sábado, 5 de noviembre de 2016

TRÁFICO AÉREO


TRÁFICO AÉREO



Y ella tomaba aviones de papel
para verse con urgencia en moteles de carretera o playas de piedra
con su amante que no era de cartón.

Tampoco su amor; éste lo perdió en una batalla contra el mal de altura:
se tiró de un noveno.
Para cuando llegó al tercero ya estaba muerto.
De risa.

Furtivo el amante como clandestinos aquellos encuentros.
Que no pasarán a la historia de los amores encantados,
ni harán las delicias de los novelistas románticos.
No entusiasmarán a los lectores ávidos,
de cualquier aventura que no sea la propia.
Ni a las lectoras sedientas,
de húmedos cuentos que contar en secreto.

Pero ella siguió tomando esos aviones uno tras otro.
Porque un escalofrío le sacudía el cuerpo de hombros para abajo
cada vez que recordaba el anterior episodio.

Y a la droga de los placeres complicados se engancharon ambos como al crack
de los yonquis solitarios.
De los corazones abandonados.
Hambrientos todos de emociones fuertes
y resultados rápidos.

Todo fue bien hasta que llegó el incendio.
Una puritana pirómana predecible a ratos
que inflamada de odio, prendió las llamas con su aliento de ogro.
No esperó a que los amantes abandonaran la casita de sus encuentros.
Mejor, con ellos dentro -se dijo la muy zorra.
Que no es más zorra la que hace, que la que piensa cómo joder sin dejar.
A las demás.

Y la hoguera alcanzó el cielo.
Una nube rosada, anaranjada, amarilla.
Todos los colores cálidos que del espectro nacen,
cubrió el techo del mundo como una pintura.
Nada de nubes grandes gruesas grises
con que entristecer a los muertos vivientes
que a cuatro o dos patas según el momento
por la tierra se arrastran.

Aún quedan las huellas en el aire de aquellas cenizas,
hechas con los amantes rotos.
Son las estelas que dejan los aviones de papel.

De papel de aluminio.
Quemando queroseno.
Con pilotos mustios y azafatas aburridas solo de verlos.
Con pasaje asustado
por ver el cielo y no el suelo bajo sus pies.

Y ellos ardieron como uno de esos aviones.

De papel
Mojado
En queroseno.



(Cuentan las crónicas que aún sienten envidia
los cronistas de aquel episodio
y todos los que les escuchan.)


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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