domingo, 1 de diciembre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXXIII (novela corta, de momento)


-¿Y cómo fue que tu madrastra se enganchó?

-Porque era una estúpida. Bueno, era y es, que todavía vive.

-¿Oh sí? No sé por qué he creído que había muerto.

-¡No no! ¡La muy zorra! Sobrevivió a mi padre.

-¿También ha muerto tu padre?

-Oui. Hace poco más de un año. Y como pasa en estos casos, ella se convirtió en heredera universal.

-¿La herencia fue para ella?

-¡Toda! Cuando la última palada de tierra cubrió la tumba de mi padre, la miré a los ojos y supe que también era mi entierro. ¡Aquella zorra no soltó una lágrima! ¿Te lo puedes creer? Con la vida que le dio al pobre. Bueno, y a mí también por estar cerca.

-¿Pero cómo se enganchó al opio? Además de por estúpida, digo. El mundo está lleno de estúpidos que no se convierten en drogadictos, por desgracia. Los estúpidos sería mejor tenerlos embobados todo el día, para que no actuaran, y nadie los echaría en falta. 

-Tienes razón. En realidad, ella traía en el paquete sus vicios. Cuando mi padre la conoció ya tomaba láudano como si fuera té.

-¿Láudano? No sé qué es.

-Una bebida que lleva opio.

-Oh.

-A mi padre aquello no le gustaba nada. ¡Pero estaba tan loco por ella! Pobre. Todo se lo consentía. La primera vez que la vi colocarse con la bebida fue en la iglesia.

-¿En la iglesia? Pero…

-Sí, sí. Lo que oyes. Mi padre era muy religioso. Nos llevaba todos los domingos y fiestas de guardar. Ese discurso, ya sabes. Pero ella y yo nos aburríamos enormemente. Así que un buen día, para matar el tiempo, sacó su petaca del bolso y se la metió entera. De un trago como si fuera agua. Agua de té. Claro que su láudano no era un láudano cualquiera, del que hay en farmacias. Un amigo sospechoso se lo conseguía en el mercado negro. Adulterado y más potente. Por lo menos estábamos en la última fila, y sólo mi padre y yo nos enteramos. Pero él se enfadó muchísimo por aquella falta de respeto.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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