lunes, 2 de diciembre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXXIV (novela corta, de momento)



-Un insulto.

-Sí, eso fue. Un grave insulto a sus convicciones. Aquel día, de la iglesia no fuimos a pasear ni al restaurante donde comíamos los domingos, sino a casa, todos castigados. Directamente y sin dirigirse la palabra. Yo los espiaba desde el asiento trasero del coche y mi padre me miraba por el retrovisor. A veces, creo que quiso pedirme perdón por hacerme vivir todo aquello pero… No sé. Las cosas son siempre complicadas. Lo cierto es que luego tuvieron una bronca monumental. De las que no se olvidan aunque se quiera. Esa fue la primera vez que el personal de servicio le oyó gritar. A él, tan discreto y reservado. Que siempre trataba a sus trabajadores con respeto y educación… Ninguno sabía dónde esconderse, la falta de costumbre supongo, pobrecitos. La cocinera me preparó algo y cada uno pasó la tarde en su habitación. Mi padre en la biblioteca, su rincón para pensar. Rodeado de libros, en una mecedora, con una pipa de coral en los labios. Apagada. Así era él, manso pero de firmes convicciones. Tolerante pero enérgico en la defensa de lo que creía correcto. La estúpida en su cuarto gimoteando, para que la oyeran todos. Yo en mi cama enterrada con mi aburrimiento y mi soledad. Y los criados a sus oficios. A lo largo de esa tarde sólo hubo ruido de puertas, hasta que llegó la noche. Creo que mi padre comprendió aquel día la magnitud de su error: que se había casado con una drogadicta. Que su sueño de resucitar a mi madre por el parecido físico de aquella histérica había sido la equivocación de su vida; pues a partir de entonces se fueron distanciando. Ella doblemente, ya que cuando no estaba colocada no sabía cómo comportarse. Así que para resolver la situación se volvía a colocar, pero un día tuvo un cuelgue brutal. Mi padre llamó al médico pensando que se moría. Creo que ese fue el primer día que ella dio el salto al opio, que el láudano ya no era suficiente. Y se pasó de dosis. Estuvo una semana sin poderse levantar. Incluso tuvieron que lavarle los vómitos con ella tumbada, sobre las sábanas llenas de orines y porquería. No se me olvida aquella imagen: la rubia preciosa rebozada en su propia merde…



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

No hay comentarios:

Publicar un comentario