Aún con toda esta presión, Charlotte y Fausto seguían dedicándose su tiempo en exclusiva.
-No, es el dedo índice el que tapa este agujero. Olvídate del corazón. A ver, otra vez.
-El problema es que la flauta es demasiado pequeña para mis manos. Mira las tuyas, qué diferencia.
-No importa. Eso no importa. Es más una cuestión de práctica. Repite.
-Oye, ¿y con esto te ganas la vida?
-Si estás en el lugar adecuado… Quiero decir, en una orquesta o similar, sí.
-Pero no en la calle.
-Depende de la ciudad. Y el país.
-¿¡Ah, sí!?
-Por supuesto. Mejor cuanto más al norte. Peor la zona del mediterráneo.
-Oh, quién lo diría. En los climas cálidos parece más propio que la gente disfrute la calle.
-Y lo hacen. Los españoles, por ejemplo, no hay forma de que se metan en casa. Pero a los artistas callejeros…. Peor que a los perros.
-Cuestión de educación, supongo.
-Sí, de falta de ella, por decir mejor. En España la calle es para borrachos, chusma, mendigos. Si tocas en la calle no te ven de otra forma.
-¿Hablas por experiencia?
-No propia. Pero tengo amigos que lo han pasado muy mal. Detenciones, palizas, atracos… Esas cosas. Yo con mi piano era miembro de una orquesta, y hubiera hecho carrera como solista de no ser por esa zorra.
-Tu madrastra, imagino.
-La drogadicta, sí. Ella lo estropeó todo. Mi padre tenía los contactos para que yo me abriera camino.
-Influencias.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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