FRUIT BOWL
Me deja usted desconcertado cuando por telemática vía
pide que en consecuencia decida
qué fruta deseo probar sin advertirme siquiera
de qué consecuencias tendrá.
Y hete ahí que me ha puesto no sé sin pretenderlo en un brete
-siempre quise incluir esto en uno de mis discursos pero no tuve oportunidad -
a la hora de decidirme.
Pues si bien sé lo que quiero no tanto lo que usted pretende.
Dejándome con la duda de si estoy en el frutero
o tengo ya un pie más fuera que dentro.
Para mejor acertar he acudido a las fuentes.
Y en el diccionario de todos define que elegir
es poder decidir entre una variada oferta.
Por tanto
para que pueda yo tomar de usted alguna en cuenta
debo conocer primero qué es lo que aquí me muestra.
Explique al que suscribe si en su frutero tiene
al margen de imposibles medias naranjas
posibles medios pomelos.
O quién sabe si están enteros.
En este caso, dígame si es por miedo. Que atenazada la veo cuando a estas alturas del siglo debía usted andar más atenta.
Atenta de lo que sólo por miedo, niega que se está perdiendo.
Y por qué no, varias zancadas más suelta para ganar tiempo al tiempo.
Aunque hablando de miedos son éstos los que más me aterran
ya perdonará la redundancia. Los suyos a ser descubierta, los míos por si al morder la fruta prohibida que es la más sabrosa fruta,
fuera ésta a salir corriendo y por olvidado me diera.
Qué tendrán los miedos que ni en este tramo de nuestro particular cuaternario, somos capaces de despojarnos.
También me gustaría resolver
si hay entre las naranjas y sus pomelos
alguna otra fruta madura como pudiera ser una pera o quizás dulce mandarina.
De esas con piel desenvuelta a las que desnudarse no importa.
O exóticos kiwis, lichis o piñas.
Si tal vez la piel que toco es la de un melón sapo o una sandía rayada.
Quizás una roja manzana de las que le sacan a usted los colores
y con ella se me atraganta.
O unas uvas pasas como los años, unos melocotones con pelusa de los que te irritan los labios.
Unas nectarinas tersas y finas como las que usted tenía
cuando tenía quince años.
Quién sabe si salvajes nísperos o partidos albaricoques.
Unos fresones carnosos como lo fueron sus nalgas o duros aguacates por fuera cual corazones de viejo
por dentro frutos cremosos.
De lo que no espero que haya son mangos ni plátanos pues ambos,
qué quiere que yo le diga ambos yo se los traigo.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
Me deja usted desconcertado cuando por telemática vía
pide que en consecuencia decida
qué fruta deseo probar sin advertirme siquiera
de qué consecuencias tendrá.
Y hete ahí que me ha puesto no sé sin pretenderlo en un brete
-siempre quise incluir esto en uno de mis discursos pero no tuve oportunidad -
a la hora de decidirme.
Pues si bien sé lo que quiero no tanto lo que usted pretende.
Dejándome con la duda de si estoy en el frutero
o tengo ya un pie más fuera que dentro.
Para mejor acertar he acudido a las fuentes.
Y en el diccionario de todos define que elegir
es poder decidir entre una variada oferta.
Por tanto
para que pueda yo tomar de usted alguna en cuenta
debo conocer primero qué es lo que aquí me muestra.
Explique al que suscribe si en su frutero tiene
al margen de imposibles medias naranjas
posibles medios pomelos.
O quién sabe si están enteros.
En este caso, dígame si es por miedo. Que atenazada la veo cuando a estas alturas del siglo debía usted andar más atenta.
Atenta de lo que sólo por miedo, niega que se está perdiendo.
Y por qué no, varias zancadas más suelta para ganar tiempo al tiempo.
Aunque hablando de miedos son éstos los que más me aterran
ya perdonará la redundancia. Los suyos a ser descubierta, los míos por si al morder la fruta prohibida que es la más sabrosa fruta,
fuera ésta a salir corriendo y por olvidado me diera.
Qué tendrán los miedos que ni en este tramo de nuestro particular cuaternario, somos capaces de despojarnos.
También me gustaría resolver
si hay entre las naranjas y sus pomelos
alguna otra fruta madura como pudiera ser una pera o quizás dulce mandarina.
De esas con piel desenvuelta a las que desnudarse no importa.
O exóticos kiwis, lichis o piñas.
Si tal vez la piel que toco es la de un melón sapo o una sandía rayada.
Quizás una roja manzana de las que le sacan a usted los colores
y con ella se me atraganta.
O unas uvas pasas como los años, unos melocotones con pelusa de los que te irritan los labios.
Unas nectarinas tersas y finas como las que usted tenía
cuando tenía quince años.
Quién sabe si salvajes nísperos o partidos albaricoques.
Unos fresones carnosos como lo fueron sus nalgas o duros aguacates por fuera cual corazones de viejo
por dentro frutos cremosos.
De lo que no espero que haya son mangos ni plátanos pues ambos,
qué quiere que yo le diga ambos yo se los traigo.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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