He puesto la mesa perdida,
de mala leche,
por servir directamente del cartón antigoteo, y desnatada.
Menudo cabreo.

La puerta del frigorífico es antihuellas.
¡Está llena de ellas!
Nunca está, limpia del todo,
la superficie antimanchas de mi mesa de despacho.
Qué trabajo más tonto.

La pomada antiquemaduras tampoco evitó que me abrasara
los ojos, la cara,
cuando leí aquella carta incendiaria.

El espray antimosquitos parece que los llama a gritos.
Y me resbalo, todos los días, sobre el suelo antideslizante
en dirección a mi trabajo.
Por algo dirán que éste es salud.

El colchón antiescaras en que duermo
cuesta un ojo de la cara.
Más todas las llagas que me salen por usarlo.

El sótano de mi casa lo cubrí de pintura antihumedad:
tuve que abandonarla porque el moho no me dejaba respirar.
Ése que sólo aparece en humedad.

Las puertas antifuego de mi segunda casa
no impidieron que ésta ardiera tras la gran fiesta
de borrachos con cerveza sin alcohol.

No dejo de tomar bebida anticalórica.
Y no paro de engordar.

Ya voy por el décimo antivirus en mi pece.
Pero a todos aniquilan, esos mismos.

Resignado a que nada prometido me funcione
he pulsado el botón rojo antimateria.
Para hacer limpieza, más que nada.

Joder, se ha ido todo a tomar por saco.

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