domingo, 10 de abril de 2011

LATE NIGHT


LATE NIGHT


El bravucón que se apoya en el centro de la barra
mira unas chuletas babeando.
Le gustaría comérselas de un solo bocado.
Todo lo habla desde la distancia, mirando al tendido:
cuarenta centímetros de barriga que lo separan del grupo.

Frente a él un tipo noble e ingenuo asiente sus bobadas con docilidad:
tienes razón, tienes razón. Dice.
El mayor supera los cincuenta, pero aparenta setenta:
tabaco y alcohol, es lo que deja.
Será por eso que nadie le escucha ni respeta.
La suya ha sido una vida de errores y fracasos. De mierda.
Sin dinero no hay dignidad. Parece.

A su lado la esposa del fanfarrón alardea de los güisquis
que se engulle cada tarde. Como un placer inigualable.
Después a fregar portales.
Le estalla el pantalón como las bolsas de los ojos.
Ambos se lamentan del mal hijo que han criado:
nini auténtico pedigrí cien por cien.
Aficionado a la botella, los coches rápidos,
las adolescentes fáciles. También rápidas,
que el asiento trasero no da para muchas hazañas.
Con esas mimbres de desidia y abandono, ¿qué esperaban?

Entre todos se emborrachan e iluminan mutuamente.
Claridad de ideas y soluciones,
directamente proporcional a la proporción de alcohol en sangre.
Nada como la sabiduría del bebedor. Aunque sea un perdedor.
Cosas del octanaje.

Apartadas ocho mujeres cenan en su santa compaña.
Sí que es raro.
Reservada está la mesa desde hace un mes,
cuando motivadas por un aumento de sueldo momentáneo
decidieron que debían celebrarlo.
Queda claro que son compañeras de trabajo.
Por algún suspiro parece que también amigas.
Esto ya es más raro.
Una supera los sesenta, otra no llega a los treinta.
Peluquería, tacones altos, escotes bajos, trapos raros.
Maquillaje de saldo. Bandera taxi libre.
La cena es una excusa para soñar otra vez con el príncipe valiente.
O cobarde, pero príncipe a la postre.
O vasallo. Que aparezca de una vez que nos pasamos el tempero.
Hoy estamos de rebajas.

En la televisión las chicas de la gimnasia rítmica
insultan a los clientes con sus cuerpos esculpidos
por el trabajo la disciplina y el esfuerzo.
Nada de grasas, nada de alcohol ni tabaco.
¿Nada de sexo?
Al menos, no nadan. Sería demasiado redundante.

El dueño del local corta los billetes, para que abulten,
corta la carne, para quitarle,
corta la lechuga, porque es barata.
Un avariento sin estudios sin escrúpulos sin carnet.
Un miserable contando billetes, cobrando por lo que no debe.

En ocasiones el bravucón me mira: buscando complicidad.
La madura algo que no es amistad.
El dueño conversación y otra ronda: su forma de fingir sinceridad.
El noble paga lo de sus amigos y el resto, de guión.
Las compañeras van a escote: lo apropiado después de tanto enseñarlo.
Yo me invito a mí mismo.
¡No se me ocurre mejor motivo para llevarme bien!


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