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viernes, 9 de octubre de 2009
ESPEJUELOS
ESPEJUELOS
Atrapada en una sociedad manchada por el verde
y aterrorizada en el olivo
nació un cisne de hermosa planta
y elegantes maneras.
Atento observador desde la rama más alta
picoteaba aceitunas:
las mejor elegidas.
Arrojando los huesos con discreción y candor
estudiaba las hojas de su alrededor.
Creció el cisne, desarrolló grandes alas.
Batiendo con fuerza abandonó,
brevemente,
el olivo.
En la pata un anillo, en el anillo un ovillo.
Del ovillo un hilo:
diez mil kilómetros tejidos con fibra de caña.
Amarga.
Longitud necesaria para alcanzar otra rama
también la más alta,
de un baobab.
Abrió allí el cisne los ojos
deslumbrado por el amplio horizonte.
Por primera vez, pensó:
dejando la Habana se Ghana.
Volvió el cisne al olivo
ya no era el mismo.
Volaron los años
viajó el cisne con ellos.
Siempre atados del hilo.
Del olivo al abedul de los hielos
Del abedul al pehuén, ahuehuete, arahuaney.
De ahí, ¡quiero visitar cada rama que en este mundo hay!
Otra vez al olivo.
Sin más aceitunas que poder engullir
llegó la hora, el por fin,
de partir.
En mitad de la tempestad de la mitad del océano
picó el cisne con rabia aquel hilo.
Las nubes más negras cargadas de plomo
descargaron con furia una lluvia de balas.
Rayos de fuego hirvieron las olas
y olas gigantes amenazaron su vuelo.
Con gritos de truenos en la noche del miedo.
Herido, mojado, exhausto y hambriento
halló el cisne refugio,
también el más alto de la casa más alta,
en un palomar.
Con una escalera,
toda de madera,
para bajar de aquel burladero
y su soledad.
Acicaladas las plumas
sanadas heridas
sacudió el cisne la cabeza desde el campanario.
Desplegando las alas proyectó una gran sombra
que cubrió la ciudad.
Mudos quedaron los gusanos del suelo,
paralizados,
tal vez por la vergüenza y el miedo.
Ignorantes de un mundo que muere a pedazos:
salvajes mordiscos de enormes escualos.
No tiene el olivo alas suficientes
y los que vuelan en hojas pronto caen al suelo.
De agua sangre salada.
Noventa son las millas atormentadas.
Observa el cisne con ojos amables
no puede esconder su mirada de hielo:
ha visto sufrir, y morir, y sufrir.
Gritar, y pedir, y llorar.
Y negarse a vivir sin la menor dignidad.
¡Cuántas veces habrá que morir,
¿sólo de pie?
para no vivir arrodillado!
Abre el cisne su pico y sonríe.
Hay esperanza en alguna parte,
escondida,
en algún momento,
inesperado. – Se dice.
Hay pocas lágrimas no derramadas.
¿Fueron,
tal vez,
aquellas despedidas las últimas?
Quedarán los abrazos en el vasto remanso
de los traidores, los desterrados.
Bajo el ala de falsas izquierdas
escondía el cisne un objeto
con cristales y aumentos.
Con voz poderosa desveló la sorpresa:
¡traigo espejuelos, para este mundo de ciegos!
Caminando torpón,
por algún hueso roto,
se vio entre las calles afanándose un pato:
picoteaba gusanos.
De esos cabizbajos,
y aterrados.
Quedose mirando al cisne y el cisne al pato.
Tendrás que bajar y llevarme contigo –dijo éste.
Ya ves que subir yo no puedo.
Juntos, regalaron miles de espejuelos.
De martillos
Y de bocas de goma.
Para los ciegos
Los sordos
Y los mudos.
Curados, alzaron el vuelo.
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