martes, 8 de septiembre de 2009

23ª PÁGINA DE MI NOVELA "EL AMOR ES ROJO PASIÓN". Disponible en www.bubok.com

insigne con el único propósito de desaguar en público; de hacer lo que muchos habían soñado: cagarse encima. ¿Puede haber un placer mayor?
A Augusto esto le parecía fantástico: por un lado, por el aire más bien, le llovía a la estatua la dosis diaria de excrementos, los cuales, reaccionando con el bronce extraían de él maravillosas tonalidades que el agua de lluvia no hacía sino lustrar más aún; por otro, por el pie, hambrientos y leishmaniáticos chuchos sin raza, familia ni pedigrí alguno orinaban sin descanso las cuatro esquinas de la granítica base sin amedrentarse, sin acobardarse un punto. Bien sea esto porque el gesto altivo y la mirada perdida del jinete estaban tan por encima de ellos que en realidad ni estaban; bien porque su pertinente presencia por aburrida llegaba a ser familiar y los sarnosos y diarréicos solicitaban, por supuesto sin conseguirlo, que el bastón de mando que tan orgullosamente extendía el otrora todopoderoso fuera arrojado de una puñetera vez, para que aquellos sin dueño tuvieran un palo con el que jugar, morder, cubrir de babas.
Como ni lo uno ni lo otro ocurría nunca la escena se repetía varias veces al día, todos los días; incluso los domingos de ir a misa y fiestas de guardar que celosamente respetaba el atinadamente elegido por Dios: defensor a ultranza de los valores, la moral, la unidad y la patria.
Y el olor nauseabundo, el aspecto deplorable, la metálica solidez cubierta de inmundicias no hacían sino alejar a los escasos viandantes que por allí pasaban. Augusto pensó que no había mejor forma de corresponder a la megalomanía: cubrirla con desechos intestinales; tapar lo ofensivo e insultante con lo abyecto.
–se dijo. E inmediatamente lo vio claro: aquella efigie estaba allí para dignificar, engrandecer, casi santificar la vida de los vagabundos. “Ese hombre” compartía cielo y suelo con los que no tenían otra cosa; la media docena de bancos mal cuidados servían de lecho cada noche a los únicos compañeros que le quedaban. Aunque éstos no le prestaran nunca mucha atención ocupados en menesteres más imperativos que la mera contemplación como era comer; perdidos en sus abstracciones de ebrio perpetuo cuya conversación no iba mucho más allá de unos sonoros ronquidos y algún desvarío ininteligible. Palabras

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