lunes, 2 de enero de 2012

FIESTA


FIESTA


Hemos pasado la noche de local en local.
En unos para emborracharnos, en otros para meternos:
hasta el fondo, que hay sitio.
Hasta el fondo del cerebro. Ya no tanto.

Y en otros para reventarlos y pagar los gastos fijos:
alcohol y cocaína.
En cantidades estrictamente necesarias para la supervivencia del espíritu,
en trance de volatilidad,
y la ruina del cuerpo. En tránsito hacia la inmaterialidad.

Acostumbrados a los excesos, hemos molido a golpes a un policía:
nos quiso detener por escándalo público y daños contra la propiedad.
Pública también, qué impropio.
Eso que ahora llaman exteriorismo urbano.
En esta época de tantas interioridades impúdicas era un insulto intolerable.

Ahogamos en la fuente a un segurata que nos llamó escoria blanca.
Por eso mismo, para limpiarnos y mejorar nuestro aspecto pues en realidad
éramos negros aquel día.
Cambiamos de piel según el momento y conveniencia.
Ventajas de la crisis de identidad. No hay autoestima que se le resista.

Prendimos fuego al palacio del infantado con toda la cuadrilla dentro.
Tal vez fuera un infanticidio, nos quedó alguna duda semántica al respecto.
Menos con el problema de sucesión, se acabó la vida regalada.
Para algunos.

Provocamos una alerta bacteriológica en el hospital general.
Colapsamos el transporte público y el servicio de emergencias:
con llamadas de “socorro que me ahogan”. Los impuestos.
Rápidamente se sumaron a la rebelión la gente de las redes:
de contrabando, narcotráfico, drogas, armas y prostitución.
Ahora las llaman sociales.
Cosas de la voluntad por el cambio involuntario.

Entre juerga y juerga, aprendimos que lo que importa no es vivir a cualquier precio,
alto o bajo depende del mercado,
sino arrasar con la ley y el orden.
Poner fin a tanto mequetrefe disfrazado de importante.
Y mequetrefa disfrazada de importanta:
con este nuevo lenguaje nunca se sabe.

En nuestro punto de mira está el capitalismo.
Y el comunismo el marxismo el socialismo.
El liberalismo el integrismo.
Incluso el cubismo:
tanto afán por geometrizar la sociedad no se puede soportar.
Reglas, en fin y en mal.

Todo, con tal de evitar el paroxismo.

Hemos pasado la noche de local en local.
Antes que malvivir,
reventar.

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