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lunes, 25 de abril de 2011
CONVULSIÓN
CONVULSIÓN
Arden las plazas en las capitales del mundo:
rojas amarillas blancas azules. Qué más da.
El color es lo de menos si el descontento es lo demás.
Se agitan las juventudes cuando ya les han robado su futuro.
Estudiantes por una carrera inútil
Profesionales por un trabajo inexistente.
Voluntarios todos en la oenege de las causas perdidas:
tantas que faltan manos para ser atendidas.
Quema las calles el fuego de la ira y la desesperación.
Contraatacan los antidisturbios,
eufemismo progresista y posmoderno para no llamar a las cosas
por su nombre: represión.
Apoyan la policía y el ejército del régimen.
Se doblega siempre al régimen el ejército que nace del pueblo
para ello escribe y mata con su propio código de adhesión y sumisión
que no pueda salir ni pensar ninguno que entra.
Rebotan disparos en las paredes, estalla la revuelta:
revueltos están los que protestan
ordenados siempre los que callan, acatan las órdenes, defienden,
al régimen:
tiranos ladrones psicópatas pesebreros. También algún usurero,
prestamista a dos bandos que con el dinero robado de los débiles
financia las armas de los fuertes.
El dinero es lo primero, quita y pone guerreros.
Perseguidos, encarcelados o muertos,
al final los revolucionarios siempre guardan silencio.
La ley del fusil es más fuerte que la ley de la gravedad.
Como graves son los acontecimientos que suceden al levantamiento.
Pero todos pierden cuando los oprimidos que se amotinan
terminan encerrados. O enterrados.
Significa que ahí no se hizo justicia.
Cuando la muchedumbre se agiganta
sólo hay una oportunidad para el éxito:
esa en que de los fusiles no sale plomo,
sino claveles.
El momento en que el pueblo que viste de uniforme
toma conciencia de cuál es su sitio y aliado.
A quién debe defender y proteger.
Y de quién.
Cuándo el superior no merece ser obedecido
y es al pueblo al que hay que custodiar de otro tirano.
Sólo entonces la revolución se hace carne
y no sangre.
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