ASALTO
Asaltamos aquella mansión de asquerosos ricos porque se nos cruzó por la sesera que ese podría ser un buen atajo para brincar al otro lado:
el fino lugar de privilegios y placeres donde la vida parece más fácil y la hierba siempre está más verde.
Teníamos a los residentes maniatados lloriqueando en el suelo como nenazas, al perro muerto de una puñalada en el jardín, a la asistenta con convulsiones de pánico, a los peces con estertores fuera del agua, a los cactus deshidratándose por el estrés y a la caja fuerte reventada en mitad de la pared.
Así que el atraco iba bien.
Hasta que un teléfono sonó en el dormitorio principal.
El cerebro del grupo más inteligente que ninguno,
saltó como una liebre escaleras arriba y encontró el aparato bajo la almohada.
Un mensaje de número emboscado en el anonimato aparecía en la pantalla del Ayfon con un privado.
El cerebro del grupo y jefe dudó unos segundos que fueron horribles. Con ese timbre ridículo sonando por toda la casa y nosotros temiendo como siempre en estos casos lo peor de lo peor.
La esposa y dueña del celular suplicó que no descolgara.
Razón por la cual el genio de la operación tomó la decisión contraria:
imaginaba algún oscuro secreto o tal vez una oportunidad de redondear la operación con un chantaje o por qué no otro secuestro.
La voz de una teleoperadora empalagosa con acento extranjero y espesa dicción
preguntó desde el otro extremo con insistencia de comisión si habían pensado ya en su oferta de cambiar de compañía energética.
El jefe faro de civilizaciones explotó con un rotundo y estruendoso no que rebotó por toda la casa y nos heló la patata de estremecimiento.
Después se tiró por la ventana.
El impacto contra la acera quebró su cráneo como un coco bajo una prensa.
El ruido del impacto dejó a todos impactados y el golpe pasó de ser un buen golpe a otro desastre.
- Se lo advertí - añadió la mujer con un gesto de satisfacción a la par que aflojaba sus ataduras con pasmosa facilidad -. Llevan así toda la semana. Y varias veces al día.
Los compañeros aún no se lo creen cuando repito esta historia a petición popular en el patio de la cárcel.
Por eso, porque me toman por cuentista, siempre saco unas monedas.
Es mi forma fragmentada de hacer rentable aquel fracaso de golpe y creer que después de todo aún sirvo para algo.
Quién sabe, si gestiono bien mis ganancias puede que al final logre yo también pasar al otro lado, al bello lugar donde las vacas dan más leche y las manzanas son más gordas,
y por méritos propios
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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