domingo, 3 de abril de 2011

SUNDAY


SUNDAy


Hoy hay tiempo y miro las gaviotas. Volando a gritos
clavando hambrientas sus picos en la espuma. Del mar.
¿Dónde si no?

Se apalean los barcos con sus mástiles,
sacudiéndose a ritmo de marea.
Una salsa salada aunque no sea tropical.
Será el contagio del mar, que a las tribus iguala.
No por fuera.

Miran al vacío detenidos los raqueros
desde la oquedad siniestra de sus órbitas.
Con su piel intensamente bronceada.
Y Pepe Hierro en lonchas se muestra indiferente.
¿Quién seccionó su cerebro para mostrarlo públicamente?
Con la distancia y la frialdad de un análisis laboratorio.
¿Quién se arrogó tal autoridad?
En cualquier caso, lo pagó la autoridad,
darémoslo por bueno que no nos queda otro remedio, y al menos,
por esta vez es su nombre la materia de la que está hecho.

Zacarías sigue con su oferta de barrio. Puerto chiquero y chuiquillero.
Se abraza a una merluza untada de tresviso
Gana en amigos y en prestigio. Cosas del comer.
A todos nos pierde la gula y la barriga. Más al cocinero.

A algunos, también, el dinero en marejada.
Todo lo anterior preside el banco, que por algo tiene su propio arco.
Y la ciudad entera se humilla y pasa besándole sus partes.
Qué gran golpe de efecto, qué sutil representación de la verdad
en un alarde de poder inigualable. Y a mí, a él,
no hay quien le calle.

Seguimos por el bulevar de los paseos cortos,
por no decir de los sueños rotos que es más ajustado
pero más usado,
y nos engulle la plaza de mendigos. Sí que son los suyos
sueños rotos.
Desde su silencio alcoholizado,
tumbados a la sombra del magnolio que da sombra al caudillo
hacen sombra a la alargada sombra del consistorio.
Enfrente. Ahí donde el cabrero vestido con corbata
deja sus puros humeantes. Y la prensa aplaude.
Lo mejor que sabe hacer.
La prensa siempre es oficial. Nunca caballero.

En la trastienda del poder, el mercado de los pobres
ofrece sus productos a pobres y ricos. Mejor a éstos últimos,
van más a menudo los primeros. Necesidad.
Los segundos por capricho y folclorismo.

Nado en la ciudad que me acogió
en el tiempo de mi propia tempestad.
Me acogió porque nada pedí. Sólo me escondí aquí para vivir.
Quizás contramarea.
No sé si debo estar agradecido,
o solo ser considerado. O todo lo contrario.
Recordaré este tiempo con nostalgia
cuando lo vea en la distancia y atrapado en la telaraña del olvido.
Seré entonces otro ser. No sé lo que seré.
Tampoco si estaré, pues sé que no es lo mismo ser que estar.
Llegará a su fin esta era de la soledad.
Recordaré las obligaciones de un momento que yo no deseé.
Ni programé. Llegó impuesto por el capricho del destino.
O quizás sólo por capricho. No diré de quién que no vale el esfuerzo.

Desde ese futuro impreciso, miraré atrás,
a este momento que es hoy presente imperfecto.

¿Y después?

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