Fausto y Charlotte, probablemente únicos pasajeros con más información de la debida, se hacían estas y otras preguntas entre un tápame esos agujeros o accióname este interruptor. O lo que es lo mismo: sóplame un si bemol facilón; haz en este plano un zoom que dé movimiento a la escena.
Con el paso de las horas, el acoso de unos enemigos imaginarios y el roce involuntario o buscado de unos dedos en disposición de enseñanza, fueron ambos acercándose como lo harían dos náufragos rodeados de tiburones. Es el egoísmo de la necesidad. La solidaridad de la supervivencia: te ayudo para que tú me ayudes y viceversa; pero si alguien debe morir mejor que seas tú.
No obstante, el acercamiento físico y mental era más fácil para ella que para Fausto. Bloqueado con el hombre que Charlotte aparentaba ser. Al menos Fausto sí era un hombre disfrazado como tal. Pero sus constantes atenciones, dedicación cuidados y enseñanzas no tardaron en despertar la suspicacia y maledicencia de otros pasajeros. Especialmente del jodido niño espía de ojos de sapo y de las gritonas españolas. Él decía a su madre: <
El niño, pese a su impertinencia y descaro tenía una disculpa: no había completado el desarrollo de sus lóbulos frontales y con ello el arte de mentir. Las españolas gordas… Bueno las españolas gordas gritonas soeces y mal educadas, parecía que tampoco.
Para los tripulantes italianos homosexuales de verdad entrenados en el arte de desenmascarar heterosexuales contrariados, la pareja era una ofensa pues ante sus ojos clínicos experimentados ninguno pasaba el examen. Por lo que no aprobaban tal comportamiento simulado. Una farsa inaceptable que les gustaría desenmascarar si no fuera porque en realidad a nadie le interesaba la verdad.
Aún con toda esta presión, Charlotte y Fausto seguían dedicándose su tiempo en exclusiva.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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