magnetismo cuya polaridad cambiaba continuamente; repeliéndola o atrayéndola según el caso.
Augusto se dejaba llevar por la canción, por su reggae suave, por su ska. No se daba cuenta de que el tiempo pasaba, de que un silencio se había hecho entre los dos. A pesar de ello, la comunicación no se había detenido y, como ya ocurriera cuando se vieron por primera vez, bajo el cerezo, ambos se observaban aunque esto fuera con disimulo. Un análisis consciente de personalidad a través del estudio de los gestos, las poses, las miradas; pero también gigas de datos de información emitidos, y captados, de forma subconsciente. Mensajes ocultos, criptogramas sólo válidos para ese lenguaje máquina del cuerpo donde los neurotransmisores deciden nuestras respuestas. Esa química, esos campos magnéticos reaccionaban entre sí y sus resultados eran imprevisibles. Sustancias que quizás acabaran siendo tóxicas; cargas de profundidad que tal vez estallaran al contacto brusco de algún cuerpo.
- ¡Aquí va otra cerveza fría para el señor!
Antonio descargó su bandeja con amabilidad y arte. Primero la copa, opaca por el contraste frío-calor, después el botellín, vertiendo parte de su contenido en ese recipiente que ya empezaba a sudar. Esto lo hizo sonoramente, provocando que la cerveza chocara y espumara.
- ¿Es guapo este ruido, verdad? Si tienes sed, te la quita, Y si no, te la da. ¿Qué os pasa gente? ¡Os veo muy “callaos”!
Tenía razón. Ambos se habían mirado, analizado, estudiado, valorado; pero todo ello sin decir palabra y con la más absoluta reserva. Fingiendo una despreocupación, un desinterés que era tan falso que casi merecían ser ingresados para su estudio en algún centro psiquiátrico; o en una escuela de arte dramático. Pocas cosas tienen el poder de seducción de una primera cita; la inquietud, la intriga; lo que se oculta, lo que se finge; qué se modera y qué se hiperboliza. Todo ha de estar bajo control pero al mismo tiempo todo se escapa.
- Si queréis os cambio de música. ¿Algo más tranquilito, suavecito para esta hora tonta de la tarde? ¿Al señor? ¿Qué le gusta al señor?
- No, déjala, que así está bien –respondió ella adelantándose.
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