109 mm
Han llamado a tu puerta los extranjeros.
Han venido para llevárselo todo.
A ti, con ellos.
Tu familia, a la charca de los cerdos. Que éstos se alimenten de esos.
Han tirado tu puerta los extranjeros. Quieren que con sus armas combatas.
Que te dejes la piel la vida las entrañas
por una causa que no es tuya un país lejano un ideal por definir una razón o sinrazón cualquiera.
Otra vez la guerra esperándote con las fauces abiertas.
Por los campos de trigo quemado saltan los sapos los días de lluvia.
Tanto pelear por la tierra y no quedan manos que la trabajen. Sólo hay voluntarios para matar al contrario, sólo hay carne en los cañones y cobardes en el bunker dando las órdenes.
Por los bosques de árboles tumbados siguen el rastro de los muertos ratas y zorros. Comen lo que encuentran casi siempre restos de desertores abatidos por fuego amigo: otro eufemismo para llamar al enemigo de casa.
Por aldeas y ciudades perros y gatos sobreviven a la caza humana escondiéndose por el día
y comiendo cadáveres por la noche: unos a otros se disputan tripas y vísceras de unos y otros.
Has saltado por la ventana mientras los del uniforme encañonaban a tu padre.
Ha sido tu madre quien suplicándote a los ojos te ha dicho:
- Hijo mío, ¡huye! Nosotros ya hemos vivido otras guerras y de nada sirvió contarlas. La aciaga historia del hombre se repite tanto si la recuerdas como si no. ¡Huye! Huye hijo mío y olvida.
Hoy haces como las alimañas:
Te desplazas de noche comes carroña robas lo que te sirve duermes tapado con hojas y ramas cuando el sol delata tu posición a ojos de perseguidores.
Con lo que te ha costado encontrar un lugar en el mundo y hoy sólo sirve para francotiradores.
Corres camino del país vecino, donde todavía no ha saltado la guerra. Ésta nunca entendió de fronteras.
Qué poco te queda. Qué poco te queda hijo de nadie, para vivir y morir.
Vivirás si nadie te encuentra.
Morirás cada día a la bayoneta: ensartado por el dolor la miseria y la culpa.
No olvidarás como sí te pidió tu madre.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
Han llamado a tu puerta los extranjeros.
Han venido para llevárselo todo.
A ti, con ellos.
Tu familia, a la charca de los cerdos. Que éstos se alimenten de esos.
Han tirado tu puerta los extranjeros. Quieren que con sus armas combatas.
Que te dejes la piel la vida las entrañas
por una causa que no es tuya un país lejano un ideal por definir una razón o sinrazón cualquiera.
Otra vez la guerra esperándote con las fauces abiertas.
Por los campos de trigo quemado saltan los sapos los días de lluvia.
Tanto pelear por la tierra y no quedan manos que la trabajen. Sólo hay voluntarios para matar al contrario, sólo hay carne en los cañones y cobardes en el bunker dando las órdenes.
Por los bosques de árboles tumbados siguen el rastro de los muertos ratas y zorros. Comen lo que encuentran casi siempre restos de desertores abatidos por fuego amigo: otro eufemismo para llamar al enemigo de casa.
Por aldeas y ciudades perros y gatos sobreviven a la caza humana escondiéndose por el día
y comiendo cadáveres por la noche: unos a otros se disputan tripas y vísceras de unos y otros.
Has saltado por la ventana mientras los del uniforme encañonaban a tu padre.
Ha sido tu madre quien suplicándote a los ojos te ha dicho:
- Hijo mío, ¡huye! Nosotros ya hemos vivido otras guerras y de nada sirvió contarlas. La aciaga historia del hombre se repite tanto si la recuerdas como si no. ¡Huye! Huye hijo mío y olvida.
Hoy haces como las alimañas:
Te desplazas de noche comes carroña robas lo que te sirve duermes tapado con hojas y ramas cuando el sol delata tu posición a ojos de perseguidores.
Con lo que te ha costado encontrar un lugar en el mundo y hoy sólo sirve para francotiradores.
Corres camino del país vecino, donde todavía no ha saltado la guerra. Ésta nunca entendió de fronteras.
Qué poco te queda. Qué poco te queda hijo de nadie, para vivir y morir.
Vivirás si nadie te encuentra.
Morirás cada día a la bayoneta: ensartado por el dolor la miseria y la culpa.
No olvidarás como sí te pidió tu madre.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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