-¿Has visto?
-¡Sí! ¿Qué son? ¿Delfines?
-No lo sé. Puede… A los delfines los distingue todo el mundo, así que eso serán.
Entretanto, la tripulación seguía amarrando y ajustando y reparando los desperfectos provocados por la tormenta. Reapilados los toneles, apenas quedó media docena de los diecinueve iniciales. A pesar del sensible contenido, no parecían mostrar mayor inquietud por la pérdida que un obvia preocupación ante el desastre. Al menos, el resto de las cajas seguía intacto, salvo donde un tonel había impactado. Por el boquete se podía registrar el cargamento: granadas de mano embaladas entre paja, ahora mojada. Un operario lo reparó claveteando unas tablas sobre aquel. Disimulando con su avistamiento de delfines, Charlotte y Fausto fueron testigos de todo el proceso.
-¿Tú crees que vamos en un barco cargado con droga?
-No tengo ni idea. Pero podría. Sería mucha casualidad habernos tropezado con los únicos restos.
-Mucha, sí. Por los trozos de madera que hay amontonados creo que está en los barriles.
-Sí, podría ser. Sacrebleu!
-¿Qué?
-Nada. Maldita droga. Pero creo que tienes razón, la única torre que se ha venido abajo ha sido esa que dices. Alguien se va a enfadar mucho cuando se entere.
-El mar se ha tragado su dinero. Y los peces se han colocado.
-Una fortuna, probablemente.
Se dejan cautivar por la vista clara y luminosa de un mar en siesta cubierto con la sábana del sol. Al rato, Fausto interrumpe la paz del momento con una pregunta incómoda. Carraspea, es su forma de advertir la transición.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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