martes, 8 de septiembre de 2009

21ª PÁGINA DE MI NOVELA "EL AMOR ES ROJO PASIÓN". Disponible en www.bubok.com

Los reflejos de las enormes cristaleras ya no permitían seguirle la pista, así que Augusto se recompuso en la silla y esperó sin mucha prisa su pedido; mientras tanto del bar se escapaba “Wanna Be Starting Something” de Michael Jackson y, como si en la plaza ya no hubiera otro ruido, él se dejó llevar.
Un carro de la compra, desmembrado y lleno hasta arriba de cartones atrapó su pensamiento. A éste le seguía un cochecito de niño, no menos viejo y deteriorado, cargado con bultos de ropa sucia pero cuidadosamente atados al esqueleto metálico del vehículo. Saltó con la mirada hasta la persona que tiraba de todo aquello para descubrir a un hombre de edad indeterminada que, de puro encorvado, era difícil identificar en él a una persona.
De no haber sido por sus atavíos habría pasado por la plaza y nadie hubiera reparado. Como un hombre invisible al que las miradas, quizá por la costumbre, quizá por una indiferencia bien entrenada, ya eran capaces de eliminar de todo escenario posible.
Augusto descubrió entonces, como si se acabara de estrellar en el mundo real, que aquella plaza que rara vez frecuentaba era de una riqueza de miserias impresionante. Por alguna razón que todavía no había acertado a entender, aunque las personas “per se” le parecían en general insustanciales, los desposeídos, los olvidados, los arrojados y escupidos de la sociedad, desvelaban en él cierto interés. Tal vez no fuera más que un deseo de entender, incluso de justificar el porqué de su infortunio -acaso una curiosidad cinegética a la que sin duda se podía disparar con las postas de la ley-, o quizás un sentimiento de dolor compartido lo que siempre le atrajo de aquellos que no tenían nada. Puede que en cierto modo él fuera uno de ellos, pues donde éstos estaban solos, él también; cuando habían sido rechazados, también él. Si ellos pedían limosna, en el fondo, Augusto también; aunque la que él necesitaba no pudiera recogerse en un sombrero.
De repente parecía que la plaza se hubiera llenado de mendigos. Descubrió que cuando aquel tiraba de sus carritos, minúsculos vehículos de carga en los que sin duda arrastraba toda su existencia, todo lo que de él había sido, el otro dormía sobre unos cartones con el traidor abrigo de un tetra-brick de vino, sinónimo sin duda de

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