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lunes, 2 de enero de 2012
OFICIOS
OFICIOS
Rosco el fontanero hace tiempo que no monta calderas nuevas.
Resiste reparando las viejas y desatascando como puede tuberías en mal estado.
Y de todo tipo.
Kimi el carpintero dejó de fabricar armarios hace dos años.
Desde entonces arregla cerraduras, puertas y persianas.
Con esto y los ahorros mantiene a la familia:
en casa esposa y en la universidad dos hijos.
Todos en la familia crecen y él se encoge.
Como la moral y el ánimo.
Ha pensado en emigrar a la Argentina:
pastor a caballo de ganado bovino.
Al menos, de cuando en cuando comerán carne.
Mira la panadera al dueño del bar:
aún le adeuda todo lo comprado el año anterior.
Él dice que no gana, que se fue la clientela.
Ella dice que así tampoco. Y pierde.
Zusco es un artista disfrazado de pintor. Con brocha gorda.
Se acabaron los estucos, las pinturas al huevo y oro, los trampantojos.
Nada de estarcidos ni pincel fino. Ahora toca rodillo y pintura barata.
Una sola mano que le cliente mal paga.
Porque no puede.
Zusco tampoco y la montaña de facturas y deudas se amontona sobre la mesa
de la cocina. Hace meses que prescindió de su despacho:
lujo de oportunistas y mafiosos.
Tino, el profesor de matemáticas, ha perdido cuatro puntos de poder adquisitivo.
Y está que no puede. Sin poder, es lo que tiene.
Su jefe dice que tiene muchas deudas, que todo lo hizo para sus empleados
pero que ahora no puede afrontarlas. Por ello toca repartir las cargas entre todos:
o les quita medio sueldo o los despacha.
En poco tiempo derrochó ese jefe lo ahorrado en años.
Ahorrado con el dinero de otros.
Desperdició personal y recursos en proyectos imposibles y ruinosos.
Ávido de encontrar la gloria en la historia.
Hasta que el delirio explotó.
Su jefe es un malcriado con criados. Mantenido a capricho y todo lujo,
que se llama gobierno.
La peluquera ha puesto su local en venta después de haber tenido que empeñar
su último juego de tijeras. Para no perder la casa.
Se la quitaron hace un año.
Ahora también quieren el local. para compensar los intereses usureros.
En idéntica situación está Rosaura:
enfermera de profesión y desencantada por convicción.
Acostumbrada al medicamento,
ha pensado en la autolisis digestiva como solución.
El terreno que rodea a la iglesia,
camposanto o campomuerto,
está cercado por una gran verja.
Cuelgan de ella los anuncios de los damnificados:
foto edad oficio y año de fallecimiento.
Esto último es una redundancia,
todos en los pasados treinta meses.
y todos han sido por asfixia,
una de las muertes más angustiosas descrita por sus protagonistas.
Más cuando la asfixia es económica.
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