DFT
Aquel hombre de aspecto afable, trabajador e
inteligente,
perdió a su mujer el día que le diagnosticaron DFT.
A ella, no a él.
Se derrumbó en un segundo el castillo de una
vejez libre, feliz y programada.
Había pasado su vida trabajando, como la mayoría
de su generación:
niños nacidos en el inoportuno momento de la
guerra en la mitad de su contienda.
Amados a trozos alimentados a ratos atendidos a
días.
Pasó la infancia jugando con piedras y balones
rotos.
Imaginando juguetes que nunca tuvo con amigos
que murieron demasiado pronto:
tifus, sarampión, varicela.
Enfermedades oportunistas aprovechando el desprotegido
campo de la miseria.
Campo de trabajo y no pago.
La juventud fue algo mejor:
unos padres supervivientes le dieron la
oportunidad de estudiar. De aprender,
cómo se empieza a fracasar.
Interno en un triste colegio de sotanas disciplina
y más de una torta,
a tiempo se llamaba entonces. Maltrato infantil
hoy:
cosas de la época de ñoñería y abundancia
decreciente en que vivimos.
No fue víctima de abusos, de esos abusos, como
ningún otro compañero.
Aunque reconozco que me vendría bien para la
historia:
aportaría mayor carga dramática y graves
trastornos psicológicos.
Y esto ya me da para dos capítulos más.
Se graduó con buenas notas y conducta.
Aprendió muchas cosas que luego olvidaría, como
todos,
y una que le sirvió toda su vida: Respeto.
Conoció a Teresa después de terminar la
universidad y antes de su primer empleo: ingeniero autónomo en una multinacional sin
prestigio. Como todas.
Se casaron al primer año de salario. Compraron casa,
coche.
Dos críos muy monos. Como todos hasta que dejan
de serlo.
Él invirtió su tiempo en prosperar. Ella en que
prosperaran los niños,
alguien debía hacerlo y por qué no la madre. Aquellos
eran tiempos serios.
No acertó en las inversiones y varios reveses
le devolvieron al principio.
Casi al principio. Los años no se recuperan y más
pronto que tarde llega ese día,
en que no puedes volver a equivocarte.
O no habrá tiempo de recuperar lo invertido:
la vida que vale más que los ahorros.
A golpes fue tirando la toalla en los negocios,
como todos los que pierden asalto tras asalto.
Deben ser cosa de otros se decía,
y se refugió en un empleo incómodo con salario
justo.
Justo para ir tirando.
Los niños ya habían volado, así,
donde comían cuatro ahora sobra para dos.
Al revés nunca funciona aunque se empeñen y no
sé por qué.
Entre días amarillos azules grises, y más de
una obra de caridad,
por convicción y solidaridad, nada de
apariencias, menos aún aparentar,
vieron ambos acercarse el agridulce momento de
la jubilación.
Con tiempo suficiente reservaron pasaje de ida
al fin del mundo.
Que no nos encuentren, no hay intención alguna
de volver.
Debió confundirse el cartero cuando no le trajo
los billetes de fuga
sino una orden de detención y arresto domiciliario
permanente.
Ella asiento preferente en el viaje más corto y
largo de sus vidas:
destino DFT.
Él de acompañante.
Qué esperaba, ¡nunca tuve suerte en los
negocios!, se dijo.
Y qué es la vida sino un mal negocio: otra vez
toca perder.
Y con lo que nos queda, ver.
En aquel pesado tren con rumbo hacia lo oscuro
dejaron pasar las estaciones:
atrás amigos, atrás familia. Atrás hijos.
Los hijos nunca están cuando se precisan. Ya esto
lo sabía:
"una vez entrados en la última boca de túnel ya
no les volví a ver".
Se me ocurrió una vez pasar a visitarlos, llamé
nadie abrió la puerta:
la habían tapiado desde dentro.
No estamos, contestó una voz apagada de hombre
derrotado.
Es verdad, no estamos. Añadió otra de mujer
feliz desorientada.
No sé qué fue de ellos. Me contaron que
demolieron su casa
para construir unos grandes almacenes.
Y que nadie pudo recordar si allí vivió
alguien.
A veces juego a imaginarme que los reencuentro
en la sección de caballeros,
o de señoras. Cogidos del brazo dulces
ancianos.
O jugando al escondite uno con el otro.
Él le dice no me encuentras en voz alta.
Ella le responde que ya no se acuerda, pero lo
intenta.
Creo que, aún en medio de tanta tristeza y
soledad, aún sonríen.
Otras me parece oír que alguien me llama desde
lo más profundo del olvido.
Y dudo entre si son ellos,
o el culpable eco de algo que se parece a mi
conciencia.
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