ESCOTOMA
Un día de estos debo reservar hora para el médico.
Para mí, no para él.
Yo soy el impaciente paciente que precisa
revisión
Análisis de la situación
Control de daños y deficiencias
Plan de choque y estrategia de reparación.
Si la hubiera.
No es que tenga yo mucha querencia por los médicos,
más me van las médicos y en verdad que, últimamente,
voy mucho al psiquiatra.
Se diría que no salgo de él, de ella.
Literalmente.
Pero hoy me ha dicho una amiga,
mientras nos escaldábamos con el café
engordábamos con el cruasán
y nos tirábamos encima el azúcar, para no
engordar cualquier método vale,
que se me ve un escotoma.
Así de fácil. Bueno, que ella lo ve porque para
mí es imposible:
sería un prodigio de la ciencia oftalmológica.
Que con cuatro comentarios de nada salta a la
vista por qué no me veo.
Qué paradoja más paradigmática.
Y que el mío, el escotoma,
es emocional.
También me ha dicho,
y esto es ya para reflexionar,
que mi límbico está en el limbo.
Achinchetado contra el corcho donde los que
buscamos algo nos colgamos.
-mejor ahí que de la viga del techo, en cualquier
caso, y por el cuello-.
Y no por ello lo encontramos.
¿Será que es éste el sitio equivocado?
Antes de despedirnos,
y después de pagar ella la cuenta que es muy
feminista y yo lo valgo,
me ha dado dos besos:
de los que no se cuentan en casa pero
gusta que vean los amigos para que rabien de
envidia.
Y en el bolsillo de mi camisa de flores secas
ha dejado un papelito con un número.
¡Llama si necesitas algo!, me ha dicho con una
sonrisa antes de irse del local.
Y con una elegancia solo superada por esa
psiquia
a la que amo en secreto y no lo cuento.
Por vergüenza y falta de atrevimiento.
En el papelito he visto que estaba el teléfono…
del médico.
Y yo agradecido. Cosas de bien nacido.
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