martes, 22 de septiembre de 2009

EMPATAR


EMPATAR


Frente a un tablero de ajedrez
convocamos una partida prohibida:
ella blanco paraíso.
Yo negro infierno.

Blancas salen.
A veces ganan.
Paraíso adelantó casillero:
espoleó un buen caballo,
saltador y relinchón.
En dos magníficos brincos
mis torres desafió.

Con estrépito cedieron ambas:
cimentadas en vergonzosos prejuicios.
El barro, que todo lo embarra.

Abrí yo con mi alfil de mirada diagonal.
Escéptica y cáustica.
Rápido movimiento para plantar cara a la dama:
alada. De sangre real. Cuerpo real.
¿Era realmente una dama?
¿Por qué me concedía ventaja?

Tumbó a su rey sin corona.
Al mío lo ajusticié yo.
Y a su reina, con la corona de piedras.
Era una morena vulgar.

Liberados vasallos.
Liberados todos los súbditos.

Danzamos de casilla en casilla,
eliminando competidores y obstáculos:
estorbos sin futuro ni edad.

Solos, creamos un juego nuevo.
Con reglas sin compromiso.
O compromiso sin reglas.
Una ley sí hizo falta:
la de la enorme ventaja.
La misma que da la confianza.

Así amaneció un nuevo día:
Mucho sol, pocas nubes.
Ninguna amenaza a la caza.

Fieles a nuestro espíritu,
y a la ley,
sólo se podía empatar.

Nadie puede dar más.

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