O Chung-Ho, el cocinero coreano, que seguramente tendría la habilidad suficiente para cortar miembros de un machetazo. Y luego escuchar “On My Way” como si tal cosa. Tal vez el camarero malayo, limpiador de cocina y cantina, ayudante del anterior y por eso mismo: nada como el crimen compartido.
O puede que los chinos de mantenimiento y limpieza general del barco. Con todas las llaves de las dependencias para estas tareas. Aunque los italianos mecánicos y algo más que amanerados hacían frecuentes visitas a la maquinaria del sótano 2. Como dos eran los griegos, Babis y Besoj. Brutos para tareas brutas que bien podrían sacarle los ojos a puñetazos al primero que osara sólo preguntar. En solitario o con la ayuda de los tres africanos. Dos gigantes altos, de manos largas, huesudos y ojos amarillentos. Ayudantes de carga que asustaban a cualquiera con sólo mirarle. Encerrado con ellos un desgraciado confesaría lo que fuese. Pero el más temible de los tres era el enano. Dismórfico, de orejas caídas hombros descolgados mirada de psicópata y órdenes de déspota. Ejercía un domino absoluto sobre sus compatriotas que parecían obedecerle hechizados por algún embrujo.
O el holandés, segundo de abordo, sustituto del capitán en tareas de gobierno, silencioso pero mandón. Correcto un instante autoritario al siguiente. En realidad todos eran sospechosos. Quién de ellos estaba involucrado en asuntos turbios: contrabando amenazas quizás asesinato. Quién o quienes era malvado por naturaleza o experiencia. Déspota sanguinario y cruel. Con quién o quiénes era mejor no cruzar ni la mirada.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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