jueves, 7 de septiembre de 2017

BACK TO THE SCHOOL

BACK TO THE SCHOOL 






Admito que por falta de asesoramiento me hice asesor agresivo fiscal.

Vi en el título una oportunidad de investigar las vidas de los otros y cobrar por el descaro.



Luego de muchos embargos varios desahucios y algún suicidio no consultado,

opté por salir por la puerta de atrás:

se clavaban en mí como alfileres ardiendo los ojos de los condenados.

No me quedaba ya sangre para tanto arruinado y precisé una transfusión de ideas y valores.

Éstos, porque creí haberme vuelto inesperadamente un cobarde.



Medité con la ayuda de un jedi albino acerca del próximo paso. Sus consejos eran ambiguos y los razonamientos inconclusos, lo despedí por falta de concentración y ausencia de profundidad.



Precisamente por ésto, por la anhelada profundidad, busqué ayuda salada en los discursos fosforescentes de un místico marino.

No funcionó:

ardió como el fósforo a la primera pregunta difícil.



Desencantado y perdido, volví a la superficie. Había oído que en una remota isla del sur un grupo de alcatraces daba clases de terapia cognitiva por imitación.

El truco estaba en una solución salina de dudosa procedencia.

Marché de allí volando:

al menos esto sí lo aprendí.



Allende las montañas más escarpadas de las más remotas tierras de los parajes más desolados, se comentaba en íntimos círculos concéntricos que un príncipe topillo conseguía engordar la autoestima a anoréxicos purgativos grado IV como yo.

Arrastrándome sin fuerzas por el lodo y desollándome los antebrazos contra los cantos vivos de roca basáltica,

llegué dos meses más tarde estando ya al borde mismo de la muerte por catastrofismo sufista voluntario.



La corrosiva prensa local dijo que sólo era un surfista en busca de emociones débiles; mal informado por estas lenguas de sátrapas el topillo me repudió antes de conocerme.

En verdad no le culpo: basta con verme para saber que lo recomendable es evitarme.



Veintiséis millones de latidos después, tomaba clases de relajación físico-temporal con un revolucionario sistema inventado por un funcionario de aduanas.

Decía que lo había aprendido cacheando a desgraciados sin papeles. Uno de ellos, tras sufrir dos infartos vestido en calzoncillos con una porra de cuero bajo la lengua, fue su inspiración.



El muchacho falleció por sobredosis de hemoglobina pero no antes de que él captara la idea y así evitó pagarle royalties por coautoría involuntaria.



Tras éstos y otras docenas de intentos frustrados por ser otra persona,

no mejor pues eso es irrelevante sino distinta que sí es lo importante,

he vuelto al parvulario para reaprender un nuevo código de comunicación y conducta.

Iba por mal camino con ese lenguaje y lo más probable es que acabara con mis aspiraciones en una vía agónica. No diré muerta puesto que los muertos desaparecen y la vía aún seguía allí tan muda como en su última década.



He adquirido la colección completa de cuadernillos de Rubio. Formalmente revisada para desorientados volátiles como yo. Y tú.

Vuelvo a unir las letras cual si fuera una cadena con sentido de la melodía; a formar palabras con vocación de contexto; a elaborar frases para lanzarlas al viento; a construir párrafos modelo arquitecto en su peor delirio.

No quiero imaginar qué surgirá cuando aparezcan los números con sus signos exclamativos. Dice el profesor que algunos son explosivos.



No te vi ayer en clase.

Qué pasa que haces novillos tan pronto.

¿Te da miedo regresar al colegio? ¿O perdiste la necesidad de aprender algo nuevo?











© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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