Fausto cuela sus dedos entre el cabello de Charlotte, busca su cuello, su rostro. Acariciándolo con delicadeza, sin prisa: ¡tenían todo un océano de tiempo! Con vida propia, su pene late contra el cuello de su compañera, reclamando la atención que merece. Ella vuelve de su evasión por el universo del aroma Fausto y lo toma con una mano al tiempo que con la otra estruja los testículos. Le pasa la lengua siguiendo la verticalidad de su deseo, en zigzag, describiendo eses para terminar en un recorrido por la redondez genital. Saliva y lo humedece, preparando su lubricación. Lo huele, inhala aspira traga toda esa masculinidad sin reparos. Con avaricia y ansia. Con descaro. No está ahí para perder el tiempo ni rodear más que lo necesario. Debajo, tiene a Fausto para comérselo. Para degustar su concentrado de testosterona como sólo una buena amante puede hacer. Ese Fausto es para ella, ahora le pertenece, lo disfruta. Y le hará disfrutar.
Sigue trabajando con ambas manos y se lo introduce en la boca. Primero un poco, jugueteando con la lengua; luego hasta que le obstruye la faringe, después alternando. Un poco medio todo, un poco medio todo. En unos momentos se entusiasma en exceso y siente alguna arcada, afloja o vomitará: sería un gran fracaso de aprendiz que no está dispuesta a consentir. Fausto está a su merced, no sólo le pertenece sino que lo domina. Es su súbdito obediente sumiso y entregado. Sin una orden conseguirá de él lo que quiera, tan sólo es capaz de gemir y acariciarle inocentemente el cabello mientras tensa todos sus músculos.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
No hay comentarios:
Publicar un comentario