La escena de un hombre desnudo yaciente en el lecho del bote y una mujer de rodillas encorvada con la cabeza sobre su sexo se mantiene durante casi diez minutos. Hasta que él suplica:
-Espera, espera, párate. No sigas, para.
Ella no sólo no obedece sino que acelera el ritmo.
-Por favor, para.
Lo mismo: ella ya lo tiene ya está bajo su control ya es un hombre completamente a su voluntad. Y buen hacer. Pero Fausto arranca un suspiro de firmeza, de otra firmeza, y tirándole del cabello separa cabeza y sexo.
-Espera, espera.
Repite, y aún estando en una de las mejores posiciones experimentadas por un hombre, se incorpora. Sentado, frente a ella que aún babea ligeramente. A un palmo de distancia entre ojos y dedo entre sexos.
-No hay prisa –añade-.
-¡Tienes un ojo más oscuro que otro! –exclama ella sorprendida.
-Sí, pero hay que estar muy cerca para darse cuenta.
-¿Tanto como esto de cerca? –enfatiza ella la pregunta con un movimiento extra de vaivén sobre su sexo.
-Tanto.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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