-¡Creí que no te ibas a decidir nunca!
Ambos se abrazan con fuerza y lo que ahora se
empotran son sus lenguas. Anilladas como dos caracoles en la concha íntima de
sus bocas. Inundadas por un torrente no de saliva, sino de pasión. El vértigo
el escalofrío el rubor el azoramiento la tensión la incontinencia la violencia
del primer beso liberado entre los amantes repentinos. Nada lo supera y no habrá
otro beso que le iguale. Su primer beso, el disparador de todas las emociones como
el primer sexo. Un primer beso explorador intrusivo invasivo inexcusable
ingobernable conquistador arrasador con voluntad de dominación y pretensiones
de repetición. El seísmo del primer beso sacude la plataforma de sus inseguridades
como un niño baila la gelatina. Y estremece como el suspense en la noche. Rompe
la calma como piedra en el estanque. No se volverá a repetir.
-Ven aquí –ordena Charlotte.
Ella alza el toldo del bote de emergencias más
cercano y ambos se cuelan dentro. Era la situación una emergencia, entre remos
flotadores salvavidas botellas de agua chubasqueros de cuerpo entero un estuche
de bengalas con su pistola. Faltaban las linternas y la ropa de abrigo, pero a
los efectos no importaba, salvo porque tuvieron que extender los chubasqueros y
su propia ropa para acolchar el duro suelo de madera. Ella se desnudó primero y
a él casi le arranca la ropa antes de tirarlo al suelo.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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