lunes, 6 de febrero de 2017

ROSCÓN Y SE ACABÓ



ROSCÓN Y SE ACABÓ




Asoma por la cañonera otro año con ganas probablemente de guerra. Que aquí estamos para dar por saco y birlarnos hasta la merienda.

Quéjate tú de la falta de tacto que ya lo hago yo de lo contrario:

ha habido demasiado contacto en estos últimos meses y ahora y aquí los presentes estamos mucho más que hartos.

De besuquearnos el rostro y frotarnos las manos como si fuéramos esos negros que se llaman hermanos y se apuntan con el revolver.




Ni hermanos ni primos ni siquiera buenos o malos amigos. Mejor cada cual en su sitio que no es otro que el que le robe al vecino. Da más gusto cuanto más jode jode más cuanto más cercano.




Preparemos las escopetas que ya han pasado las fiestas donde a tragos de esputos amargos nos emborrachamos.

Tú eras de esos valientes que no rebajan las emociones fuertes con hielo. Otros los más cobardes gustábamos quedar helados: no hay forma más efectiva de no saber qué se siente.

Por no sentir no duele por no doler se consiente, que nos llamen a insultos y nos toquen a golpes. Todo es amor donde suele:

los anuncios de regalos y las portadas de calendarios.




La noche que se las prometía Buena terminó como Torquemada:

a preguntas de inquisidores respuestas de difamadores. Y sobre las brasas del acusado las gambas dieron su último salto brincando de plato en plato.

Por voluntad no quedó y a guantazos de turrón duro nos fuimos como quien dice arreglando.

Pocas son las cosas que han de resistirse a unas garrapiñadas. No obstante y por si acaso, peladillas para los disidentes y sidra dulce hasta que se les caigan los dientes.




La mañana de Navidad fue más tierna de lo habitual: sajamos a cuchillo carnicero a todo aquel que quiso tomarnos el pelo diciéndonos cuánto te quiero.

A los postres nos comimos sus dedos bien caramelizados.

Dormimos toda la tarde para digerir el mal trago muy cerca estuvo de vomitardo.




Para noche vieja preparamos el gran despelote. Cocidos de champán dulce y uvas dulces y postres dulces y besos empalagosos nos dio un subidón de azúcar que nos puso por las nubes con el pálpito arrebatado.

El despelote se hizo inevitable.

Y verbal:

estalló la lluvia de reproches como suelo minado.

A cada gesto una explosión tras cada una un cuerpo destrozado. Con cada muerto una liberación.

No hicieron falta los fuegos de artificio en la ciudad que los cohetes de colores los pusimos nosotros. Aportamos una novedad: también eran de malos olores.

Despegaron todos desde casa y nadie nos pagó por ello.




Pero si el 31 acabamos descompuestos para el uno de enero ya estábamos recompuestos:

nada como los besos tiernos tras los saltos de esquí y mucho antes de año nuevo el concierto.

En Viena vestidos de gala tocan palmas; en casa vestidos de mala gana tocamos las gaitas.

O los cojones cuando unos a otros queremos soplarnos los mocos.

A rebosar de nuevo las salseras las fuentes y las soperas, a reventar otra vez los estómagos pero fieles a nuestra lealtad seguiremos la parábola del pobre:

antes reventar que sobre.




A la carga esos guerreros

que no nos tilden de cobardes porque se escape la comida del plato.

Aquí hoy hacemos historia y arrasamos con lo que pillamos; solo es un entrenamiento previo al regusto de acabar con todos:

primos hermanos cuñados sobrinos abuelos padres suegros y resto de malvenidos que sin haberlos llamado otra vez se han invitado. Más vale un festín por la cara que cien promesas volando

aunque sea mal acompañado.




Y así de asalto en asalto como de plato en plato llegamos adonde estamos:

tragándonos el haba cuando salga que aquí no hay roscón que lo valga.

Ande yo con la boca llena y llámeme tontolaba.




Queda una última cosa por la que hostiarse debamos:

Quién

con ese aro de cartón

de los cretinos va a coronarse rey

para cada día del año.




Una vez terminado el acto

ya podéis de inmediato salir todos de aquí zumbando.

Llamadme el año que viene

parspetado en la cañonera

os estaré esperando.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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