LOVE LETTERS
Roberto es sólo un nombre más para un personajillo de poco provecho.
A veces nadie de puro Don Nadie casi siniestro.
Un fantasma según el momento.
Roberto no es más que un nombre para un hombre
en el lado de los hombres que no se hicieron un nombre.
Abonado a la ventana de su cuarto piso sin ascensor
con muchos escalones para gente mayor
fuma y escupe escupe y fuma.
Mirando a la calle donde todos le ignoran.
De cabeza cuadrada, literal, y orejas de espía ratón,
literalmente,
chupa largas caladas a otro sin boquilla negro barato malo.
Aunque no más malo que otros rubios caros:
todos matan a intervalos.
No da para éstos su pensión prejubilado en un hombre,
no más que un hombre,
que creyó hacer mucho cuando hacía bien poco:
Desde los dieciséis en la planta embotelladora frente a la casa.
Bloque de viviendas adocenadas sin ascensor ni nada.
Con muchas escaleras.
Casi tantas como viejos en ella viven.
Oficialmente protegidas desde el santo año del señor
en que fueron construidas:
por el excelentísimo ministerio de la vivienda y la patria.
Contra todo pronóstico permanecen en pie.
Contra todo pronóstico siguen ahí los mismos vecinos
que en ellas han hecho hijos y viejos.
Apura la última calada del sin filtro hasta que se abrasa los labios.
Arroja a la calle esa colilla terminal
le sigue un bolo viscoso y denso,
color asco y muy asco tirando a repugnancia,
que se estrella y desparrama en mitad de la raya blanca
que por mitad divide la negra lengua de asfalto.
Aburrido de ser visto como el más aburrido del momento
tranca por dentro la venta y desaparece.
A pocos metros, en el pasillo que separa mundo salón
del inframundo cocina
el hielo derretido de su mujer avanza y se escapa bajo la puerta
hasta el hueco de escalera,
ahí donde debía estar el ascensor para escapar,
y gota a a gota se suicida estrellándose contra los buzones del portal.
No ha dejado carta de despedida.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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