-Sí. Uhm… Charles no es tu verdadero nombre. Supongo.
-Por supuesto que no. Tan falso como todo lo que aparento. Me llamo Charlotte.
-Charlotte… Me gusta… En realidad… Es porque tuve una novia que se llamaba así.
-¿Tuviste? ¿Qué pasó, se acabó el amor?
-Lo inesperado. Se suicidó.
-Ah, lo siento.
-No, no. No pasa nada. Ya está casi olvidado. Has sido tú, que al llamarte igual… Me la has recordado. Nada importante…
-Lo siento igualmente.
-Oye, dime una cosa… ¿Puedo hacerte una pregunta?
-Inténtalo.
-El asunto es… ¿Cómo estabas tan segura de que era opio?
-Preferiría que te dirigieras a mí como a un hombre.
-Ah, perdón. Es que me resulta muy difícil sabiendo que debajo de esas ropas anchas hay una mujer.
-Claro, pero… Compréndelo…
-Sí, sí. Tienes razón.
-Gracias. Por la novia de mi padre.
-¿Cómo?
-El opio. Esa zorra estúpida se enganchó.
-La novia no sería tu madre, supongo.
-No, no. A mi madre no la recuerdo. Murió siendo yo una niña.
-Oh.
-Sí, cosas que pasan. Aunque lo que pasó fue un tranvía por encima. En Zúrich, estábamos de visita según contaba mi padre. Y esos malditos trenes silenciosos… No se les oye acercarse. Acabábamos de salir de una tienda, ella olvidó el paraguas y al volverse repentinamente para recogerlo… El maquinista no pudo evitarla. Yo creo que ni la vio. Tan rápido…
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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