ALAS ROTAS
Haciéndote el hombre cuando aún eras un niño
te tiraste al mundo siguiendo la estela de una cometa.
O quizás un cometa no lo sé ahora muy bien.
Atrás tus padres tus hermanos tus amigos.
Tu viejo barrio tus viejas costumbres tus recientes vicios.
Atrás se quedó esa línea temporal de tu existencia que saltó de carril y página:
nada podrá ser ya como iba a ser pues aquella sí fue una decisión fundamental.
Valeroso te bajaste de un autobús, viejo también, con tu maleta y poco más
que unas monedas en el gabán.
Pues ese era un tiempo en el que los chicos seguían usando prendas de otro tiempo.
Ibas a surcar los cielos ibas directo a ese mundo de las nubes
que oculta el mundo de los hombres. Allá abajo donde mueren más que viven
los mortales.
Ibas a ser magnífico un tipo grande un joven al que las chicas acosaran
un hombre de provecho. Con lustrosa gorra de aviador y pelo en pecho.
Pues ese era un tiempo en que los hombres lucían como tales:
no se vestían de muñecas ni pedían permiso para plantar un par de besos
bien robados.
A las chicas que te acosaran para que fueran en volandas. Y ellas y tú, mi aviador,
contentos.
Ibas. Ibas. Ibas a ser.
Valeroso de corto alcance, apenas dos meses desde tu aterrizaje tierra a tierra
cerca de Plaza Castilla donde te posó o escupió el autobús,
te encontré con la ropa planchada y el corazón arrugado:
te viniste abajo antes de despegar.
El experimento te estalló en la cara como un aerosol en llamas.
Volviste a casa con papás y mamás. Y el caramelo amargo de la derrota
pegado al paladar.
Otro quiebro, ahora mustio, en la línea temporal de las oportunidades
que se te escapó.
Hoy eres, ya sí, un hombre de cierto provecho o mal aprovechado,
o puede que un aprovechado
que sobrevive malamente en el mismo muerto pueblo que lo vio nacer.
Tal vez por esto.
Ya ni en sueños vuelas. Solo te arrastras
como hacemos los demás.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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