sábado, 23 de noviembre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXVII (novela corta, de momento)



Claro que sólo con la observación era difícil calibrar las verdaderas intenciones de cada viajero. Sus motivaciones para embarcar en una nave tan incómoda en un viaje tan largo con tan poco que hacer salvo vigilar cómo vigilan los demás: posibles enemigos en la adversidad y seguros competidores en la escasez. Terminado el desayuno del proletariado ambos abandonaron la cantina antes que nadie, aunque seguidos muy de cerca por la mayoría pues excepto tres griegos que se anclaron a la barra con su botella de Ouzo todos huyeron para no soportar el amargo llanto de un niño al que la madre no parecía encontrar la clave para su consuelo. A la salida, el espacio diáfano anterior al puente de mando ocupado ahora por cuatro tripulantes recordó a Fausto el lugar donde se produjo el avistamiento: la misteriosa niña de la pasada noche. Ningún objeto o equipo del barco había que pudiera semejarse remotamente al cuerpo de una pequeña.


-Estaba aquí.

-¿Lo qué?

-La niña de esta noche. No tengo dudas, era aquí.

-¿Y ya sabes quién es?

-Pues ese es el problema. Hay tres chicos, dos chicas y un bebé. Las chicas son más pequeñas y el chico de su tamaño usa gafas gruesas. Con el pelo rapado al cero no se parece en nada.

-Por los piojos.

-Seguramente, pero no ha podido ser él. La niña que yo vi tenía dos coletas y nada de gafas. Vestía con una bata, parecida a las de colegio, y unas botas de campo. Con caña larga como las mías. Creo que le quedaban grandes.

-Quizás fuera la hija de algún marinero.

-Puede. Es lo que me falta por averiguar. A cuatro los tenemos ahí, con el timón. También hay varios por la zona de carga. No sé… Son siete dormitorios.


-Camarotes.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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