AND321
La actividad febril de
aquel poblacho otrora insignificante
se basaba en los
excesos del consumismo desaforado
la guerra de las
apariencias, la frivolidad y el contrabando.
La búsqueda de la
felicidad por la compra compulsiva y el autoengaño
de individuos en
permanente estado de frustración y perplejidad.
Los centros comerciales
las cadenas de perfumerías
las joyerías las
tiendas de electrónica pasajera obsolescente
se nutrían de una
muchedumbre a la huída y la autocompasión
que por unas horas
entre escaparates, luminosos y muestras gratuitas,
creían poseer el
pasaporte de la libertad sin nacionalidad
ni obligaciones patriótico-impositivas:
La comunidad fagocita
al individuo hasta su aniquilación.
En tan solo tres horas
de adquisiciones inútiles,
con el beneplácito y
connivencia de la tarjeta de crédito silenciosa
e indispensable de un
sistema abocado al exterminio,
la masa de pobladores
sin pueblo,
de ciudadanos anónimos
sin pasado ni secretos,
imaginaba estar
viviendo en el parnaso de los por fin y para siempre
ausentes.
El descenso a los
infiernos del común de los mortales se daba
cuando el agente de
aduanas,
sin prisa ni
contemplaciones ni concesión alguna a la amabilidad,
preguntaba:
¿algo que declarar?
© CHRISTOPHE CARO
ALCALDE
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