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Tuvo y retuvo unos ojos verdes
que enmarcados en una bravía melena negra
conquistaron a los presentes y ausentes.
Como se gana un barco en altamar: al asalto que son éstas
agitadas aguas de corsarios mal pagados
en plena conversión hacia piratas de carrera y abundancia.
Era aquel tiempo de juventud una época silvestre
donde lo imposible era plausible.
Cuando los sueños sueños son
no hay muros ni límites.
No aprendió más conocimientos que los del amor libre en campo sin cultivo.
No cosechó más trigo que el de su pelo teñido al oro.
Funcionó pues un apuesto cimarrón se la llevó del solar de caravanas donde ella vivía
al solar de caravanas más grandes donde vivía él.
Y contra las cuatro paredes de su nueva roulot XL la empotró siempre que pudo.
Y ella consintió.
Que también fue siempre.
Fumaban cigarrillos y bebían tequila cada vez que las cosas salían bien.
Fumaban más y bebían mucho más cuando las cosas iban mal.
Esto ocurrió pronto:
los mercadillos habían perdido su tirón por culpa del PRIMARK
A mayor tiempo vacío más churumbeles con que llenar la caravana.
Y la hartura.
Cuatro daban ya patadas a las puertas
y paredes de cartón de la roulot
antes de que ella cruzara el vértigo de los treinta.
Se le ajó su melena loca como se pasan los higos.
Se le agrietó la barriga como se rajan los troncos.
Se le apagó la mirada como se mueren las brasas.
De aquella belleza infantil y seducción juvenil
no quedan sino las sombras en una caravana con muchas goteras
y ninguna puerta.
Dicen que él dejó los mercadillos semiclandestinos
por los mercados clandestinos.
Que se ha especializado. Vuelto un profesional.
Otro corsario ascendido a pirata por propia voluntad
y muchas ganas de triunfar.
Podría ser cierto pues ella ha cambiado su escenario de compras:
abandonados los rastros ha entrado de lleno en los chinos.
No sale de uno con rebajas permanentes al 40.
Ahora viste mucho más hortera. Ha cubierto su ropa de lentejuelas baratas y su rostro de brillos con químicos.
Quiere ser joven y guapa y apetecible otra vez.
Para que un cimarrón algo más fino y menos canalla la mude de barrio.
A poder ser, donde no haya caravanas, ni casuchas de lata.
Ni maridos borrachos ni churumbeles silvestres ni familia de quinquis ni peleas de perros ni misteriosos paseos nocturnos ni carreras al amanecer.
Ni nada de lo que tiene porque el asco que ahora siente
le hace sospechar lo repugnante que
quizás ella
podría ser.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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