25 M
Marie vivía en un espacio pequeño.
Tan pequeño que cuando entraba en casa ya salía.
Baño. Cocina. Salón. Dormitorio.
Macla de volúmenes en obligada intersección.
Marie era Marie en su minúsculo universo.
Única viajera por un cosmos creado por ella y para ella.
Ella y soledad.
Alfombras. Cortinas. Tapices. Cojines.
Sublime armonía, perfecta combinación.
Contiguos espacios de meditación.
Otra vez la intersección.
Cada rincón un destello.
Cada destello un antojo:
Marie.
25 M de proyección de Marie.
25 M proyectados sobre Marie.
Alfombras. Cortinas. Tapices. Cojines,
estampados sobre su piel.
Enraizados en su alma.
Tropezó un día Marie. Cayó.
Un metro sesenta sobre la alfombra del salón:
grandes flores granates y blancas.
Nadie la encontró.
Tanto se integraron Marie y su hogar
que resultaron una.
Completa fusión de colores y texturas.
Marie ya no viaja por aquel cosmos que inventó:
es parte de él.
Es un enlace covalente.
Y permanente.
Marie no desapareció por accidente.
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