NÁUFRAGOS
Zarandean nuestras cosas las olas
contra un fondo rocoso.
Esparcen por la orilla de esta playa vacía
lo nada que nos queda.
Sueño de una isla desierta reconvertido
en pesadilla de isla desolada.
Arrastramos nuestra desnudez por acantilados suicidas
y playas de grava. Expuestos a la furia del tiempo:
inclemente y demente.
Hundido el barquito de papel
hemos sido arrojados por el mar a este futuro baldío.
Con nuestras manos sangrantes construiremos dos refugios.
Lo más distantes posible.
Ignorando uno la existencia del otro.
Todo lo que anhelábamos escrito quedó
en el papel con que hicimos el barco.
¿He dicho que se hundió?
Volveremos al origen, a no tener nada.
Tampoco a nosotros.
Volveremos al origen, a necesitarlo todo.
Pero todo es nada sin una mirada.
Pasará la vida y nos encontraremos en ella:
no es esta una isla tan grande para poder olvidarnos.
Tropezaré, caeré, enfermaré. Y tú lo sabrás.
Tropezarás, caerás, enfermarás. Y lo sabré:
ya no recorres la senda de todos los días.
La misma que te limpio de ramas todas las noches.
Oculto porque sé que me observas:
columbrarás que no importas.
Aprovechamos la ausencia para volver a la orilla.
Del fondo rocoso a veces se libera un pedazo:
es el pasado que vuelve.
Nada nos sirve.
Agarrados a la nostalgia de días mejores:
pasados,
utilizamos estas cosas inútiles para adornar nuestras noches:
presentes.
Estéril intento de resucitar a los muertos.
Nuestros jardines de arena y palmeras torcidas
iremos llenando de mil cosas absurdas:
fragmentos arrancados a la ola y la roca.
No habrá salud, sí enfermedad.
No habrá riqueza, mucha pobreza.
No habrá amor, sí desamor.
Pero en esta isla no seremos eternos.
Sabiéndolo, prepararemos una fosa
para el reencuentro.
Y aunque tarde y secreto,
al final de los días el vivo hablará con el muerto.
Y con la estulticia del que siempre da en hueso,
preguntará:
¿Qué hay de nuevo, mi viejo?
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